Madrid: Maquinaria de guerra electoral contra el proletariado
Las elecciones a la presidencia de la Comunidad de Madrid se han presentado como una especie de plebiscito sobre las diferencias existentes entre el gobierno central y el de esta comunidad y, a partir de estas, como un enfrentamiento entre las pretendidas diferencias entre la gestión que ambas instituciones han realizado, cada una en sus ámbitos, de la pandemia Covid-19 y sus consecuencias económicas, políticas y sociales. De un lado, el bloque de gobierno madrileño, con el Partido Popular en primer lugar y flanqueado por los ultras de Vox y el centro derecha de Ciudadanos. Del otro lado, el bloque de izquierdas conformado por PSOE, Más Madrid y Podemos.
Entre los primeros, el Partido Popular madrileño ostenta el poder en uno de los últimos territorios con proyección nacional del PP y, en cierta medida, es la barrera que separa a este partido de hundirse en una más que probable crisis de descomposición, toda vez que la Comunidad de Madrid ha estado bajo su mando durante los últimos 26 años y en ella se ha desarrollado buena parte de su estructura nacional, sus vínculos con los sectores de la burguesía que han apoyado sus gobiernos, sus fuentes de financiación, etc. Por su parte Ciudadanos, un partido que en los últimos años ha servido como comodín para cubrir un espectro electoral de centro derecha deshecho por los casos de corrupción imputados al PP, culminará con su probable salida del parlamento regional un lento mutis por el foro que comenzó con su fracaso como mascarón de proa de las corrientes constitucionalistas en las elecciones catalanas de 2017. Finalmente, Vox es una escisión del Partido Popular reflotada precisamente ante el fracaso de la operación Ciudadanos y que aglutina sin disimulos a ultraderechistas junto a las corrientes derechistas más duras que durante décadas cohabitaron con los liberales y los demócrata-cristianos en el PP, y ejerce precisamente como fuerza de estas corrientes para imponer su criterio desde fuera al PP.
En el bloque de izquierdas, el PSOE todavía controla buena parte de los votos obreros de la periferia madrileña y habla sin tapujos de reeditar en Madrid la coalición gubernamental que salió de las elecciones generales de 2019 sumando a ella a Más Madrid. Este último partido es básicamente un conglomerado de arribistas sin otro criterio político que mantener cierto volumen de votos entre la pequeña burguesía profesional que padece las consecuencias de una presión económica cada vez mayor para mantener su status quo regional. En último lugar Podemos trata de reverdecer la posición como verdadero partido de la izquierda popular que pudo tener desde 2014 hasta 2017 y que, desde luego está muy comprometido por sus dos años en el gobierno nacional.
Democracia o fascismo, comunismo o libertad, ese es el tono grandilocuente con el que ambos bloques quieren presentar las elecciones madrileñas como una prueba de fuego para el conjunto del país y como una muestra de la oposición irreconciliable entre ambos bloques. Las amenazas de muerte, el abandono de los debates, etc., cumplen con esa función, mientras los mitos de la “libertad” o el antifascismo se esgrimen de nuevo en los mítines. Por su parte la prensa, verdadero altavoz de unos partidos que apenas tienen militancia propia y que por sus propios medios pasarían desapercibidos, se esfuerza a diario por presentar las elecciones como una crisis de la democracia que sólo uno de los dos bloques puede solventar: la libertad de Ayuso contra el traidor Sánchez, para los medios de la derecha, o los derechos sociales que abanderaría la coalición izquierdista contra los ultras de Vox y PP, para los medios de “izquierdas”.
Pero esta crisis de la democracia no es real, no existe. La democracia, en todas sus formas, es el sistema que el conjunto de la clase burguesa utiliza para gobernar a la clase proletaria y al resto de clases subalternas. En ella, lo esencial no es la victoria de uno u otro partido, pese a que cada uno represente intereses de un sector específico de la burguesía y la pequeña burguesía, sino imponer en el proletariado la creencia de que el Estado de clase burgués es realmente un instrumento neutral mediante el cual defienden los intereses generales. Y, por lo tanto, que la competición electoral, la representación parlamentaria, los diferentes gobiernos que surgen de esta, etc., pueden representar de manera total o parcial los intereses individuales o colectivos de los “ciudadanos”. Esta ilusión cumple la función de desmovilizar a una clase proletaria que debido a la posición que ocupa en la sociedad burguesa, se ve continuamente empujada a luchar, a resistir las agresiones que continuamente padece contra sus condiciones de vida. La ficción de un Estado que representa a todas las clases sociales y que es capaz de armonizar sus intereses tiene como objetivo que la clase proletaria abandone cualquier atisbo de lucha en defensa de sus propios intereses y busque amparo en ese Estado que realmente pertenece, de manera exclusiva, a su enemigo de clase. Es por ello que tanto PP-VOX-Ciudadanos como PSOE-Más Madrid-Podemos ponen todo su empeño en salvaguardar, en primer lugar, la necesidad de fortalecer la democracia a través del voto a su bloque. Ambos se acusan mutuamente de querer acabar con la democracia, bien sea transformándola en una dictadura “bolivariana” o en una “fascista”.
Esta confrontación tan melodramática, estos aspavientos tan vistosos que se hacen en favor de un Estado que estaría al borde de su ruptura, responden en realidad a una tensión social larvada que requiere altas dosis de propaganda democrática para no salir a la superficie. La verdadera crisis social, la que afecta a la clase proletaria con especial dureza desde que comenzó la pandemia, tiene una fuerza muchísimo mayor que el teatro que se representa en la campaña electoral.
Es una crisis basada en dos aspectos fundamentales: en primer lugar en una crisis económica de gran escala que, precipitada por las medidas tomadas para la contención de la pandemia, ha hecho crecer la miseria entre amplios estratos proletarios hasta niveles desconocidos en las últimas décadas. Así, al paro, mal tapado por ahora con los ERTEs, a la falta de ingresos de buena parte de las familias obreras que ya antes padecían situaciones terribles, se suma un colapso de los resortes básicos de la sanidad, la asistencia social, etc., que ha contribuido a empeorar drásticamente las condiciones de vida de la parte más débil del proletariado. Por otro lado, las medidas que la burguesía en su conjunto ha tomado tanto para amortiguar el efecto de la pandemia como para reflotar la economía, se han cargado directamente sobre los hombros de este proletariado exhausto. Desde los ERTEs que ha permitido aplicar sin restricciones el gobierno de PSOE y Podemos y que han dejado en el limbo a centenares de miles de trabajadores que ven cómo su sueldo se reduce cada vez que la empresa para la que trabajan decide prescindir de ellos “por causas objetivas”, hasta la absoluta libertad dada a los grandes y pequeños negocios para abrir sus puertas mientras miles de proletarios enferman cada día acudiendo a su puesto de trabajo, pasando por una represión policial a la que se ha dado carta blanca. Todas las corrientes políticas que concurren a las elecciones madrileñas, a excepción de Más Madrid, han tenido responsabilidad en gobiernos de uno u otro nivel durante el último año. Todos han ejercido como fieles defensores de los intereses de clase de la burguesía, disciplinando al proletariado, obligándole a ir a trabajar durante lo más crudo de la pandemia, promoviendo de una manera u otra una legislación que anula los derechos de reunión, circulación, etc., mientras se imponen medidas draconianas para garantizar la producción.
Esta crisis social, que inevitablemente transforma el país en un polvorín potencial, requiere un sobre esfuerzo por parte de todas las facciones burguesas para que los elementos esenciales del control social se mantengan incólumes. Y de entre ellos la defensa de la democracia es el primero. Pablo Iglesias se sentaba junto a Grande Marlaska en el Consejo de Ministros mientras este permitía a la policía disparar con fuego real a los manifestantes de Linares. Ahora clama contra el fascismo. Ayuso retiró el servicio de comedor escolar a los estudiantes de las familias proletarias más pobres durante los peores días de la pandemia. Ahora carga contra el gobierno por crear las llamadas colas del hambre.
El bloque de la derecha, que se promete como ganador, defiende sin tapujos los intereses de los grandes y pequeños empresarios garantizando que levantará todas las restricciones comerciales impuestas por motivos sanitarios, garantizando que estos tendrán mano de obra que explotar aún sin medidas para proteger su salud. Con ello se convierte en el adalid de la inmensa capa de la pequeña burguesía profesional de la ciudad, de los cuadros medios de las grandes empresas afincadas en ella y de los pequeños comerciantes que les surten de servicios de hostelería, hospedaje, etc., a los que promete, además, una política de abierta hostilidad contra el resto de comunidades autónomas. Su programa es abiertamente anti proletario y exige, sin ambigüedades, que la clase obrera se pliegue a las necesidades de la pequeña y gran burguesía local que necesita reactivar el flujo económico. Pero con ello lo único que hace es cumplir, a escala local, lo que PSOE y Podemos ya han hecho a escala nacional: sobre estos dos partidos ha recaído la responsabilidad de obligar a los proletarios a ir al trabajo, a usar un transporte público atestado, a permanecer encerrados en casa mientras les despedían o les reducían el sueldo. Las necesidades específicas de una región como la madrileña, que vive de explotar a los proletarios locales pero también de expoliar a las clases medias de las regiones cercanas, imponen una política más agresiva en lo referente a la supresión de las restricciones, pero la lógica es exactamente la misma que la seguida por el gobierno central a lo largo del último año.
Por su parte, el bloque de izquierdas promete mejoras en la sanidad, medidas de “salvamento económico”, e incluso una “banca pública madrileña”. Todo ello poco creíble para una gran mayoría de la clase proletaria que les ha visto actuar durante un año en su contra. Son estos partidos y sus políticas anti proletarias los que han abierto las puertas a la extrema derecha representada por VOX. Son ellos quienes han cumplido perfectamente con su labor de represión de la clase obrera y han reforzado con ello a una pequeña y gran burguesía que no ve delante de ella a ningún enemigo y que, por lo tanto, tiene plena confianza en poder imponer sus exigencias sin necesidad de adornarlas con algún tipo de ropaje “social”.
La maquinaria de guerra electoral apunta directamente al corazón de la clase proletaria. Su objetivo es garantizar el sometimiento de esta a la política de la colaboración entre clases que, en estos momentos, únicamente significa sacrificio continuo del proletariado en favor de las necesidades de la clase burguesa. Sobre este terreno, la labor del oportunismo PSOE-Podemos a lo largo del último año ha logrado ya imponer las peores restricciones a los proletarios y ha dejado el camino abierto a que las corrientes abiertamente anti obreras, que defienden sin tapujos este sacrificio, controlen el gobierno regional.
La defensa de los intereses proletarios, inmediatos y futuros, no pasa ni pasará nunca por la "lucha electoral" que el sistema democrático burgués ha instituido para desviar y engañar a las masas. Los proletarios poseen objetivamente una gran fuerza social porque constituyen la clase que produce toda la riqueza social; riqueza de la que la clase burguesa se apropia enteramente obligando a los proletarios a vivir con un salario miserable, a someterse a condiciones de existencia cada vez más inciertas y precarias, a vivir día a día sin poder contar con un futuro próximo ni para ellos ni para sus hijos. La clase burguesa condena a los proletarios a sacrificar sus vidas en favor del beneficio capitalista, tanto en la paz como en la guerra, mientras que el sistema democrático funciona como una caja de compensación en la que dirigir todas las tensiones sociales generadas constantemente por las contradicciones de esta sociedad.
Pero la presión que lentamente se va acumulando en el subsuelo social no puede aliviarse mediante artificios de este tipo. El tiempo que la burguesía gana con este tipo de circos únicamente le garantiza que la explosión, cuando llegue, será mayor. La clase proletaria deberá, llegado ese momento, volver al camino que marca su lucha de clase, revolverse tanto contra sus enemigos abiertos como contra sus falsos amigos. El combate pasará a librarse, en ese momento, lejos del show electoral: será sobre el campo abierto del enfrentamiento entre clases donde se dirima la verdadera crisis social.
La lucha de clases es el único recurso real con el que pueden contar los proletarios. De las elecciones burguesas y del sistema democrático que en el fondo sólo responde a los intereses de la clase burguesa dominante, los proletarios no tienen nada que ganar: como esclavos asalariados se les pide que voten su condena a la esclavitud asalariada de por vida.
¡Contra la farsa electoral!
¡Por la reorganización clasista del proletariado!
¡Por la lucha de clase proletaria!
26/04/2021 - Partido Comunista Internacional (El Proletario) - www.pcint.org