ECONOMÍA DE LA CATÁSTROFE

Incendios, ¿casualidad? ¿tragedia? No, beneficio capitalista y control democrático.



En los últimos días el fuego está arrasando miles y miles de hectáreas en diferentes puntos del país. Tarifa en Andalucía, Jarilla en Extremadura, Cofrentes en Valencia, Picos de Europa… pero sobre todo León, Zamora y Galicia, son las zonas más afectadas hasta el momento. Como siempre sucede con estas situaciones, los telediarios y la prensa abren diariamente con noticias acerca del caos y de la mala gestión, los improperios que se cruzan entre sí diferentes administraciones; todo ello a costa de una situación que ya ha matado a cuatro personas, arrasado una cantidad inmensa de zonas de cultivo y acabado con cientos de cabezas de ganado.

 

En un clima mediterráneo como el que predomina en buena parte de la península ibérica, con marcados periodos de calor y sequedad, con una masa boscosa que no para de crecer año tras año, los incendios deberían ser algo normal y controlado. Pero cada año la situación es peor. Cada vez más destrucción y cada verano más muertos. No sólo importa la terrible situación creada directamente por los incendios, sino también el juego político y social que se libra para aterrorizar a la población, utilizándolo como excusa para mantener el estado de miedo y nervios permanente con el que la clase burguesa gobierna tan bien.

“Hay que potenciar la prevención”, “los fuegos se apagan en invierno”, “no hay que permitir que se repita esta situación, debemos ir a las causas” … son frases que hemos escuchado en estos últimos días en boca de políticos, altos responsables de la Administración central y autonómica e incluso de los bufones que habitualmente prestan su imagen para potenciar el efecto de estas estupideces. Porque son estupideces: ni la prevención, ni el trabajo cotidiano, ni por supuesto las causas de los incendios constituyen preocupación alguna para la burguesía o sus representantes. La catástrofe, sea en forma de incendios, de inundaciones e incluso de guerra es consustancial al mundo capitalista y la burguesía saca buen provecho de ella.

En el caso de los incendios, la cosa es clara: durante décadas se ha disminuido el gasto en cualquier tipo de política preventiva, tratando de mantener en el mínimo imprescindible (que, como se ve, es totalmente insuficiente) las partidas presupuestarias destinadas a las medidas necesarias para controlar los fuegos del verano. Ni el Estado central, ni las Comunidades Autónomas, ni los municipios ven en las intervenciones que sería necesario llevar a cabo otra cosa que un gasto inútil que únicamente lastra sus cuentas anuales. Pero no sólo se trata de que, ante la “catástrofe” (completamente evitable, como se ve), se reduzcan los gastos de prevención, sino que el beneficio que se puede obtener de ella es tan cuantioso que elimina cualquier incentivo para prevenirla. La construcción de parques eólicos o nuevas viviendas en los espacios arrasados, la industria maderera, las propias inversiones públicas en las zonas afectadas, constituyen un gran negocio del que ni la gran ni la pequeña burguesía, ni la constructora ni el pequeño propietario, quieren privarse. La pregunta acerca de cuántos incendios son provocados es ya tópica. Pero más allá de ella, ¿cuántos son mantenidos el tiempo necesario para que cumplan con su función económica? ¿cuántos y por quienes son “incentivados”? ¿cuántos rinden unos resultados en términos económicos a los que nadie quiere renunciar?


El capitalismo da, siempre y en todo momento, los mismos resultados: los recursos naturales y humanos se destruyen para obtener con ello toda la ganancia posible. De nuevo, los incendios de estos últimos días nos dan un buen ejemplo de ello, porque durante muchos años los responsables de las políticas de prevención, es decir, el propio Estado burgués en cualquiera de sus niveles responsables, han llevado a cabo una tarea de disminución del peso de la fuerza de trabajo, de los recursos humanos, de los proletarios en suma, en las tareas de prevención y sofoco de los incendios. La misma política que se sigue en cualquier empresa, donde se sustituye fuerza de trabajo por capital, manos por máquinas, para continuar el ciclo de valorización del capital, se sigue en el sector público: el empleo se precariza, los sueldos caen, los servicios se subcontratan, los contratos son cada vez más breves… incluso se llega a sustituir las torres de vigilancia por cámaras de circuito cerrado.

Aún así se podrá pensar que un incendio es una tragedia… ¿para quién? Ni el Estado burgués que lo permite ni la burguesía privada o pública que lo alienta lo ven de esta manera. La lógica capitalista del beneficio opera también en este ámbito. A medida que la economía rural, en la cual existían incentivos directos para las tareas de prevención porque el monte se utilizaba como fuente de unos recursos cuyo valor estaba en que se renovaban año a año, ha dejado paso a una economía capitalista altamente desarrollada, donde el beneficio está en gran medida en la destrucción, directa o indirecta, de los recursos. Así, los incendios se vuelven cada vez más difíciles de evitar y contener. Debe tenerse en cuenta que en esa economía rural (por lo demás capitalista también, aunque con un grado de desarrollo menor) el fuego siempre fue un recurso y una herramienta más que se utilizó para mantener la masa boscosa en unas dimensiones apropiadas y así evitar incendios tan violentos como los que vemos hoy, cuando el bosque resulta tanto más beneficioso cuanta más cantidad del mismo se puede destruir de una vez.


Otras de las frases gastadas de tanto usarlas estos días son los insultos que se cruzan de uno a otro bando político: las administraciones locales del Partido Popular contra el Gobierno central del Partido Socialista y viceversa, para achacarse la responsabilidad de los incendios. El juego democrático también saca un beneficio neto de esta situación. Cada situación, cada desastre natural, cada muerto, sirve para reforzar la idea de que las alternativas democráticas representan realmente opciones diferentes y que el proletariado puede (¡y debe!) adherirse a una de ellas para solucionar los problemas urgentes que le rodean. Pero lo que se busca con esto realmente es la adhesión al propio sistema democrático, la creencia de que la solución a los problemas que crea la burguesía se encuentra en las propias instituciones burguesas, la práctica tan extendida, tan impregnada en el cuerpo social del proletariado, consistente en delegar la lucha en defensa de su supervivencia en los mecanismos institucionales que regulan el gobierno democrático del país.

En la versión más extrema de este juego, una versión que cobra cada vez más fuerza porque responde a una tensión que afecta a todas las clases sociales y que aumenta poco a poco, se llega a hablar de España como “estado fallido” en la medida en que es absolutamente incapaz de responder a situaciones como la de estos incendios o como la de las inundaciones de Valencia hace 10 meses. Se trata, como decimos, de una versión aparentemente más radical, más dura, pero igual en esencia, de esa defensa del juego democrático al que llama la burguesía de todos los bandos y de todas las instituciones. ¿Qué Estado burgués es capaz de responder a la catástrofe que implica su propia existencia y la de la burguesía? ¿Bajo qué orden burgués no se producen catástrofes cada vez más ampliadas por la fuerza del propio desarrollo capitalista? La salida nacionalista de la crisis social, que a medida que se enerva la situación internacional y nacional más parece perfilarse en el horizonte, también necesita del refrendo democrático para triunfar.


Aunque hoy parezca una vía difícil de tomar, lejana e incluso inalcanzable, es la lucha de clase proletaria y no la confianza en ninguno de los señuelos democráticos que ofrece la burguesía la que podrá acabar con esta situación. Pese a que parezca extraña, poco concreta e irrealizable, es la única realista. En estos días lo que estamos viendo es el fracaso de cualquier otra opción.

Los proletarios son los únicos que tienen un interés claro en que la sociedad de la catástrofe sea aniquilada, en que las inmensas fuerzas sociales que el capitalismo dedica a mantener y reforzar el dominio de clase de la burguesía se destinen a lograr una sociedad en la que desaparezca la apropiación privada (burguesa, bajo todas sus formas) de la riqueza social. Para lograrlo, al menos para embocar la vía de la lucha anti burguesa y anti capitalista, la clase proletaria debe romper con la mixtificación democrática, debe despreciar el veneno que supone la fe, que desgraciadamente aún hoy tiene, en que la clase burguesa y su juego de alternancia parlamentaria o cualquier remedo autoritario de este, pueda suponer una salida a las catástrofes inducidas por la propia burguesía y su sistema. Debe revolverse, con toda su fuerza, contra el frente común que la burguesía le impone.

Lo hemos visto en los incendios, como lo vimos en las inundaciones de Valencia. Toda la fuerza social de los proletarios es democráticamente conducida hacia la política de colaboración entre clases que beneficia directamente a la burguesía. Esa colaboración convierte a los proletarios en voluntarios, en mano de obra gratuita con la que tapar el desastre, cuando ya no queda otra opción (y que además muere en esa labor), cuando toda su fuerza de clase debería dirigirse a golpear a la burguesía, a parar la producción, a obligarla a pagar por su economía de la catástrofe.

Del mundo del horror y la muerte que la burguesía depara a la humanidad sólo se saldrá mediante la destrucción del sistema capitalista y, para ello, la clase proletaria debe levantarse para hacerlo saltar por los aires.



15/08/2025

Partido Comunista Internacional


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Valladolor no admite comentarios
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El debate esta en la calle, la lucha cara a cara
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si no nos vemos
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Anticarcelario / contra la sociedad cárcel

"Las prisiones son una parte más de la esencia represiva de todo Estado, no hay que olvidar la parte que nos toca a lxs que aún seguimos en la calle.

No podemos ver las cárceles como algo ajeno a nuestras vidas, cuando desde temprana edad hemos sido condicionadxs a no romper las normas, a seguir una normalidad impuesta; el castigo siempre está presente para lxs que no quieren pasar por el aro.

En el trabajo, en la escuela... domesticando y creando piezas para la gran máquina, piezas que no se atrevan a cuestionar o que no tengan tiempo para hacerlo.

Hemos sido obligadxs a crecer en un medio hostil donde es dificíl desarrollar nuestros propios deseos.

La rebeldía brota de algunxs, otrxs simplemente se acomodan en la mierda, tapando sus frustraciones con lo que le dan quienes antes les despojaron de todo. O viendo sus problemas como algo aislado, único y personal.

Para lxs que no tragan o no se adaptan al gran engaño ahí tienen sus cárceles, reformatorios, psiquiatrícos ... creados por los que no quieren ver peligrar las bases de su falsa paz.

No podemos ignorar la lucha de lxs compañerxs presxs.

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