Chile: La lucha de la clase proletaria indica el camino
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valladolor
miércoles, 23 de octubre de 2019
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Desde hace tres días, los disturbios en Chile,
provocados por el anuncio de que el precio del transporte suburbano
subirá un 5%, se extienden por todo el país. El gobierno ha
declarado el estado de emergencia y el ejército ha asumido el
control de la seguridad pública en las principales ciudades del
país. Mientras las manifestaciones y el enfrentamiento con las
fuerzas del orden no cesan, ya se cuentan al menos 15 muertos, 88
heridos por armas de fuego y más de 1.300 detenidos.
Para el miércoles 23, la Central Unitaria de
Trabajadores, el principal sindicato del país, ha convocado una
huelga general, como protesta tanto por la subida del precio de los
billetes de metro en particular, como por el aumento continuado de
los suministros básicos mientras los salarios permanecen
prácticamente estancados. Al mismo tiempo, el gobierno que
capitanea el millonario Sebastián Piñeira, en sus declaraciones
públicas, se ha reído abiertamente de los proletarios a los que,
aunque ya tardan varias horas en llegar cada día al puesto de
trabajo utilizando el transporte público, insta a madrugar más para
aprovechar las ofertas del metro en las horas de menos afluencia.
La situación en Chile, aparte de la subida del
precio del transporte público, es verdaderamente difícil tanto para
los proletarios que viven de la economía regular como para aquellos
que tienen que subsistir mediante el trabajo negro, tanto para los
que habitan en las grandes barriadas obreras de Santiago, Valparaíso
y Concepción como para los que tienen que vivir en las villas
miseria de los extrarradios urbanos. Durante la última década, la
Universidad Católica de Chile calcula que el precio de la vivienda
en una ciudad como Santiago ha subido un 150%, la electricidad un
10%, manteniéndose la inflación general aproximadamente en un 2,5%.
Mientras esto es así, el salario medio es de unos 13.000 $, pero el
70% de la población vive con menos de 770 $ mensuales, es decir,
existe una gran polarización de la riqueza, manteniéndose una gran
parte de la población por debajo del nivel de la pobreza. Porque en
el “oasis chileno”, como gustan de llamar los economistas
burgueses a Chile por su supuesta prosperidad, el 10% de la población
en edad de trabajar se encuentra en paro, cifra que asciende a más
del 20% entre los jóvenes. Cierto que, comparado con la situación
de sus vecinos latinoamericanos, incluso con la que vive Argentina,
la de Chile parece algo menos tenebrosa para los proletarios, pero es
sabido que, en el capitalismo, la prosperidad, la riqueza, la buena
marcha de la economía y los negocios, significan pobreza y miseria
para la mayoría de la población.
Las revueltas de estos últimos días vienen a
mostrar que la clase proletaria chilena, la que sufre la subida de
los precios del transporte, el precio de los alquileres, la semana
laboral cada vez más larga, los bajos salarios… tiene la fuerza
suficiente como para contestar ante el enésimo agravio al que la
burguesía chilena quiere someterle entre palos y burlas. Los
disturbios, los saqueos de tiendas y grandes superficies, los
incendios de algunas empresas, así como los enfrentamientos con la
policía en todos los barrios proletarios de las grandes ciudades,
son muestra de la rabia de una clase proletaria que carga sobre sus
espaldas con la buena marcha de la economía nacional, con ese
incremento anual del Producto Interior Bruto que llena de orgullo a
los dirigentes del país. Es una rabia espontánea, sin canalizar ni
organizar, donde se mezclan los actos de pillaje con los ataques al
enemigo de clase… pero es la rabia que la clase proletaria
albergaba en su seno desde que la democracia se reinstaurase en el
país, hace ya casi treinta años, y de nuevo fuesen los obreros
quienes pagasen el pato de la reconstrucción nacional y de la
reconciliación con quienes les habían torturado y asesinado durante
dieciocho largos años.
El Estado de Emergencia, declarado por el gobierno
de Sebastián Piñeira el pasado domingo, es la respuesta más
abierta y brutal que la burguesía chilena podía dar contra quienes
se manifiestan en las calles: poner el control de la seguridad
pública, es decir, de la represión, en manos del ejército, no es
ninguna broma en un país donde este mismo ejercito gobernó con mano
de hierro durante casi dos décadas, dedicando buena parte de sus
fuerzas a secuestrar, torturar y asesinar a los proletarios más
combativos. Aún hoy en día, de acuerdo a una publicación reciente
del Congreso norteamericano, este ejército es uno de los más
“profesionales” del continente sudamericano. Que los soldados
patrullen las calles con sus armas apuntando a los vecinos de los
barrios proletarios es toda una declaración de intenciones: ni desde
la Casa de la Moneda, ni desde los cuarteles, ni desde los consejos
de administración de las principales empresas del país, se va a
tolerar que los proletarios salgan a la calle a exigir una mejora en
sus condiciones de existencia.
Por su parte, las corrientes políticas de la
oposición, han sido también muy claras: “No se le puede poner
como condición al gobierno para dialogar que se deponga el Estado de
Emergencia […] Categóricamente, como oposición, no buscamos
desestabilizar al Gobierno Piñeira, que debe urgentemente dejarse
apoyar y anunciar una agenda social que incluya beneficios
inmediatos”. Estas palabras de uno de los principales líderes
de la oposición definen perfectamente todo lo que los proletarios
pueden esperar de los partidos izquierdistas del arco parlamentario:
en primer lugar, el gobierno debe controlar a los rebeldes; no se
cuestionará, por tanto, el Estado de Emergencia hasta que estos
hayan sido detenidos.
En lo que respecta a la Central Unitaria de
Trabajadores, para entender su posición en este conflicto basta con
ver que ha tardado casi una semana en convocar la huelga general del
día 23. ¡Y hasta el último momento ha ofrecido la desconvocatoria
a cambio de que el gobierno dé muestra de buenas intenciones!
Durante la crisis social más grave desde la llegada de la
democracia, en medio de disturbios que han dejado más de una decena
de muertos… la CUT se toma una semana de plazo para convocar una
huelga dejando respirar al gobierno, que en ese plazo ha tenido
tiempo de sobra para militarizar el país, convirtiendo la calle en
un bastión de los soldados. Pero esta actitud se entiende mejor si
prestamos atención al comunicado del día 21 de octubre que ha hecho
público esta misma CUT. En él, después de moderar sus exigencias
al “retorno de la normalidad”, refiriéndose a los disturbios de
estos días de atrás, se afirma:
“Pero con la misma claridad condenamos de la
manera más enérgica la violencia irracional generada por la actitud
del gobierno, que ha permitido acciones de vandalismo y delincuencia
de grupos minoritarios, mientras la gran mayoría del país se ha
manifestado de manera pacífica y organizada por todo el territorio.
Es absurdo destruir el metro que no es usado por los poderosos sino
por trabajadores y trabajadoras, es repudiable el saqueo de negocios,
algunos de ellos de pequeños comerciantes, así como la destrucción
de bienes públicos. Esa violencia irracional solo es funcional a los
poderosos para justificar la represión y militarización del país.
Pero también dejamos planteada la pregunta acerca de la sospechosa
ausencia de vigilancia y protección policial a la red de metro,
negocios y edificios, justo en los momentos en que operaban estos
grupos de desconocida y dudosa pertenencia”. Mientras el
proletariado se manifiesta en la calle, se enfrenta a la policía
para defenderse, sabotea los transportes públicos como manera de
protestar... y es golpeado y asesinado, la CUT condena la violencia,
acusando a los propios trabajadores que participan en las protestas
“violentas” de ser aliados del gobierno.
La clase proletaria chilena debe ser capaz de
sacar, en estos enfrentamientos y en aquellos que sin duda vendrán
en un futuro más próximo que lejano, las lecciones de su propia
historia, que es la misma historia que carga a sus espaldas el
proletariado de toda América Latina. La democracia, el respeto por
la legalidad parlamentaria, el reformismo encorsetado en las
apretadas costuras del parlamentarismo, fueron la causa de su derrota
en el momento de máxima tensión social. Durante los trágicos años
que van de 1970 a 1973, la confianza en la corriente oportunista que
representaban Allende y la Unidad Popular, llevó a una serie de
durísimos reveses, el último de los cuales fue la implantación del
terror burgués de mano del muy demócrata y constitucional Augusto
Pinochet. Durante esos años las fortísimas movilizaciones de la
clase proletaria, que tuvo en los cordones industriales una de
sus formas más características de lucha, pudieron ser encauzadas
gracias al relumbrón que entre los trabajadores tenía el mito de la
democracia y el avance paulatino hacia el socialismo. La presión de
las fuerzas del oportunismo político y sindical fue lo
suficientemente fuerte como para encauzar tanto la lucha inmediata,
desplegada con gran valor y coraje sobre el terreno de la defensa de
los intereses económicos de la clase obrera, como la lucha política,
que se definía en torno a una etérea “vía nacional al
socialismo”. La primera, la lucha económica, a pie de fábrica y
barrio, fue difícilmente controlable por la burguesía porque en
ella la clase proletaria se mostraba más indómita, pero finalmente
pudo ser supeditada a la defensa de la economía nacional chilena,
que entonces tenía las nacionalizaciones de las empresas más
importantes del sector primario y secundario como bandera. La
segunda, la lucha política, fue limitada a un reformismo a
pequeñísima escala que evitó en todo momento rozar siquiera los
privilegios de clase de la burguesía. Tanto es así que la
conspiración militar patrocinada por el gobierno de Estados Unidos
pudo hacerse a plena luz del día mientras la Unidad Popular exigía
a los proletarios contención y calma.
1.973 fue el triunfo de la acción combinada del
oportunismo pseudo socialista y la represión burguesa, abierta y
descarnada. El proletariado chileno debe sacar las lecciones
oportunas: la clase burguesa recurre tanto al ejército y la fuerza
armada como al circo parlamentario y la defensa de la democracia para
mantener a la clase proletaria alejada de su terreno de lucha por
excelencia, en el que se libra un combate con medios y métodos
realmente clasistas. Hoy los proletarios han salido a la calle en un
verdadero estallido social para defender sus condiciones de
existencia más inmediatas. Ante ellos tienen, de nuevo, al ejército
y a las organizaciones pseudo obreras que intentan encauzar su lucha
hacia la confianza en el Estado burgués, hacia la renuncia a la
lucha clasista, a la que tildan de violenta y sin sentido. El dilema
es el mismo: o se rompe con la colaboración entre clases que estas
posturas conciliadoras suponen, o se cae no ya en la inanidad
política que representan, sino en la vorágine de la represión más
despiadada.
¡Por la defensa intransigente de las condiciones
de vida de la clase proletaria!
¡Por el retorno de la lucha de clase del
proletariado!
¡Por la reconstitución del Partido Comunista,
internacional e internacionalista!
22 de octubre
de 2019 - Partido Comunista Internacional (El Proletario) -
www.pcint.org
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La apariencia como forma de lucha es un cancer
El debate esta en la calle, la lucha cara a cara
Usandolo mal internet nos mata y encarcela.
Piensa, actua y rebelate
en las aceras esta el campo
de batalla.
si no nos vemos
valladolorenlacalle@gmail.com