Ni en el Parlamento, ni en el Gobierno ni en
la oposición
¡PARA LUCHAR, EL PROLETARIADO
SÓLO PUEDE CONFIAR EN SUS PROPIAS FUERZAS!
Con la
investidura de Mariano Rajoy como presidente del Gobierno se cierra
la llamada crisis institucional que comenzó el diciembre pasado con
las elecciones fallidas, tras las cuales fue imposible formar
gobierno. Es más, se cierra un periodo abierto con las elecciones
europeas de 2014 que significaron la puesta en marcha de un periodo
electoral que acabó esta semana y que ha
durado, prácticamente, dos años y medio, y se ha caracterizado por la
aparición en el cielo mediático e institucional de la estrella de
Podemos. Con ella como guía se puso en marcha un proceso de
apaciguamiento de la calle y de redirección de la tensión social
hacia las instituciones democráticas del país: ayuntamientos,
parlamentos autonómicos y, finalmente, Parlamento nacional y
oposición al nuevo gobierno de Rajoy.
Por este
motivo el circo electoral que acaba de terminar se corresponde con
una verdadera victoria de la burguesía española, que ha logrado que
la tensión social que la crisis capitalista había creado en amplias
capas de la población acabe conteniéndose dentro de los límites de
la participación democrática, el respeto de la legalidad, las
instituciones, etc. De las explosiones de rabia de los años 2012 y
2013, que en la calle movilizaron a centenares de miles de
proletarios sin una dirección clara y con la única intención de
hacer constar su malestar, al show parlamentario que a partir de
ahora podremos ver una y otra vez en los medios de comunicación,
media una gestión de la crisis social realizada de manera
intachable: del malestar por la brusca caída de las condiciones de
vida de la clase trabajadora, se ha pasado a las disputas entre las
bancadas del Parlamento; de las huelgas generales a la coalición de
Unidad Popular y sus intentos de pacto con el PSOE; en fin, de una
lucha en estado embrionario, a la hipertrofia democrática y
legalista que aplasta desde hace décadas al proletariado y que ha
encontrado en los líderes de la “nueva política” sus mayores
defensores.
El gobierno
salido del Parlamento promete a los proletarios españoles más de lo
mismo. Según sus primeras declaraciones, las recetas empleadas hasta
el momento han funcionado perfectamente, con lo cual se progresará
en ellas. No se trata de que el Partido Popular lleve en su código
genético el odio al proletariado, al menos no más que cualquier
otro partido del hemiciclo. Se trata de que, en la situación actual
del país, cuando es obvio que las políticas de ajuste encaminadas a
reducir la masa salarial directa e indirecta que reciben los
proletarios no han terminado, cuando el incremento de la producción
industrial se hace sobre la base de una precarización absoluta del
empleo, a la burguesía le resulta más útil que el papel principal
lo juegue un partido que no carga sobre sus espaldas con la
responsabilidad de salvar la cara frente a los proletarios, un
partido que puede mostrar diariamente la versión más dura de las
exigencias capitalistas sin desgastar su credibilidad. Las diferentes
combinaciones que eran posibles para formar un gobierno, y el boicot
que han sufrido todas aquellas que no pasasen por una alianza
PSOE-PP, muestran la realidad sobre la supuesta división de poderes,
la fuerza del Parlamento como institución central de la democracia,
etc.
La
izquierda parlamentaria y extra parlamentaria acusa de traición al
PSOE. Según ellos un “golpe de Estado” interno ha conseguido
desalojar a la dirección izquierdista y poner en su lugar a una
“mafia” partidaria de llevar a cabo el pacto con el PP que
finalmente ha tenido lugar. Ignoran, o pretenden ignorar, el papel
que el PSOE ha tenido en la democracia española desde el nacimiento
de este. El PSOE, prácticamente inexistente durante el franquismo,
fue una creación de diseño y manufactura germano-americana: un
partido socialdemócrata al uso, financiado con fondos de la
Fundación Ebert, encargado de canalizar el empuje de los proletarios
en una época crítica del capitalismo español hacia la defensa de
los intereses nacionales y el respeto escrupuloso a la democracia. La
función del PSOE, cuya mayor fuerza radica en Cataluña y Andalucía,
es decir, en dos de las zonas históricamente más combativas del
proletariado español y en las que ha jugado un papel de
desmovilización increíblemente eficaz, es la estabilidad nacional.
El PSOE ha sido el partido del Estado español, identificado
plenamente con la función de hacer viable el país post-franquista
imponiendo en él los sacrificios más duros a la clase proletaria.
Es por eso que, en un momento de crisis institucional como el que ha
vivido el país en los últimos meses, todos los resortes del partido
han saltado y dirigido a este hacia una solución conciliadora con
el Partido Popular que permite, por lo menos, salvar temporalmente la
situación. Se puede dar por seguro que, mientras que el gobierno del
PP no se desgaste lo suficiente como para requerir un recambio, el
PSOE le apoyará en todos sus trances importantes.
Frente a
ello Podemos aparece como la gran esperanza blanca de la oposición.
Después del fallido asalto a los cielos, de sus intentos por llegar
a acuerdos con el PSOE, pero, sobre todo, después del inmenso
esfuerzo que ha hecho por lograr que todas las esperanzas se pusieran
en el juego parlamentario, por repetir una y mil veces que la lucha
está en el Parlamento y no en la calle, ahora jugará el papel de
oposición radical, trufada de gestos y boutades. Podemos va a
vitalizar la Cámara con su teatro y a la vez va a tratar de no
perder la opción de movilizar la calle para cuando, como es seguro,
llegado el momento, se necesite de un partido con presencia en ella
para volver a salvar una situación de tensión social como la que se
ha vivido como consecuencia de la crisis capitalista.
Todos los
movimientos políticos, electorales e institucionales que se han
visto en los últimos años se corresponden con una crisis de fluidez
de las relaciones sociales burguesas. La crisis capitalista
inevitablemente lanzó a la calle a los proletarios y, desde el
primer momento, la burguesía puso en escena todas sus fuerzas para
controlar un posible estallido social. Estas fuerzas, debidamente
orientadas, van desde la versión izquierdista que constituyen todos
los grupos aparecidos para imponer las exigencias democráticas como
única bandera en las movilizaciones obreras, hasta los distintos
intentos de fabricar un partido parlamentario a la izquierda del
PSOE; pasando, claro está, por los encargados de la represión
directa, etc. Y todos estos movimientos se dirigen hacia un único
fin: que el proletariado no se coloque sobre el terreno de la lucha
de clase, de la defensa de sus intereses inmediatos por medio de los
medios de lucha que le son propios (la huelga indefinida, sin
preaviso ni servicios mínimos, la construcción y defensa de sus
organizaciones, la solidaridad con todos los estratos de su clase, la
lucha en la calle, etc.) y, por supuesto, de la lucha política
contra la burguesía y su Estado.
La crisis
social no ha estado ni siquiera cerca de precipitar esta lucha sobre
el terreno de clase, pero ha supuesto un jalón en el deterioro del
andamiaje social que mantiene intacto el edificio burgués. Ha
reducido drásticamente las condiciones de vida de los proletarios;
ha dejado los salarios, especialmente los de las capas más
indefensas de la clase obrera, a niveles de hambre; ha dado la
estocada a los servicios sociales básicos que, siendo parte del
salario indirecto que el conjunto de la clase burguesa paga a los
proletarios, tienen como función cubrir las necesidades más
urgentes de salud y bienestar. En pocas palabras, la crisis ha ido
levantando el velo de la realidad capitalista. Lentamente los
amortiguadores sociales que la burguesía maneja para evitar los
estallidos proletarios en momentos de dificultades económicas, han
ido erosionándose. Y con ello hemos asistido a los primeros síntomas
de una tensión social que ya no se ha podido controlar a través de
los medios habituales. La burguesía ha necesitado recurrir a un
cambio en el mismo sistema representativo, introduciendo dos nuevos
partidos entre los dos que habían hecho su función durante 40 años.
Por ahora, con esto, ha bastado. Pero, mirando más allá de los resultados
inmediatos, puede verse que únicamente se ha salvado un bache. La
reactivación económica que los propagandistas burgueses cacarean a
todas horas se está realizando sobre las espaldas de una clase
proletaria cada vez más empobrecida y carente de reservas; los
niveles de empleo ni llegan a estar como antes de la crisis ni
responden a unas condiciones laborales que permitan siquiera malvivir
a buena parte de los proletarios; la represión en las empresas y en
todos los terrenos se acentúa. La próxima crisis, que algunos
economistas burgueses ya señalan en los próximos años, supondrá
la constatación de que la sociedad capitalista sólo puede prometer
miseria y sufrimiento a los proletarios. Y de que estos sólo pueden
aspirar a salir de esta situación tomando la vía de la lucha
abierta contra la burguesía.
El engaño
electoral, que la burguesía esgrime en los países del capitalismo
más desarrollado con una periodicidad sorprendente (prácticamente
se vota cada año, a instituciones que incluso sobre el papel apenas
tienen funciones realmente importantes, pero para las que lo
importante es que se vote continuamente) refuerza una idea con la que
la burguesía bombardea diariamente a los proletarios desde los
medios de comunicación, en el puesto de trabajo, en las escuelas…
Todas las diferencias pueden ser resueltas si se acepta el medio
parlamentario. Mientras funcione este engaño, la burguesía está
tranquila. Ella somete al proletariado por la fuerza, le extorsiona
la plusvalía amenazándole con el desempleo y el hambre, modifica a
su antojo sus condiciones de vida en los barrios obreros, reprime con
dureza a su juventud y encarcela y asesina a aquellos proletarios más
decididos que se atreven a plantar cara de manera directa al enemigo
de clase. Pero exige al proletariado que no responda ni en el puesto
de trabajo mediante la huelga, ni en los barrios obreros mediante las
asociaciones que defienden su supervivencia inmediata; le exige que
no se rebele contra la presión diaria de la policía sobre los
jóvenes, contra las detenciones arbitrarias de los inmigrantes… Le
exige, en una palabra, que mientras ella le oprime a diario, él se
limite a votar y a expresar su confianza en que las instituciones
democráticas algún día resuelvan sus problemas.
Pero, a
medida que el mundo capitalista se va revelando como un mundo en el
cual el proletariado no puede esperar otra cosa que una vida
miserable, el engaño electoral irá desmoronándose. En los últimos
meses la burguesía ha logrado presentar a sus dos nuevos partidos
como un ejemplo de que los proletarios deben confiar en el Parlamento
como única manera de solucionar sus problemas. Pero las futuras
crisis económicas, que darán como resultado crisis sociales cada
vez más intensas, desgastarán esta farsa como lo han hecho con las
anteriores. Entonces los proletarios experimentarán abiertamente qué
significan Parlamento y Democracia, armas de su enemigo que se
volverán contra él en el momento en que con su lucha ponga en
cuestión el dominio de la burguesía. Esas futuras tormentas
sociales probablemente no están tan lejos como se pretende y con
ellas deberá volver la lucha de la clase proletaria, por encima de
los cantos de sirena que hoy le atan a su enemigo de clase y a su
Estado.
Por el
retorno a la lucha anti-democrática y anti-parlamentaria de la clase
proletaria
Por la
defensa intransigente de las condiciones de vida del proletariado
Contra
cualquier gobierno y oposición burgueses
Por la
reconstitución del Partido Comunista
30 de octubre de 2016
Le Proletaire-Programme
Comuniste-Il Comunista-Proletarian-El Programa Comunista-El
Proletario