Desde el pasado sábado, tras la reunión del Consejo de Ministros del gobierno PSOE-PODEMOS, en España se ha decretado el estado de alerta en todo el país. La población debe quedarse confinada en su casa… excepto para ir a trabajar. El ejército se ha desplegado en las principales ciudades del país, controla las comunicaciones tanto a pie como en vehículo, el gobierno se compromete a garantizar el funcionamiento de las industrias consideradas “estratégicas” para la economía nacional… Es la respuesta más visible que la burguesía española da a la crisis causada por la extensión del virus, con la que pretende mostrar su fuerza, su capacidad coercitiva su capacidad para mantener un control sin fisuras sobre la vida social del país.
Pero lo cierto es que, detrás de estas medidas que se anuncian a bombo y platillo por televisión, prensa y radio, desde el viernes pasado se suceden los anuncios de despidos, expedientes temporales de regulación de empleo, etc. que van a golpear con muchísima dureza las condiciones de existencia de los proletarios en los próximos meses. Ante estas medidas, los medios de comunicación, los ministros, etc. guardan un silencio sepulcral. Mientras que la patronal exige al gobierno (y obtiene de él) medidas excepcionales que le permitan despedir a tanta mano de obra como considere necesario y condiciones de financiación y fiscalidad excepcionales que no mermen su liquidez en los próximos meses, se da por hecho que serán los proletarios los que paguen los platos rotos de esta situación de emergencia sanitaria.
El gobierno formado por el Partido Socialista y Podemos calla sobre la tétrica realidad que les espera a los proletarios en las próximas semanas. Ha prometido “ayudas a los trabajadores”, pero primero ha garantizado el control militar del país y ha obligado a todos los trabajadores a incorporarse a sus puestos de trabajo corriendo el riesgo de contagiarse y transmitir el virus a los sectores más vulnerables de la población. Ha cerrado escuelas, institutos y universidades, pero ha dejado a los proletarios que dependen de estas instituciones para ocuparse de sus hijos (y en muchos casos, también de su alimentación) solos ante sus patrones, que se han negado en rotundo a asumir el coste de estas medidas. ¡Cuántos proletarios han perdido el trabajo desde el viernes! No sólo los que han sufrido los despidos que han anunciado las cadenas de comida rápida como Telepizza, Domino´s, etc. sino también todos aquellos que padecen los trabajadores precarios, con contratos por horas, limitados a días, etc. que sencillamente han visto cómo no que estos no se renuevan y se quedan completamente desvalidos ante las consecuencias del aislamiento previsto para los próximos meses.
La burguesía es incapaz de garantizar la salud de la población. Esta epidemia va a dejar miles de muertos en Europa, muchos de ellos en España, un país donde hasta hace una semana el gobierno aseguraba que era absolutamente imposible que esto sucediese… Pero es que aún a día de hoy no se ha tomado ninguna medida de prevención realmente eficaz. Confinamiento en casa, no salir si no es imprescindible, no reunirse… son medidas ridículas si se tiene en cuenta que la principal razón de los desplazamientos, la obligación de ir al puesto de trabajo cada día para ganar un salario con el que vivir, sigue en pie. El gobierno “permite” ir a trabajar a quien no tenga otra opción: esto significa que el gobierno obliga a los proletarios a acudir a servir a su empresa poniendo en riesgo su salud. Con ello se garantiza que la epidemia se extienda por todos los rincones de cada pueblo y ciudad: ¿tiene sentido no poder salir a pasear cuando cada mañana y cada tarde todos los proletarios que conservan su empleo deben meterse en el transporte público, que es el principal vector de contagio en las ciudades? Sí, lo tiene. Para la burguesía la salud, el bienestar de la población es algo completamente secundario ante las exigencias de sus negocios. Los proletarios son la mano de obra a explotar, son aquellos que generan la riqueza social, los que producen beneficio… Y si deben contagiarse en el trabajo, la burguesía proclama que es imprescindible que así sea. Las estúpidas campañas de “Yo me quedo en casa”, son un ejercicio de hipocresía sin límite al que se entregan todos los voceros de la burguesía, hablando de una responsabilidad individual que se acaba justo en el punto en el que se obliga a los obreros a trabajar jugándose su salud.
El Covid 19 muestra la guerra larvada y cotidiana que la burguesía libra contra los proletarios a diario, una guerra que se acrecienta en situaciones como esta, en las que la misma vida ya no está asegurada. La clase proletaria no tiene la fuerza necesaria para reaccionar: décadas de asumir el hábito de colaborar con la burguesía, de intoxicación democrática, de ver al Estado y a las instituciones como entes situados por encima de las clases sociales, de identificar sus intereses con los de la burguesía… han paralizado a su cuerpo social. Los partidos y sindicatos llamados obreros, han atado durante muchos años a los proletarios a su enemigo de clase, llamándoles a defender el interés general, nacional, que presentan como un objetivo común a todas las clases sociales. Pero la misma fuerza de los hechos, la profundidad de crisis como la actual, arrastran inevitablemente a los proletarios al terreno de la lucha. Sólo mediante esta pueden garantizar sus condiciones de existencia, incluso las más elementales. Cada una de estas situaciones contribuye a empujar más y más a la clase proletaria a la disyuntiva que tarde o temprano tendrá que asumir: o se enfrenta a la burguesía, o rechaza sus exigencias, o lucha por imponer sus intereses de clase… o su destino está sellado.
El coronavirus es el síntoma de una sociedad enferma que sacrifica a sus miembros más débiles en nombre del beneficio y sólo la clase proletaria puede acabar con ella.