10 muertos en el incendio de un bloque de viviendas en Valencia.
¿Accidente ... o siniestro de la moderna decadencia social?
El pasado jueves 22 de febrero 10 personas murieron en el incendio de un bloque de viviendas en el barrio de Campanar, en Valencia. Otros cientos sufrieron intoxicación y otro tipo de lesiones de diferente gravedad, mientras que el edificio ha quedado completamente destruido.
Según la información que han proporcionado los medios de comunicación, parcialmente confirmada por las autoridades municipales, el fuego comenzó en una vivienda y se extendió por la fachada afectando a la práctica totalidad de los pisos. El incendio pudo extenderse tan rápido y alcanzar casi todas las viviendas porque se propagó por la fachada: ésta se había construido utilizando poliuretano, un material altamente inflamable que permitió la combustión fulminante del edificio.
El poliuretano es un material que se utilizó mucho en las construcciones levantadas durante el periodo que va del año 2.000 al 2.010, es decir, durante los años boyantes de la burbuja inmobiliaria, cuando se levantaban bloques de viviendas en cualquier parte, con cualquier material y a precios elevadísimos.
Hoy día el poliuretano está prohibido para el uso en fachadas, precisamente porque se sabe que su capacidad para arder y transmitir un incendio a gran velocidad lo vuelve un peligro letal. Pero en el caso del edificio de Valencia al peligro (bien real, como se ha visto) del uso de poliuretano se ha sumado la cobertura de este material con un sistema de circulación de aire que sirve para reforzar el efecto aislamiento y para mejorar la llamada «eficiencia energética». Según los arquitectos que han
hablado al respecto, una combinación perfecta para convertir el edificio en una trampa mortal.
En el barrio de Campanar las viviendas se han vendido por casi 300.000 euros. El barrio, una antigua zona de huerta, había sido previamente gentrificada y reabsorvida para el desarrollo urbanístico de la metrópoli valenciana. Era la típica vivienda de «propietarios acomodados»... Los materiales, desde aquellos años de la burbuja inmobiliaria y la expansión de la época de Aznar, se presentaban como «de lujo». Y así se cobraban. Pero la realidad es tozuda: años después este tipo de aislamiento ya no cumple las normas de seguridad... ¿Y qué, se ha retirado en algún sitio, se ha estudiado cómo solucionarlo? No, en absoluto. Se ha tapado y se tapará todo, como siempre.
Según la creencia comúnmente aceptada, tenemos la gracia de vivir en la época de la «técnica». Los técnicos, expertos y especialistas se han prestado a comentar el incendio en las tertulias, apuntando a las causas del fuego y a los problemas del aislamiento que ha servido como tea de abajo arriba para que el edificio se consumiera en pocas horas. Pero esa técnica, la técnica al servicio del capital, es técnica asesina, técnica prostituida.
La civilización burguesa es la causa directa de esta catástrofe por su sed de beneficios, pero además se ha revelado de nuevo como impotente para organizar una protección eficaz... en la medida en que la prevención no da beneficios, ¡la catástrofe es mucho más rentable!
El problema de la vivienda, que vemos todos los días en la prensa, no consiste únicamente en que una buena parte de la clase obrera viva en malas viviendas, superpobladas e insalubres. Esta penuria de la vivienda no es peculiar del presente, ha afectado por igual a todas las clases oprimidas de todos los tiempos. Para acabar con esta penuria de la vivienda no hay más medio que abolir la explotación y la opresión de las clases laboriosas por la clase dominante. (Engels, El problema de la vivienda).
Como hemos visto el problema de la vivienda no es en modo alguno una cuestión exclusivamente obrera: el capital no conoce límites en su necesidad de beneficio y devora, si llega el caso, también a esos estratos medios de la sociedad que padecen, como se ha visto en Valencia, las mismas e implacables leyes que dicta la necesidad de ganancia sin freno. Pero si bien todas estas clases sociales intermedias, privilegiadas respecto al proletariado pero totalmente sometidas a las exigencias del mundo capitalista y de las clases burguesas propiamente dichas, padecen como en esta situación las tragedias habitualmente reservadas a los proletarios y a los desheredados del mundo, no por sufrirlas son capaces de darles una solución. Para estas clases sociales, integradas en el mundo capitalista como técnicos, funcionarios de alto nivel, propietarios de negocios, etc., generalmente, los dramas y las tragedias capitalistas no tienen otra solución que el lamento estéril y el llanto: portadoras de las ideologías reformistas proponen los grandes planes de mejora que deberían funcionar si la ley del
beneficio no rigiese implacable y son y serán incapaces de ver que el propio modo de producción capitalista, que las mantiene elevadas sobre el proletariado, es el que las hace pasar situaciones como la de Valencia.
Es el proletariado, la clase de los esclavos asalariados, la que padece las miserias del capitalismo sin que este le prometa nada, sin que pueda soñar con elevarse un día sobre su situación actual, la clase que lleva en su movimiento histórico la solución a la irracionalidad capitalista. Es sólo con su lucha de clase, con la guerra que debe librar todos los días en todas las cuestiones básicas para la supervivencia (salario, vivienda, salud, etc.) que este sistema de la desgracia permanente puede ser abatido. No serán los parches que los ideólogos burgueses quieren imponer. No serán sus «medidas de seguridad renovadas», sus leyes hechas a propósito tras cada tragedia, las que impidan una nueva catástrofe. La ley material del beneficio capitalista es más fuerte que cualquier otra ley escrita. Las catástrofes se reproducirán, inevitablemente, hasta que el proletariado abata este sistema de miseria y muerte.
26 de febrero de 2024.
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