Las posiciones proletarias frente a la guerra imperialista: derrotismo revolucionario e internacionalismo. - 'No a la intervención española en Siria'
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valladolor
martes, 15 de diciembre de 2015
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No a la intervención española en Siria
Después de los atentados de París, una nueva coalición de países se dispone
a atacar Siria para, según ellos, poner fin al terrorismo y acabar con la
amenaza que se cierne sobre Occidente. Las imágenes de los restaurantes y la
sala de conciertos atacados por los yihadistas son repetidas hasta la
extenuación junto con otras en las que aparecen soldados del Estado Islámico
haciendo alarde de su potencial militar en las regiones de Siria e Irak que
dominan. Con ello, la burguesía de todos los países llama a la población a
prepararse ante una amenaza que se pretende a las puertas de Europa una vez
ha tomado fuerza en el Medio Oriente. Y para preparar esta nueva guerra,
sobre todo, se llama al proletariado a secundar unánimemente los planes
militares que las principales potencias llevan diseñando desde hace años.
La Unión Sagrada, la defensa de la “patria en peligro” por parte del
proletariado, vuelve a ser invocada, una vez más, para refrendar la guerra
imperialista en una zona que, precisamente debido a la lucha entre potencias
imperialistas rivales, se ha vuelto un verdadero polvorín. Cientos de miles
de refugiados, ciudades enteras arrasadas y decenas de miles de muertos a lo
largo de Siria, Irak o Afganistán, son el resultado de la política exterior
de las civilizadísimas burguesías europeas y americanas. El Medio Oriente es
una región de vital importancia tanto por su valor puramente comercial
(fuente de codiciadísimas materias primas) como por su valor geoestratégico,
determinado por los cada vez más intensos desequilibrios que sufre el
reparto del mundo fijado por parte de las diferentes potencias
imperialistas. La guerra constituye el corazón y el nervio del capitalismo,
es la linfa vital que fortalece su cuerpo: la lucha por el control de los
mercados de los cuales extraer los recursos necesarios para la producción o
en los cuales colocar los productos de los principales centros económicos ha
acompañado a la sociedad burguesa desde los inicios de su tiempo en la
historia. Pero también, y sobre todo, la misma inversión en la industria
bélica, vivificador imprescindible para los momentos en los que las crisis
económicas hacen languidecer la tasa de beneficios necesaria: a través de
ella se valoriza el capital sobrante, verdadera causa de las crisis de sobre
producción que asolan periódicamente el mundo, y a través de ella se pueden
destruir en masa los medios de producción inútiles, dando con esta
destrucción paso a una nueva fase de alza en la producción en la cual la
ganancia se multiplica bajo la forma de infraestructuras, industrias y
bienes de equipo que será necesario volver a poner en marcha.Bajo la guerra
imperialista, sea cual sea el manto democrático, pacifista o humanitario con
que se cubra, siempre late la imperiosa necesidad de restituir los niveles
de la tasa de ganancia.
En Siria se libra una guerra desde hace varios años: desde el momento en
que Francia, Estados Unidos y Rusia, principalmente, intervinieron en las
revueltas anti Assad (a favor de estas, en el caso de los primeros, en
contra en el caso de Rusia) para garantizar su posición en una región tan
importante del mundo, el conflicto armado ha sido sostenido deliberadamente
y la aparición de grupos como el Estado Islámico son la consecuencia del
desequilibrio entre las fuerzas contendientes. Este desequilibrio ha dado
lugar a nuevas y precipitadas alianzas, como la que EE.UU. mantiene ahora
con su viejo archienemigo Irán. Ha dado lugar, también, a la entrada en
escena de actores que, durante largo tiempo, a la sombra de la aparente
estabilidad de regímenes asentados como el de Bachar Al Assad, han aumentado
sus pretensiones de dominio sobre la región, como es el caso de Turquía y
Arabia Saudita, valedores en un primer momento de la oposición islamista
local y de las facciones burguesas interesadas en mejorar su posición
respecto al comercio de petróleo en la región. Así, los elementos locales
que ayer eran considerados enemigos acérrimos de la civilización y la
libertad, como el Irán de los ayatolás, pasan hoy a ser aliados legítimos
porque se necesita su fuerza militar. De la misma manera que se ha visto a
“verdaderos garantes de la paz”, como la Turquía que lleva décadas
masacrando a la población kurda de su territorio, favorecer abiertamente a
los yihadistas del ISIS. Paz, libertad o humanidad, son palabras terribles
en boca de la burguesía porque detrás de ellas siempre esconde su necesidad
vital de imponer un régimen de terror y de guerra permanente sobre zonas
cada vez más amplias del mundo. Los yihadistas de ISIS no son más
terroristas que las burguesías de Irán, Siria o Francia que han sembrado de
cadáveres el Medio Oriente en nombre del Islam o de la Fraternité. Si
ISIS ha llegado a mostrar la cara sanguinaria que hoy se reproduce en los
medios de comunicación de todo el mundo, a modo de propaganda bélica, por
parte de sus rivales burgueses, es porque el terror ya había sido impuesto
en esa parte del globo desde la época de la colonización francesa e inglesa.
El discurso sobre paz y terror o libertad y tiranía sólo trata de esconder
que la guerra llama a la guerra y que son ejércitos idénticos en lo que se
refiere a su naturaleza al servicio de la burguesía, aunque no en igualdad
de condiciones, los que se enfrentan.
Hoy la guerra llega a los confines de Europa. Los atentados de París
muestran cómo las guerras periféricas que las principales potencias
imperialistas han librado desde el final de la II Guerra Mundial en regiones
remotas del mundo, se acercan cada vez más al corazón de esas potencias. Las
burguesías de todos los países lo saben perfectamente porque, a lo largo del
siglo XX, han sido dos guerras mundiales, además de innumerables conflictos
de menor intensidad, los que han librado. Conocen, por tanto, que estos
actos de guerra, si bien no van a desencadenar inmediatamente un
enfrentamiento que le lleve a movilizar todo su potencial militar, político
e ideológico, sí que le exige imponer al proletariado la plena adhesión a
sus exigencias para, llegado el momento, poder movilizarle en su nombre. Por
eso libra, en primer lugar, la batalla en defensa de la democracia, de la
libertad amenazada, de la civilización sobre la barbarie. Y la libra contra
el proletariado al que en nombre de estas falacias se obliga a aceptar la
sumisión absoluta a los intereses de la burguesía. En las últimas semanas,
además de la campaña propagandística a gran escala acerca de porqué es
necesario invadir Siria, se ha asistido a un espectacular despliegue de
ejército, policía y demás servicios de seguridad del Estado en varias
capitales europeas. Especialmente en Bruselas, donde durante días la ciudad
ha estado completamente militarizada, se han producido verdaderos asaltos
militares a barrios proletarios en busca de sospechosos, detenciones masivas
(con sólo un acusado finalmente) y un control estricto y riguroso sobre la
población: se trata a la vez de un ensayo y de una demostración del futuro
que espera al proletariado europeo y americano, de la guerra que su
burguesía librará contra él para garantizar, junto con la aplicación de los
más exquisitos métodos democráticos de la Unión Sagrada, su sometimiento.
Resulta clarificador el hecho de que, en la misma Bruselas, mientras que
comercios y calles eran controlados por el ejército, los autobuses que hacen
el trayecto de los barrios obreros al centro y de allí a los polígonos
industriales, siguiesen funcionando: ¡el interés nacional también exige que
los proletarios puedan ser llevados a sus centros de trabajo!
La burguesía española, a través de todos sus voceros de izquierdas o de
derechas, repite sin cesar que aunque en esta ocasión se ha atacado a
Francia, España podría perfectamente ser el siguiente objetivo. Y que por lo
tanto, también aquí, es necesario prepararse para afrontar la llamada lucha
anti terrorista en toda su extensión. Como primer paso es prácticamente
seguro que, salvado el periodo electoral, el ejército español será enviado
como parte de la alianza anti yihadista a apoyar las operaciones francesas
en Siria. Las fuerzas armadas españolas no poseen ni la mitad de la
capacidad operativa que las francesas, que son las quintas del mundo en
efectivos y cuentan con una gran experiencia en el extranjero, pero serán
requeridas como parte de un frente político en el que la burguesía española
tiene gran interés para afianzar su posición en el mundo, para defender un
reparto de la influencia en este que garantizan las condiciones para que su
capital pueda exportarse tanto a África como a Oriente Medio (donde empresas
de infraestructuras como FCC tienen importantes contratos) y competir con
ventaja. España intervendrá en Siria, bien directamente o, muy posiblemente,
dando cobertura en otra regiones al ejército francés que así podrá redoblar
su presencia en este país. Y lo hará para defender los intereses del capital
español, que a su vez pasan por garantizar el dominio de sus socios
comerciales en esta región del planeta. La guerra democrática contra el
yihadismo tendrá, también en este caso, causas bien distintas de las que sus
defensores argumentan.
Junto con la intervención española en la alianza anti yihadista vendrán las
consabidas consignas, que ya se han usado y se usan en casos como el de
Afganistan, Irak, República Centroafricana, Somalia, etc. El rey, Jefe de
Estado y por lo tanto presidente delconsejo de administración de los
intereses comunes de la burguesía, lo ha dicho claramente: España
necesita unidad para afrontar esta guerra. Unidad que pasa porque el
proletariado acepte sin dudar la adhesión a la campaña militar, a la defensa
de las exigencias burguesas y a la paz social que estas requieren. Unidad
que es una repetición a escala de la sumisión que, todos los días y en todas
partes, se exige a los proletarios: en el puesto de trabajo se les exige que
se sometan a los despidos para asegurar la viabilidad de la empresa, en todo
el país se les exige que acepten las medidas anti obreras de los diferentes
gobiernos para que la economía nacional reflote, fuera del país, en fin, que
acepten apoyar las aventuras imperialistas de la burguesía. Esta unidad
también en España constituye un ensayo de la movilización del proletariado
que prepara futuras sacudidas sociales. A medida en que las tensiones
interimperialistas crezcan, a medida que la crisis económica muestre que su
única solución es una nueva carnicería mundial, se obligará al proletariado
a aceptar condiciones de existencia cada vez peores, a aceptar la
militarización de manera similar a lo ocurrido estos días en Bélgica... Y
todo ello para defender los intereses de la burguesía que hoy se juegan en
Siria y mañana en cualquier otra parte del mundo con cualquier otra excusa
democrática y pacifista.
Para prepararse para el futuro seguro que le espera, para luchar contra su
utilización como carne de cañón al servicio de los intereses de la burguesía
mañana como para luchar contra el aumento de la explotación que sufre ya
hoy, el proletariado debe desoír los llamados a la unidad nacional, a la
guerra en defensa de la democracia. El principal enemigo del proletariado
está en casa, es su propia burguesía. La burguesía que en tiempos de paz
le explota en los centros de trabajo en nombre de los intereses de la
economía nacional y que en tiempos de guerra la exigirá defender con el
uniforme de soldado esta economía nacional fuera de sus fronteras. Pero
luchar tanto contra las guerras imperialistas de la burguesía como contra
los intereses de esta dentro del país, implica luchar también contra las
corrientes supuestamente obreras que defienden un capitalismo pacífico y un
Estado neutral en los asuntos exteriores. Este es el enemigo más inmediato
de la clase proletaria porque le ata a la defensa directa de la democracia
como único medio para “parar la guerra” y le lleva a defender un equilibrio
imposible en el que el capitalismo no explote a los proletarios, no
bombardee ciudades y no invada países. El no a la guerra de este
oportunismo político y sindical ha sido, siempre, incapaz de poner freno a
las guerras, pero ha sido muy capaz de hacer confiar a los proletarios en
que un cambio de gobierno, una protesta institucional o cualquier gesto
simbólico constituían toda la lucha posible para él. Las guerras
imperialistas, de Irak ayer a Siria hoy, han continuado y todas las
consignas democráticas de los partidos llamados obreros y de sus seguidores
de la extrema izquierda únicamente han contribuido a encadenar al
proletariado a su burguesía.
Para la burguesía la guerra es un asunto estrictamente económico y político:
con ella defiende sus intereses en cualquier parte del mundo, dentro y fuera
de sus fronteras, y para ello exige al proletariado una sumisión absoluta a
estos. Para acabar con las guerras que estallan periódicamente el
proletariado debe ocupar el terreno de la lucha de clase, debe romper con la
política colaboracionista a la que lleva décadas atado, esto es, debe luchar
contra su propia burguesía, contra los intereses de esta en cualquier parte
del mundo y contra la movilización bélica que realiza en su defensa. Por
ello las posiciones del proletariado frente a la guerra imperialista no
pasan ni por el pacifismo, ni por la defensa de la democracia ni por la
lucha por la civilización, que son precisamente los argumentos que esgrime
la burguesía en sus aventuras militares. Las posiciones del proletariado
frente a la guerra imperialista son el derrotismo revolucionario y
el internacionalismo: luchar contra la burguesía nacional como primer
enemigo y reconocer a los proletarios de todos los países como sus hermanos
de clase, más allá de cualquier división de raza o religión. Esto comienza
por la defensa de sus intereses de clase en el terreno inmediato, luchando
contra la explotación que sufre en nombre de los intereses de la economía
nacional, a través de medios y métodos clasistas que no reparan en respetar
los cauces democráticos del diálogo entre patrones y obreros. Esta guerra de
guerrillas cotidiana contra las imposiciones anti obreras de la burguesía,
que merman cada vez más sus condiciones de existencia, es la escuela de la
guerra de clases en la que el proletariado se preparará para una lucha de
mayor alcance y está animada por el mismo espíritu de enfrentamiento
intransigente que le debe mover a la lucha política contra el Estado
burgués. Porque el proletariado sólo podrá poner fin a las carnicerías
imperialistas cuando liquide a la clase que las promueve y para ello acabe
con su instrumento de dominio político, con su Estado, e imponga su
dictadura de clase, llamada a extirpar definitivamente la miseria, la
explotación y la guerra acabando con el capitalismo.
Partido Comunista Internacional
28
de Noviembre
de 2015
www.pcint.orgValladolor no admite comentarios
La apariencia como forma de lucha es un cancer
El debate esta en la calle, la lucha cara a cara
Usandolo mal internet nos mata y encarcela.
Piensa, actua y rebelate
en las aceras esta el campo
de batalla.
si no nos vemos
valladolorenlacalle@gmail.com