Efectivamente, ante el déficit fiscal y la elevadísima deuda pública de Ecuador, que llega al 60% del PIB y es consecuencia, sobre todo, de la bajada del precio de las materias primas (productos agrícolas y petróleo) que Ecuador exporta a Estados Unidos y Europa, el Fondo Monetario Internacional se comprometió en marzo de este año a otorgar un crédito de 4.200 millones de dólares para los próximos tres años. A esta cantidad, se sumarán otros casi 6.000 millones de dólares procedentes de diferentes entidades financieras americanas y europeas. Pero la condición para liberar este dinero es la adopción, por parte del gobierno ecuatoriano de las ya conocidas medidas de contención del gasto y austeridad económica.
Contra estas medidas, el llamado “movimiento indígena” ha desencadenado una oleada de protestas que mantienen al país en vilo desde hace diez días y que ya han dejado cinco muertos y más de ochocientos heridos. La principal organización convocante es la Confederación Nacional Indígena Ecuatoriana (CONAIE), detrás de la cual se sitúan los principales sindicatos del país. Esta organización, creada en los años ´80 del siglo pasado, tiene en su haber la dirección de fortísimas protestas contra prácticamente todos los gobiernos de Ecuador de los últimos treinta años, habiendo dado lugar a manifestaciones masivas como las de 1.997 (derrocamiento del presidente Abdalá Bucanam) o 2005 (derrocamiento del presidente Lucio Gutiérrez) que la han convertido en la organización social de referencia en el país. De hecho, en Ecuador, un país donde se reconocen 14 nacionalidades indígenas, el 25% de la población puede considerarse de este origen, si bien el 80% del total es mestiza, lo cual hace que este tipo de organizaciones, que tienen una base local limitada a los llamados “pueblos originarios”, gocen de gran influencia entre las masas proletarias y semi proletarias de las grandes ciudades del país.
La población indígena es mayoritariamente campesina, dedicada al monocultivo de alguno de los productos que exporta el país (brócoli, patata, cebolla, trigo, cebada, etc.) y ha sufrido particularmente el expolio de tierras que se llevó a cabo en el país desde mediados del siglo XX, dando lugar a una inmensa capa social de desheredados que mal viven en el campo y las ciudades con una economía de subsistencia en el que el excedente se vende en mercados locales y que, por lo tanto, es increíblemente sensible a variaciones de los costes de producción, como el incremento del precio del petróleo que tendrá lugar una vez deje de ser subvencionado.
La clase proletaria ecuatoriana, que está compuesta tanto por los obreros de las grandes concentraciones urbanas como Guayaquil, Quito, Cuenca o Santo Domingo, nunca ha tenido un desarrollo, una concentración y una organización sobre las bases mismas de la organización capitalista del trabajo, tan fuertes como lo hayan podido tener los proletarios de Argentina, Brasil o México. Una inmensa capa de semi proletarios, dedicados a cualquier actividad, asalariada o no, sobrevive junto a ellos, entremezclándose, en ciudades con un desarrollo industrial que nunca ha sido muy elevado, a parte del sector petrolífero o la construcción. Pero su fuerza social reside, más que en el número, en las mismas condiciones de subdesarrollo económico del país, que vuelven miserables las condiciones de vida de la mayor parte de la población, atándola a formas sociales atrasadas incluso para las sociedades propiamente capitalistas.
Las revueltas de Ecuador son consecuencia de las turbulencias económicas mundiales, que se ceban con los países más débiles del capitalismo internacional, succionando sus recursos a precio de ganga, imponiéndoles condiciones draconianas en las negociaciones para obtener préstamos financieros… Ante esto, ante su propia debilidad en el mercado internacional, la burguesía local exprime más y más tanto a los proletarios como al resto de clases sociales subalternas del país. Pero, a pesar de tener un origen tan claro en el propio funcionamiento del modo de producción capitalista, no son, por sí mismas, una respuesta abiertamente anticapitalista y antiburguesa… Su base social es una mezcla heterogénea de campesinos indígenas, pequeños productores de mercancías agrarias y artesanales y proletarios. Su dirección, una organización de tipo nacionalista que busca encajar a estas clases sociales desarraigadas en el marco político burgués del país. De hecho, es una organización que tiene una larga tradición de colaboración con gobiernos como el de Rafael Correa, para el cual trabajó en la desactivación de cualquier movimiento autónomo de la clase proletaria en las ciudades.
En medio de esta mezcla abigarrada de clases y semi clases no proletarias, el proletariado ecuatoriano debe hacer oír su voz. No son las reformas indigenistas, basadas en la participación parlamentaria y el respeto a “formas ancestrales de vida” (léase de explotación de una clase por otras) las que evitarán el hundimiento en la miseria tanto de los proletarios como de los propios campesinos de origen indígena. Los últimos treinta años y la experiencia de países como Brasil o Bolivia, muestran que los gobiernos reformistas como el de Lula o Evo no pueden hacer otra cosa que continuar con el expolio de las tierras indias, con el sometimiento de los llamados “pueblos originarios” a condiciones de vida cada vez más precarias en la medida en que todos sus recursos se ponen tarde o temprano a la venta, en que su subsistencia se vincula cada vez más al curso del mercado capitalista internacional y a las exigencias de los imperialismos regionales e internacionales. Y, por supuesto, estas mismas experiencias muestran que los proletarios de Ecuador o de cualquier otro país de América Latina, tienen mucho que perder cediendo su independencia de clase ante organizaciones de tipo interclasista que no buscan sino apuntalar democráticamente el Estado burgués, logrando concesiones constitucionales que para nada impiden la explotación del trabajo asalariado por parte del capital. La clase proletaria no puede permanecer bajo la bota de la colaboración entre clases. El rápido deterioro de sus condiciones de existencia, que no hará más que aumentar en los próximos años, la represión cada vez más intensa a la que es sometido en todo el subcontinente latinoamericano, etc. le debe mostrar que es imprescindible que salga a la calle a luchar como una fuerza propia, con sus propias exigencias y reivindicaciones, con sus propios fines y con sus propios medios de lucha.
Las revueltas de los últimos días en Ecuador muestran que la realidad social de los países de América Latina va a ser de todo menos tranquila en los próximos años. Esta situación, en la que la inestabilidad será la norma, proporcionará una ocasión preciosa para que el proletariado se ponga a la cabeza de la lucha que protagonizan, junto a él, los campesinos pobres indígenas y tantas otras capas de desheredados. Para ello, deberá levantar la bandera de la lucha de clase, que es por naturaleza antiburguesa y, por lo tanto, antidemocrática y que conlleva rechazar todas las componendas posibles con la burguesía y la pequeña burguesía local, interesadas únicamente en reformas que hagan las veces de contención temporal de las exigencias de las principales potencias imperialistas y que ayuden a conformar un Estado burgués fuerte. Deberá unir tras esta bandera a todas las clases sociales que padecen los agravios cotidianos que caracterizan al capitalismo en cualquier región del mundo, especialmente en aquellas que se sitúan en la periferia de la economía mundial, pero bajo un programa claramente anticapitalista, alejado de toda reivindicación reaccionaria, identitaria tanto como de cualquier forma de lucha basada en la participación parlamentaria.