la clase obrera no vota
se organiza y lucha
TEXTOS CONTRA LA PARTICIPACIÓN DEMOCRÁTICA (aceptamos aportaciones):
CONTRA LA DEMOCRACIA. de Miriam Qarmat.
"Un fragmento de historia sobre la 'táctica electoral'.... Del Abstencionismo revolucionario de la Izquierda comunista"
"El II Congreso de la Internacional Comunista adoptó las tesis del «parlamentarismo
revolucionario» presentadas por los bolcheviques. Negando la perspectiva de
la conquista de los parlamentos, estas tesis afirmaban que había que participar
en ellos con la sola intención de destruirlos. Esta resolución, que todos
los grupos de extrema-izquierda pringados de electoralismo hoy en día han
olvidado, estaban acompañadas de una serie de medidas draconianas. Ya que si el
parlamento en los países capitalistas desarrollados se había convertido en un
instrumento de la mentira y el engaño al proletariado, el centro de la acción
comunista no podía ser la actividad electoral y parlamentaria. Lo esencial de
esta acción debía llevarse a cabo fuera del parlamento, afianzarse en la
acción de masa dirigida por el partido cuyo objetivo es la insurrección y la
guerra civil.
En
consecuencia, la actividad electoral y parlamentaria debía ceñirse estrictamente
a la preparación de la luchar revolucionaria dentro de la cual las primeras no
significaban más que un medio subsidiario y accesorio. Por otra
parte, las tesis no hacían una regla absoluta de la participación en los
parlamentos; al contrario, estas afirmaban la necesidad de boicotearlas, en
ciertas circunstancias claramente definidas de auge revolucionario; los
bolcheviques lo habían hecho en varias oportunidades: desde el boicot de la
primera Duma concedida por el Zar, en 1905, pasando por la salida del parlamento
de Kerensky en febrero de 1917, hasta llegar a la disolución de la Asamblea
Constituyente, en enero de 1919, el mismo día de su convocación...
Por último,
los bolcheviques ponían como condición para el funcionamiento del «parlamentarismo
revolucionario», la existencia de verdaderos partidos comunistas, que hayan roto
totalmente con todas las tendencias reformistas o centristas (revolucionarios
en palabras, reformistas en la acción) que ellos consideraban no como «tendencias
del movimiento obrero», sino como agentes del enemigo de clase.
Eso era el
parlamentarismo revolucionario de Lenin; no tenía nada en común con la práctica
de sus pretendidos discípulos de extrema-izquierda que hacían de la
participación electoral el eje de su actividad a la que consagran lo esencial de
sus energía y recursos; lejos de ver allí la ocasión para difundir los
principios revolucionarios, se esfuerzan más bien por impedir la ruptura del
proletariado con el reformismo, y ven incluso en la participación en esta
mascarada, el medio para construir el partido proletario, a través de la fusión
oportunista con corrientes heterogéneas!
Presentando
sus tesis en el Congreso de la Internacional, los bolcheviques expresaban su
preocupación por combatir las posiciones «infantiles» de tipo anarco-sindicalistas
o de ultraizquierda que entrababan el crecimiento de los jóvenes partidos
comunistas occidentales. Pero, a pesar de la completa justeza y apego a los
principios sobre los cuales estas se apoyaban, y pese a todas las condiciones
puestas en su aplicación, dichas tesis eran según nosotros muy insuficientes
para los países de vieja tradición democrática, en el que la burguesía había
logrado arrastrar al proletariado al impasse del electoralismo y parlamentarismo,
del cual se trataba precisamente de salir. Los bolcheviques, habituados a
la dura acción ilegal en la situación de una revolución doble (es decir,
no sólo anticapitalista sino también anti-feudal; esta última poseyendo aún
contenidos revolucionarios) les costaba comprender los peligros del opio
democrático para la lucha de clase en los países capitalistas desarrollados y
las dificultades del proletariado para desintoxicarse de este.
La Izquierda
Comunista no negaba que el parlamentarismo revolucionario de los bolcheviques se
justificaba en aquellos países donde la revolución burguesa no había tenido
lugar aún (como en la Rusia zarista, en las colonias o en los países atrasados:
en esos países, la democracia significando el fin de las viejas estructuras
feudales, era un objetivo revolucionario conquistado por la burguesía mediante
la lucha armada que el proletariado sostenía.
La táctica del
parlamentarismo revolucionario hubiera podido ser útil en los países de joven
capitalismo, cuando en estos el parlamento todavía representaba el centro de la
vida política, y era en parte una arena de la lucha entre las clases. Allí, la
participación en las elecciones y el parlamento era un medio de propaganda y
agitación para arrancar a los proletarios de la influencia de los partidos
burgueses de izquierda, en oposición al apolitismo anarquista, no obstante el
peligro de caer, como decía Marx, en el «cretinismo parlamentario», es
decir, acordar una plaza demasiado importante a la actividad parlamentaria en
detrimento de las luchas sociales y del enfrentamiento entre las clases. Por
contra, la nueva fase abierta por el estallido de la primera guerra imponía a
todos los partidos y ala clase obrera la necesidad de consagrar todas sus
energías a la preparación directa de la revolución proletaria. Una táctica
mucho más rigurosa era necesaria en todos los grandes países capitalistas
donde el parlamento y demás instituciones democráticas no era sino armas
contrarrevolucionarias de defensa indirecta contra la lucha proletaria, un
potente freno a la extensión de la revolución que partió de Rusia.
Luego de
decenios de electoralismo y parlamentarismo reformistas, la selección rigurosa
de minorías revolucionarias era imposible en los países capitalistas sin la
ruptura más neta con las inercias, los compromisos interclasistas y las
ilusiones de la democracia burguesa –, y, por tanto, con la práctica electoral y
parlamentaria que es su terreno. Si bien era necesario proteger a los partidos
comunistas nacientes contra la «enfermedad infantil» del izquierdismo, era
todavía más importante inmunizarlos, o desembarazarlos, de las corrientes
falsamente revolucionarias que, obligados a tener un discurso revolucionario
debido a la radicalización de la clase obrera, en los hechos se quedaban
indefectiblemente apegados a la práctica social-demócrata.
Pero, la
táctica del «parlamentarismo revolucionario» hacía más difícil la ruptura con el
centrismo, ese reformismo de «izquierda» que se esconde detrás de frases
«anti-capitalistas». Además, habiendo consagrado una parte de las energías a la
actividad electoral, los jóvenes partidos comunistas corrían de entrabar su
acción extra-parlamentaria y su preparación a las tareas de dirección de la
acción revolucionaria. El riesgo era tanto cuanto estos partidos no podían
apoyarse como los bolcheviques sobre una tradición de lucha revolucionaria y de
acción ilegal, sino que tenían que romper con una pesada tradición reformista de
acción puramente legal y parlamentaria en el seno de los partidos de la Segunda
Internacional.
La necesidad
de explicar claramente y sin descanso a los proletarios atrapados en la red de
las instituciones democráticas y penetrados de ilusiones pacifistas, la
imposibilidad práctica de ir hacia el derrocamiento del capitalismo por medios
electorales, parlamentarios y pacifistas, imponía a los partidos comunista no
utilizar, incluso puntual y «tácticamente», esos mismo métodos, sino de
concentrar todos sus esfuerzos de propaganda y agitación a la lucha
revolucionaria, llamando a los proletarios a darle la espalda a la diversión
electoral.
El
abstencionismo de la Izquierda Comunista no tenía nada en común con la actitud
metafísica de las corrientes «infantiles» o anarquistas. Para nuestra corriente,
el rechazo a utilizar el parlamento no era motivado por razones morales –
rechazo al compromiso, miedo a ensuciarse las manos, rechazo de principio a
utilizar los medios legales –, por el indiferentismo político, o por el horror a
los «jefes», teniendo como terreno de acción el parlamento; nuestro rechazo se
desprendía de las necesidades de la preparación revolucionaria, en el cuadro
de un análisis histórico preciso.
En 1920, la
cuestión podía ser discutida; desde entonces, la historia ha demostrado que las
críticas de la Izquierda Comunista era justificadas. Del parlamentarismo
revolucionario entendido como simple tribuna revolucionaria, se ha pasado de
manera imperceptible a la utilización del parlamento para hacer la revolución,
después a su utilización para defender el Estado burgués contra el fascismo, y
por último para «revalorizar el rol del parlamento» dentro de este Estado.
Por supuesto,
la degeneración del movimiento comunista y de la Internacional, ha sido
determinada por un conjunto de factores materiales mucho más vastos que la
actitud en la cuestión electoral. Esta degeneración fue posible, ante todo,
porque el proceso de formación se realizó de la peor manera: en estos partidos
se dejó a un lado la selección, admitiendo alas enteras de los viejos partidos
reformistas que desde un principio no hicieron más que debilitarlos, impidiendo
la franca ruptura con las prácticas social-demócratas. El hecho de que el
abstencionismo, «test» de la ruptura con el reformismo no haya sido aplicado,
sin duda contribuyó a este debilitamiento.
-
Sin embargo,
se nos dirá, hoy la situación es diferente a la de los años 20.
-
¡Evidentemente!
Pero, ¿en qué es diferente?
Hoy no existe
la Internacional revolucionaria. Los principios de la revolución y de la
dictadura del proletariado han sido arrojados al olvido. La clase obrera está
infectada hasta la médula de democratismo y legalismo. Incluso la lucha
cotidiana de defensa de las condiciones de existencia contra los efectos de la
explotación capitalista es obstaculizada por los llamados al «diálogo» y a la «concertación».
La situación es bien diferente, cierto, pero en el sentido de que, hoy, la
ruptura con los métodos y costumbres paralizantes de la democracia
representativa y parlamentaria, es más imperativa aún.
La exigencia
de esta ruptura es inseparable de la denuncia de toda paz social, de toda
colaboración de clases, de toda solidaridad nacional. Aquellos que pretenden
llamar indistintamente a la lucha de clase y a la participación a la mascarada
electoral, aquellos que se dicen revolucionarios y llaman a votar por un
gobierno de izquierda o contra un gobierno de derecha, no hacen más que minar
desde la raíz los empujes proletarios que pretenden favorecer.
-
Pero, se nos
objetará todavía, vuestra voz no tiene ningún eco.
-
Esa es la
misma objeción que esgrimen los traidores presentes o futuros. Lenin arrancó la
presea de Octubre 17 porque osó proclamar en abril, al término de 4 años de una
batalla a contra-corriente, en plena guerra imperialista: «Vale más quedarse
solo como Liebknecht – porque ello significa quedarse con el proletariado
revolucionario». No importa la distancia – grande sin duda – que nos separa
del desenlace final, este no podrá prepararse sino orientando, sin oscilaciones
y contra la corriente, la lucha contra las perspectivas y prácticas reformistas,
incluyendo evidentemente la lucha contra el electoralismo.
Sea cual sea la correlación
de fuerzas, el dilema sigue siendo el mismo:
o preparación electoral,
o
preparación revolucionaria.