ELECCIONES: LA SOGA EN EL CUELLO PROLETARIO
Los acontecimientos de este año, desde las elecciones municipales a esta segunda vuelta de las generales, muestran al proletariado dos cosas.
En primer lugar, que la burguesía es capaz de vivir sin un gobierno parlamentario, que no lo necesita. Durante todo el periodo electoral y, después, con el largo intermedio entre las elecciones de diciembre del año pasado y las próximas de junio, el Estado no ha dejado de funcionar; el dominio de clase de la burguesía no ha cesado. No se ha dejado de recaudar impuestos, la economía nacional no se ha venido abajo, los negocios burgueses no se han resentido, la policía no ha dejado de detener y encarcelar (incluyendo a un miembro del Sindicato Andaluz de Trabajadores que participaba en Podemos y a los trabajadores de Extruperfil que libran una huelga de varios meses contra los despidos en su empresa). El curso de la dominación de la clase burguesa sobre la clase proletaria, el mantenimiento de la explotación en el puesto de trabajo, de la extracción de la plusvalía que la clase de los patrones necesita para existir, no ha tenido tregua. Y es que la “normalidad”, que para los proletarios implica explotación y represión cuando se deciden, aun tímidamente, a amenazar con romper las cadenas que le atan a la sociedad burguesa, no necesita un gobierno formalmente reconocido por las instituciones democráticas para mantenerse inalterada. El circo electoral y el parlamentarismo sólo son ilusiones con las cuales la burguesía hace creer a la clase obrera en los mitos de la igualdad ante la ley, de su participación en igualdad de condiciones en el gobierno de la sociedad y, sobre todo, en la posibilidad de transformar su suerte mediante el voto. Estos meses han enseñado, claramente, que estos mitos carecen de todo fundamento desde el momento en que la burguesía misma ha podido prescindir de un gobierno elegido democráticamente y nada ha cambiado, desde el momento en que la supuesta máxima autoridad democrática del país ha podido estar ausente durante varios meses y nada ha pasado.Y es que la burguesía, para continuar explotando al proletariado, para mantenerlo bajo su talón de hierro, necesita, esencialmente, que este mantenga su ilusión en que los mecanismos democráticos son los únicos que pueden librarle del mundo de miseria en el que vive. Por lo tanto, manteniendo esta ilusión, ni siquiera requiere que estos mecanismos funcionen. El Estado, verdadero órgano de dirección y ejecución de sus intereses de clase en el país, seguirá funcionando porque es ajeno al Parlamento, porque es una fuerza que permanece al servicio de la burguesía independientemente de quién sea el que ocupe el sillón presidencial en la Moncloa o en la Carrera de San Jerónimo. La fuerza real del Estado se oculta detrás del velo democrático y es inapelable por mucho que el voto parezca que puede alterar su naturaleza: el parlamentarismo es únicamente un engaño que busca hacer creer a los proletarios que un día, cuando reúnan las suficientes fuerzas electorales, cuando haya un partido “honesto”, la burguesía aceptará desmontar su órgano de dominio de clase y les entregará el poder. Estos meses hemos visto cómo mientras las Cortes deliberaban sobre un objetivo imposible, mientras los proletarios se ilusionaban con un gobierno de izquierdas y, con lo que queda por delante, mientras piensen que las próximas elecciones les acercarán un poco más a la salida de la miseria que la crisis capitalista ha llevado a sus barrios y empresas, la ilusión democrática cumple su función sin tener siquiera que mantener las formas más elementales.
En segundo lugar, que todo el circo “del cambio”, los Ayuntamientos “progresistas” de Madrid, Cádiz o Barcelona, el “asalto a las instituciones” han mostrado su verdadera cara a las primeras de cambio. Las elecciones de diciembre dejaron las Cámaras legislativas más parecidas posible a aquellas que la burguesía pone como modelo: un Parlamento fuerte, de composición diferente a la que tendría el gobierno, con importante representación de las minorías… ¡Y ha sido disuelto a los dos meses escasos de constituirse! Si el bipartidismo había sido vendido como el peor de los males que afectaban a la democracia española y los Podemos, Mareas, etc. como la solución a este, han bastado sesenta días para mostrar que el bipartidismo es la forma más eficiente de gobierno democrático en España y que ni siquiera sobre un aspecto tan trivial como la composición parlamentaria la burguesía va a ceder lo más mínimo. La eficiencia gubernamental requiere de una plena subordinación de los poderes legislativo y judicial al ejecutivo y, además, que haya una composición estable en estos dos para absorber todas las tensiones que puedan producirse en ellos. Como en una gran empresa burguesa, la unidad de mando, incluso en los aspectos secundarios de este, es esencial y si las elecciones alteran lo más mínimo esta unidad… se convocan nuevas elecciones. Y así hasta que sea necesario.
Los partidos del nuevo oportunismo político no cesan de decirle a los proletarios que deben abandonar la calle y las luchas en sus puestos de trabajo y en sus barrios para poder construir una alternativa política. Bien, estos dos meses han mostrado la alternativa que el proletariado puede esperar en el circo democrático: no sólo subordinar sus intereses de clase a los intereses de la nación, es decir a los intereses del capitalismo nacional, sino que además deben aceptar todos los chantajes del juego parlamentario y embutirse en el traje de la “responsabilidad política” que permite un gobierno estable. Estos partidos comenzaron, durante las movilizaciones de los años 2.012 y 2.013, planteando un programa aparentemente intransigente que pasaba por desalojar a los “políticos tradicionales” de la Moncloa. Después aceptaron las componendas con la “izquierda tradicional” a la que antes denostaban por traidora porque eran necesarias para gobernar. Ahora renuncian no sólo a gobernar, sino también a hacer de oposición en el Parlamento para que el país tenga un gobierno que pueda ejercer sus funciones sin demasiados sobresaltos. Desde el primer momento su única función fue meter a los proletarios, que podían alterar el orden social, en el juego parlamentario. Una vez lo han conseguido ni siquiera se molestan en guardar las formas y ceden en todo punto ante aquellos a quienes decían combatir.
Los proletarios no deben llorar la muerte del Parlamento. Sólo se ha evidenciado aquello que sucedió hace muchas décadas. El Parlamento no significaba nada para la burguesía, únicamente era la manera de atar a los proletarios para que respetasen el verdadero gobierno de la sociedad: aquel que la clase burguesa ejerce sobre la clase proletaria para mantener la explotación cotidiana bajo la que vive en el mundo capitalista. Los proletarios no deben lamentarse por la traición de los partidos pseudo obreros, aquellos que llaman a participar en las instituciones democráticas como única vía para la lucha: tampoco significaban otra cosa que el canal directo entre los proletarios y la burguesía, a través del cual esta les hacía aceptar sus exigencias: son, han sido y serán para el proletariado lo que la cuerda ha es, ha sido y será para el ahorcado.
Los proletarios deben sacar las lecciones que les proporcionan estos meses. Ni el fantasma electoral, ni el show parlamentario, ni las promesas de regeneración democrática… son otra cosa que armas en manos de sus enemigos. Cualquiera que sea el gobierno que salga de las próximas elecciones, bajo cualquier parlamento, deben ser conscientes de que los verdaderos problemas de su clase se resuelven en otro lugar. Sólo la lucha por la defensa intransigente de sus intereses de clase, que van desde las exigencias laborales por el salario, la jornada laboral o las muertes en el trabajo a aquellas referidas al problema de la vivienda o la habitabilidad de los barrios obreros, pasando por las relativas a la lucha contra la opresión exacerbada que por cuestión de raza, sexo, edad, etc. sufre como un plus de tiranía en la sociedad burguesa; sólo esta lucha llevada a cabo a través de medios y métodos de clase, que pasan por no conciliar sus exigencias con las necesidades de la economía nacional ni en los puestos de trabajo ni en cualquier otro ámbito, por utilizar la huelga sin preaviso ni servicios mínimos y de duración indefinida, por romper las divisiones que la burguesía levanta entre proletarios hombres y mujeres, entre nativos y extranjeros, entre jóvenes y ancianos; sólo esta lucha puede contrarrestar la presión que la burguesía ejerce sobre el proletariado sobre el terreno inmediato.
Pero incluso esta lucha no será suficiente. Únicamente podrá atenuar la situación de miseria que, cada vez más intensamente, viven los proletarios. Para acabar definitivamente con ella, el proletariado deberá elevarse del terreno inmediato al general, de la lucha económica a la lucha política. Para ello, deberá romper, en primer lugar, con la mixtificación democrática que le hace creer que los intereses de la burguesía y los suyos propios son los mismos. Que por lo tanto pueden conciliarse las diferencias en el marco de un Estado colocado por encima de las clases sociales y que puede hacer de árbitro entre ellas. Con ello, el proletariado deberá rechazar como el peor de sus enemigos a todo aquel que le proponga la utilización de la vía democrática (parlamentaria, judicial, municipal, etc.) para solventar sus luchas: sobre este terreno la clase obrera ha perdido la batalla antes de luchar y se entrega atada de pies y manos a la burguesía.
La verdadera lucha política del proletariado es la lucha por la destrucción del poder de clase de la burguesía, de su Estado, sea este democrático o dictatorial, con el fin de imponer su dictadura de clase, única vía para transformar el sistema de explotación y muerte que es el capitalismo en uno donde la especie humana pueda librarse finalmente de la explotación del hombre por el hombre. Para ello es imprescindible la reconstitución del partido revolucionario de la clase obrera, internacional e internacionalista, que es el verdadero órgano de combate con el cual, fuera y contra toda ilusión democrática de convivencia entre las clases, se podrá hacer desaparecer a la burguesía y a su Estado de la historia. Por lo tanto la lucha por su partido de clase, colocado sobre la vía histórica del marxismo revolucionario y de la inmutabilidad del programa comunista, es la primera tarea que deben asumir los proletarios que quieren romper con el marasmo del oportunismo político y económico que una y otra vez les sume en la derrota. Una tarea que no se mide con los plazos del juego electoral, que no promete éxitos inmediatos como hacen todos los sicofantes de la burguesía con sus programas, sino que requerirá de un largo y doloroso proceso histórico, cuajado de amargas derrotas y pequeñas victorias que no se pueden ponderar con un criterio inmediatista. Una tarea que necesita del concurso de las mejores fuerzas de los proletarios más dispuestos y que no les promete ni sillones parlamentarios ni concejalías en ayuntamientos ni tan siquiera el reconocimiento social con que la burguesía premia a sus siervos, pero que es la única vía que puede garantizar el éxito final de la lucha proletaria y por lo tanto la única vía para servir realmente a esta.
Por la defensa intransigente de las condiciones de vida y de trabajo de la clase proletaria.
Por el retorno del proletariado a la lucha de clase, anti democrática y anti burguesa.
Por la reconstitución del Partido Comunista, internacional e internacionalista.