|
Ferroviarios detenidos en la huelga de 1917 |
LA HUELGA GENERAL
REVOLUCIONARIA DE 1917
“La huelga ferroviaria
dejó su huella en la ciudad y los socialistas pincianos pagaron el
fracaso.” (Palomares, 39).
Hace ahora 100 años (10
de agosto de 1917), la clase obrera vallisoletana supo estar a
la altura de las circunstancias.
Todo había comenzado, en realidad, un año
antes: la huelga general ferroviaria, organizada en agosto de 1916,
concluyó con un acuerdo que fue entendido de manera diversa por las
partes: la aplicación a medias de este acuerdo provocó una
inestabilidad creciente entre los ferroviarios. A esto se unieron
diversos hechos políticos como las juntas militares y la asamblea de
parlamentarios, que contribuyeron a crear una situación totalmente
insostenible para el régimen de la restauración.
En marzo de 1917, como
preludio de lo que sucedería en agosto, la UGT y la CNT firman un
manifiesto conjunto en Madrid afirmando que proclamarán la huelga
general insurreccional en caso de necesidad y la unidad de acción.
Tras la firma del manifiesto (27 de marzo), buena parte de los
participantes fueron detenidos por el gobierno. Ese fue el
pistoletazo de salida para la agitación obrera en Valladolid.
La huelga general se
inició entre los ferroviarios, para extenderse al día siguiente a
todas las fábricas y talleres de la localidad. El 31 de marzo se
proclamaba el estado de guerra. El 1 de abril desde Madrid se
conminaba a los organizadores a abandonar la huelga. Hubo disturbios
por parte de los obreros ferroviarios y más de medio centenar de
detenidos. Estas protestas concluyeron no porque el Gobierno hiciese
nada, sino porque la misma organización obrera hizo que terminase,
porque no quería entonces la huelga. Óscar Pérez Solís fue
acusado por los líderes del PSOE de haber actuado a la brava y
precipitadamente.
Tras estas movilizaciones
obreras, estallan dos movimientos de la burguesía: las juntas
militares y la asamblea de constituyentes. Los burgueses intentaban
de este modo llevar a cabo su revolución: pensaron que podían
utilizar al proletariado, pero se vieron de pronto rebasados por la
izquierda, desbordados por un movimiento homogéneo, que sabía lo
que quería y estaba dispuesto a alcanzarlo. La burguesía se encerró
en una postura reaccionaria, por sus vinculaciones con el
latifundismo, y para apoyar su inseguridad frente a los obreros buscó
el apoyo del ejército: la dictadura de Primo de Rivera sería el
resultado.
Pero antes de esto, el
proletariado había quebrado los mecanismos políticos que tan
cuidadosamente elaborara Cánovas.
Durante el verano de
1917, la agitación obrera fue enorme, julio y agosto fueron los
meses de actividad más intensa; ferroviarios, metalúrgicos y
mineros, los sectores más bulliciosos. El miércoles 18 de julio
estallaba la huelga de Valencia, huelga de ferroviarios y tranvías
(*Las acusaciones de infiltración fueron varías: se decía que el
gobierno había precipitado la huelga en Valencia para inutilizar el
movimiento conjunto del proletariado). Esta acción obrera que se
iniciaba en Valencia, fue, sin lugar a dudas, el primer paso para la
huelga general; no fue su causa, que esta se venía gestando desde
tiempo atrás, pero determinó su inoportuno comienzo.
La huelga comenzada en
Valencia el 18 a las doce de la noche, afectó al 70 por 100 de los
ferroviarios y portuarios. En la madrugada del 19 se sumaron obreros
de otras ramas. A media mañana los tranviarios y ferroviarios de la
Central de Aragón se adhirieron al movimiento. El día 20 el cierre
de comercios, fábricas y talleres fue general. El 21 la anormalidad
se mantenía y el general Tovar declaró el estado de guerra. El 23,
excepto en algunas barriadas, la situación se fue normalizando. El
26 parecía todo resuelto: sólo quedaba latente, endémico, el
problema ferroviario, motor de la crisis. De Valencia, el problema
pasaría a Madrid y se correría a todos los ferroviarios de la
Compañía del Norte, desembocando en la huelga general del 13 de
agosto.
A las reivindicaciones
del año anterior se unía ahora la demanda de readmisión de los
despedidos valencianos. La compañía se negó. Entonces, por
solidaridad, todos los empleados anunciaron que el 10 de agosto irían
a la huelga. El día 8 de agosto, la Comisión ferroviaria de
Valladolid lanzaba un manifiesto en el que, definitivamente, se
fijaba la medianoche del día 10 para comenzar la huelga.
EL ESTALLIDO
REVOLUCIONARIO
El día 9 de agosto, en
la Casa del Pueblo de Madrid, se reunió el Sindicato del Norte, que
era quien debía tomar la decisión última sobre la huelga. Por un
voto de mayoría el paro quedó decretado y se acordó declararla
para el lunes día 13. Se formó también un Comité de Huelga,
integrado por Largo Caballero y Anguiano por la UGT, Julián Besteiro
y A. Saborit por el Partido Socialista, y Virginia Gónzález
(vallisoletana y fundadora de la organización femenina socialista).
A pesar de que no se veía la oportunidad ni la fecha en esta huelga,
como se dijo: “antes que romper con los ferroviarios, preferían ir
todos juntos a un probable fracaso”.
A lo que parece, no hubo
gran conexión entre la UGT y la CNT; aquella organizó y decidió la
huelga y está la siguió, actuando a su manera. Así, Cataluña
desarrolló la huelga pero a su aire, al margen de las consignas de
Madrid.
El 10 de agosto se inició
la huelga de ferroviarios en la red del Norte, que el día 13 se
hacía general, corriéndose a diversas zonas del país en las que
alcanzó fuerte intensidad. El movimiento se esparció velozmente,
pero los núcleos de mayor actividad fueon Madrid, Barcelona y
Valencia. En Cistierna (León) se llegó a proclamar la República.
Especialmente sangrientos fueron los sucesos de Sabadell y Bilbao.
|
Disturbios en las calles de Madrid |
En Madrid, tras duros
enfrentamientos, el cierre de sedes obreras y la detención del
comité de huelga, la huelga se diluyó, y el día 18 estaba
realmente terminada. Cuadro Caminos, Guindalera, Chamartín, Ventas y
Vallecas fueron los centros neurálgicos de la agitación. La
actuación de los trabajadores fue muy valiente. A pesar de las
ametralladoras y el fuego de fusilería sin contemplaciones de la
tropa, mujeres y hombres permanecían firmes tras las barricadas
arrojando piedras y algún que otro disparo de quien poseía un arma.
En Barcelona, el día 13 el paro era general. Esa misma tarde, tras
la declaración del estado de guerra se iniciaban tiroteos por las
calles. Así se sucedieron los enfrentamientos hasta el día 16 en
que las tropas deshacían las barricadas obligando a los transeúntes
a rehacer el pavimento.
Los obreros, en los
acontecimientos huelguísticos de aquellos días, frente a las fueras
del orden, se presentaron escindidos y mal armados. La esperanza de
un apoyo por parte de las clases medias del ejército (las juntas
revolucionarias) fueron duramente liquidadas estos días: el
proletariado español aprendió en sus carnes la verdad de un
ejército reaccionario. No hubo aquí, en ningún momento,
posibilidad alguna de confraternización como se pretendiera (o como
en ese mismo instante se realizaba en los soviets de obreros,
soldados y campesinos de Rusia). Era imposible vencer de otro modo.
El día 10 de agosto ya
se anunciaba en Valladolid una amplia jornada de huelga, impulsada y
alentada por las organizaciones socialistas locales en solidaridad
con los 43 despedidos de la Compañía del Norte de Valencia. Los
primeros en parar fueron, cómo no, los ferroviarios, a los que luego
siguieron obreros metalúrgicos de los talleres Gabilondo y Miguel de
Prado, albañiles, tipógrafos, panaderos, pintores, carpinteros…
Tres días más tarde se declaraba el Estado de Guerra en la ciudad.
La represión en Valladolid, centro del sindicato de los
ferrocarriles del Norte, fue durísima. Sobre todo en dichos talleres
ferroviarios donde los despedidos fueron más de 200. Los detenidos
rondaban el centenar, el centro obrero fue clausurado y los líderes
obreros y socialistas sometidos a duras penas (cadena perpetua) y
severos seguimientos.
En toda España se habían
producido alrededor de 2000 encarcelamientos. Tras los juicios (y el
consejo de guerra del 29 de septiembre), las manifestaciones públicas
en pro de los hombres del Comité de huelga se sucedieron, alcanzando
una notable extensión e intensidad en noviembre, concluyendo
seguramente en las elecciones de febrero de 1918 que llevaron a los
miembros del Comité de Huelga (del PSOE) del penal a los escaños
del Parlamento.
El 20 de agosto la huelga
había terminado en toda España, menos en Asturias, donde duró tres
semanas -en algunas minas más de un mes- anticipando lo que
sucedería en 1934. El 16 de septiembre, el Sindicato Minero difundía
la siguiente hoja:
“Compañeros:
Cumplida nuestra misión de solidaridad con los obreros ferroviarios,
que ya han dado por terminada la lucha, y creyendo que el sostener la
lucha sería aumentar el número de víctima, cosa que a todo trance
es preciso evitar, pues bastantes lágrimas y dolores nos ha costado
hasta el presente, creemos hacer un bien a nuestra causa y a la de la
clase obrera en general aconsejándoos que el lunes día 17 reanudéis
las labores y que deis por terminada la huelga, dejando para el
porvenir los problemas que ahora quedan pendientes”.