Sólo en la perspectiva histórica de la revolución anticapitalista el proletariado podrá combatir y vencer cualquiera de las opresiones de las que se nutre como un vampiro la sociedad burguesa.
Sólo con la lucha de clase los proletarios de todos los países podrán retomar en sus manos su destino.
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valladolor
lunes, 30 de abril de 2012
Sólo en la perspectiva histórica de la revolución anticapitalista el proletariado podrá combatir y vencer cualquiera de las opresiones de las que se nutre como un vampiro la sociedad burguesa.
 
 
 Proletarios,
 
 La enésima crisis económica y social que el capitalismo, en todos los países, 
 trata en todas partes de superar, es la demostración de que esta sociedad, 
 basada sobre el beneficio capitalista y sobre la explotación del trabajo 
 asalariado, se sume cada vez más en una maraña de contradicciones que dan 
 como resultado el empeoramiento sistemático de las condiciones de existencia 
 de la gran mayoría de la población y, sobre todo, de las grandes masas 
 proletarias.
 
 La crisis económica y social que desde hace cuatro años devasta la vida 
 cotidiana de los proletarios en todo el mundo, se une a una serie 
 interminable de crisis que han caracterizado dramáticamente el desarrollo 
 del capitalismo desde el final del segundo enfrentamiento imperialista.
 
 Para los capitalistas la crisis económica significa perder una parte de la 
 cuota de beneficios que extraen regularmente, gozando de la protección del 
 Estado burgués, de sus leyes, de sus fuerzas del orden y de sus ejércitos. 
 Para los proletarios la crisis económica significa perder el puesto de 
 trabajo, perder parte o todo el salario, perder la vida.
 
 Los capitalistas, mientras se hacen constantemente la guerra compitiendo por 
 los mercados en todos los países de todo el mundo, afrontan la crisis del 
 propio sistema económico y de la propia sociedad descargando el peso y las 
 consecuencias inmediatas y futuras sobre las espaldas de las masas 
 proletarias más pobres. Un efecto de entre los más violentos de la crisis 
 capitalista es el aumento progresivo de la competencia entre proletarios, 
 competencia congénita al modo de producción capitalista pero que, alimentada 
 a propósito por las políticas llevadas a cabo por cada gobierno, aumenta 
 desmesuradamente en periodo de crisis generalizando el empeoramiento de las 
 condiciones de existencia de todos los estratos proletarios, tocando también 
 a una parte de las capas de la pequeña burguesía. Los proletarios, a los que 
 los capitalistas quieren reducir cada vez más a dóciles bestias de trabajo, 
 se encuentran así a merced de las oscilaciones del mercado y de los 
 resultados de la guerra de competencia capitalista. La crisis económica que 
 golpea duramente a los estratos más bajos del proletariado, lanzándoles a 
 condiciones de supervivencia del todo precarias, no deja de afectar a los 
 estratos más elevados –la famosa aristocracia obrera- que la 
 política social de la burguesía corrompe sistemáticamente para ligarla a 
 ella y utilizarla para dividir a la clase proletaria.
 
 Si la lucha de competencia entre los capitalistas, entre las empresas 
 capitalistas, entre los estados capitalistas, representa la normalidad en la 
 sociedad burguesa, su modus vivendi, su agudización progresiva no es 
 más que la consecuencia natural del desarrollo capitalista tendiendo al 
 punto de ruptura de los llamados equilibrios sostenibles en el mercado y en 
 las relaciones entre los estados –transformando el enfrentamiento en el 
 plano comercial y financiero en un enfrentamiento armado y de guerra- la 
 lucha de competencia entre los proletarios, entre los jóvenes y los ancianos, 
 entre los hombres y las mujeres, entre los nativos y los inmigrantes, entre 
 los trabajadores especializados y los no especializados, etc. es un lucha 
 inducida por la clase burguesa con la finalidad de robustecer el dominio que 
 ya posee económica y políticamente sobre toda la sociedad. Los proletarios, 
 precisamente porque viven una condición común de esclavitud asalariada, se 
 ven lanzados a defenderse de la presión cada vez más pesada que la burguesía 
 ejerce sobre ellos, con el único modo que tienen a su disposición: uniéndose, 
 organizándose para oponer a los ataques de la patronal y de su Estado la 
 única fuerza que pueden utilizar: el número. Sabiendo bien que los 
 proletarios pueden ejercer una fuerza de resistencia sólo organizándose y 
 luchando unidos sobre el terreno de clase, con medios, métodos y objetivos 
 de clase y que a través de este entrenamiento en la guerra de clase los 
 proletarios aprenden también a atacar a las clases dominantes para 
 arrancarle su poder político central para emanciparse de la esclavitud 
 asalariada, la clase burguesa siempre ha hecho de todo para influenciar a 
 las organizaciones inmediatas y políticas del proletariado, corrompiéndolas 
 y desviando sus luchas del terreno clasista.
 
 El desarrollo de la lucha de clase entre capitalistas y proletarios ha 
 producido en la historia experiencias de gran relevancia, tanto para unos 
 como para otros. Los capitalistas han entendido que la tendencia espontánea 
 de los proletarios a organizarse para defender sus propios intereses 
 inmediatos es irrefrenable, no se puede anular porque está íntimamente 
 ligada a la misma vitalidad del modo de producción capitalista que es un 
 modo de producción que asocia a los trabajadores asalariados organizando 
 cada minuto del trabajo y por tanto cada minuto de la misma vida cotidiana; 
 por eso, después de haber intentado impedir el nacimiento de las 
 organizaciones obreras, frente a las insistentes y duras luchas obreras por 
 el derecho a organizarse por cuenta propia, la clase burguesa ha debido 
 aceptarlas adoptando sin embargo medidas y políticas con el fin de 
 influenciarlas, orientarlas y dirigirlas en función de la conservación 
 social. Así, al lado de las tendencias políticas, de oposición neta a los 
 intereses inmediatos y generales de la burguesía, han nacido las tendencias 
 políticas oportunistas, conciliando los intereses proletarios con los 
 intereses burgueses. De esta manera, a la represión directa y brutal de los 
 obreros más combativos y organizados, los burgueses, en su constante defensa 
 de su dominio sobre la sociedad y gracias a los periodos de expansión 
 económica que ponían en sus manos enormes riquezas, han añadido la 
 corrupción política y sindical, los métodos de la conciliación, las 
 políticas de las reformas, el reconocimiento por ley del derecho de 
 organización sindical y política, en una palabra: la democratización de las 
 relaciones sociales, naturalmente en los límites de la conservación social 
 burguesa.
 
 Pero cualquier cosa hecha por la burguesía va 
 en función de la defensa de sus intereses de clase y de sus privilegios 
 sociales y debe reportarle una ventaja desde el punto de vista económico, 
 político, ideológico o social; así también la libertades democráticas 
 y los derechos sociales concedidos a los proletarios son concebidos y 
 definidos en el ámbito del reforzamiento del dominio burgués sobre la 
 sociedad  y, en particular, sobre el proletariado. Como se ha 
 demostrado ampliamente durante al menos dos siglos de historia burguesa, las 
 libertades democráticas  y los derechos de los que la burguesía se 
 vanagloria tanto, significan libertad y derechos únicamente por escrito y se 
 aplican muy poco a la clase proletaria… en realidad están a disposición, 
 sobre todo, de la burguesía: libertad y derecho de explotación legal y, cada 
 vez más, ilegal de la fuerza de trabajo proletaria utilizada en general 
 –dada la abundancia de “oferta de mano de obra”- con las medidas de 
 seguridad mínimas en el puesto de trabajo y con la mínima aplicación de los 
 tan cacareados derechos. Si después, en determinados periodos, constituyen 
 objetivamente un impedimento para la actuación de defensa eficaz de los 
 intereses burgueses puestos en peligro por la competencia de burgueses de 
 otros países o por prolongadas y duras luchas obreras, o por crisis 
 económicas o de guerra, la “libertad” y los “derechos” de los cuales 
 deberían gozar los proletarios simplemente no se aplican, se suspenden o se 
 anulan.
 
 Los proletarios, ilusionados con que, a través de la pacificación social, la 
 redacción de la Constitución y de las leyes que reconocen con términos muy 
 claros muchos derechos y sobre todo el método del “enfrentamiento 
 democrático” entre las “partes sociales”, se podría lograr una mejora 
 general de las condiciones de vida y de trabajo y una elevación social tal 
 que superase gradualmente las contradicciones de la sociedad burguesa y la 
 tendencia a resolver los problemas más agudos con la guerra, son puestos 
 cada vez más claramente frente a una perspectiva futura: mientras que exista 
 el dominio capitalista y burgués sobre la sociedad no habrá ninguna 
 posibilidad de resolver definitivamente las crisis y las contradicciones 
 capitalistas: la esclavitud asalariada continuará y se acompañará 
 constantemente de baños de sangre más o menos grandes en las guerras que las 
 potencias imperialistas hacen con el único fin de repartirse el mercado 
 mundial.
 
 Toda crisis capitalista, que es crisis de 
 sobre producción no sólo de mercancías sino también de trabajadores 
 asalariados, además de producir efectos devastadores sobre las condiciones 
 de existencia del proletariado y de las masas desheredadas de todo el mundo, 
 coloca a la sociedad burguesa frente a sus límites obligándola en un cierto 
 punto a proceder a la destrucción siempre más amplia de mercancías, de 
 capital y de seres humanos. Y no hay ningún "enfrentamiento democrático” 
 entre las “partes sociales” que valga: el capital no se somete a la 
 democracia, a la “soberanía popular” sino que somete a las clases sociales 
 que forman “el pueblo” a la propia dictadura y, madurando las condiciones 
 generales de enfrentamiento irresoluble entre los grandes trust y las 
 grandes potencias imperialistas, su política se transforma en política de 
 guerra. También la burguesía está sometida a las leyes del capital, a las 
 leyes del modo de producción capitalista, sólo que es la única clase social 
 que desde su posición de poseedora de los medios de producción y de 
 apropiación de la riqueza social producida tiene todas las ventajas,  con la 
 condición obviamente de dominar con la fuerza (de las armas antes que nada) 
 sobre la sociedad y, en particular, sobre el proletariado que es la única 
 clase que tiene la capacidad histórica de oponerse a la burguesía y de 
 golpearla mortalmente a través de la lucha de clase llevada a cabo hasta el 
 final, hasta la revolución proletaria y comunista.
 
 
 Proletarios,
 
 La lucha de clase que la burguesía lleva a cabo contra el proletariado, y lo 
 hace no sólo en su “propio” país sino en todo el mundo visto que las 
 mercancías y los capitales se intercambian en todo el mundo, es una lucha 
 que tiene dos grandes objetivos: 1) mantener al proletariado, que es la 
 fuerza de trabajo vivo de la cual extraer el plustrabajo y por tanto el 
 plusvalor, sujeto cada vez más fuertemente a las exigencias del beneficio 
 capitalista, organizándolo sobre el terreno inmediato y sobre el terreno 
 político en función de la conservación social; 2) reprimir directa o 
 indirectamente cualquier esfuerzo que los grupos o estratos proletarios 
 hagan para organizarse de manera independiente en defensa de sus propios 
 intereses inmediatos y futuros. Para lograr ambos objetivos la clase 
 dominante burguesa no se sirve únicamente del Estado, de sus fuerzas armadas 
 y de todas las instituciones derivadas, sino que tiene necesidad de la obra 
 constante, paciente, capital y eficaz de fuerzas sociales vecinas o 
 provenientes de las filas proletarias que compartan la defensa de los 
 intereses burgueses porque obtengan ventajas directas sobre el plano de los 
 privilegios sociales, del plano económico o del plano del prestigio político 
 o cultural: las fuerzas del oportunismo reformista y colaboracionista.
 
 El oportunismo reformista, y más aún el colaboracionismo, no ponen nunca en 
 discusión el modo de producción capitalista y, por tanto, el dominio social 
 de la clase burguesa; colocan siempre en primer plano la conciliación de los 
 intereses entre proletarios y burgueses, haciendo depender siempre –incluso 
 cuando alzan la voz- cualquier mejora eventual de las condiciones de vida y 
 de trabajo proletarias del beneficio capitalista: el puesto de trabajo se 
 puede defender y salvar si la empresa tiene beneficios, el 
 salario puede aumentar o disminuir si la empresa tiene 
 beneficios, el aumento de la intensidad y del ritmo de trabajo debe ser 
 soportado si la empresa vence a la competencia y tiene más 
 beneficio, la competencia entre proletarios es justificable si 
 se liga a la meritocracia, se combate el absentismo 
 si tiene por efecto la rebaja de los días por enfermedad, si 
 contribuye a elevar la productividad individual, etc.
 
 El oportunismo reformista, y tanto más el colaboracionismo, son talmente 
 útiles a la conservación social que la clase burguesa continúa dedicando, no 
 obstante la gravedad de la crisis económica, ingentes recursos financieros 
 con el fin de que diversos organismos constituidos con funciones eficazmente 
 en lo que se refiere al control social: del parlamento a los partidos del 
 arco institucional, de los sindicatos tricolores a las instituciones 
 sociales, de las organizaciones religiosas a las más dispares asociaciones 
 de voluntariado: la existencia de una enorme masa de superestructuras 
 políticas, sindicales, religiosas, culturales y sociales pesa dos veces 
 sobre el proletariado, una por vía de los recursos económicos y financieros 
 gastados para mantenerlas en pie y que son sustraídos a los servicios 
 sociales de base (por ejemplo la asistencia sanitaria y social, las 
 pensiones, etc.) y otra por vía de la influencia ideológica y organizativa 
 que esta masa sobre estructural emana cotidianamente y que contribuye de 
 manera determinante a la intoxicación democrática y conservadora de las 
 masas proletarias.
 
 
 Proletarios,
 
 El desarrollo del capitalismo y el desarrollo histórico de la lucha de 
 clases entre proletariado y burguesía han demostrado a la burguesía que los 
 métodos de la democracia son los más eficaces para la defensa de su poder. 
 Esto no excluye que la burguesía, en muchos países, en diversos periodos, se 
 haya visto inducida a utilizar métodos de dictadura militar o paramilitar, 
 cosa que ha alimentado la “necesidad” de democracia y por tanto la 
 propaganda en este sentido, como ha sucedido en el reciente periodo de la 
 llamada primavera árabe. Los métodos de la democracia, que ilusionan a las 
 masas proletarias con poder ver representados con eficacia sus propios 
 intereses en las instituciones burguesas, de manera pacífica y apelando a 
 cartas constitucionales y a derechos sancionados por las leyes existentes (naturalmente 
 “mejorables”) que deberían ser respetadas  también por la “contra parte” 
 burguesa, no han excluido nunca el uso de la violencia (consentida 
 naturalmente sólo al Estado, institución pretendidamente por encima de las 
 clases) sea para “mantener el orden público”, sea para “hacer respetar las 
 leyes” o para “defender la patria” de “agresores externos” o de tentativas 
 de subversión interna.
 
 No obstante la democracia ha demostrado continuamente estar al servicio de 
 la clase dominante burguesa y ser un engaño gigantesco bajo cualquier 
 aspecto, aún tiene una fuerza formidable entre las masas proletarias. La 
 fuerza ideológica de la democracia, el pacifismo, de la conciliación 
 interclasista, del colaboracionismo pero también del nacionalismo y del 
 “espíritu guerrero”, se apoya sobre bases materiales simples y fuertes: la 
 vida física de cualquier ser humano en la sociedad capitalista depende 
 exclusivamente de la utilización por parte del capital de la fuerza de 
 trabajo asalariada. Quien posee capital toma como rehén, en la práctica, la 
 vida de todos aquellos  a los que el capital puede utilizar para obtener 
 beneficio; quien posee únicamente la fuerza de trabajo, como los proletarios, 
 es simple rehén de los capitalistas, su vida depende exclusivamente de ser 
 explotado por cualquier patrón. El principio democrático, los métodos 
 democráticos y los medios democráticos que las clases burguesas propagan y 
 adoptan para mantener su propio dominio en sus respectivos países, no hacen 
 otra cosa que enmascarar esta cruda realidad ilusionando a las clases 
 subalternas con poder actuar política y culturalmente “a la par” con las 
 clases dominantes contando sólo con el número de votos potenciales que 
 representan.
 
 La democracia, el electoralismo, el parlamentarismo, son todas expresiones 
 que mistifican la realidad de las relaciones de producción entre las clases 
 sociales existentes; esta mixtificación encuentra su expresión específica en 
 la conciliación interclasista a través de la cual burgueses y oportunistas 
 sostienen que se puede superar el antagonismo de clase sobre el que se funda, 
 desde su nacimiento, la sociedad burguesa. Tal mixtificación es funcional 
 para el dominio social burgués sea en un periodo de paz o en periodo de 
 guerra, así, afirmamos sin ninguna duda que, en la fase imperialista del 
 desarrollo capitalista, dado el alto grado de militarismo alcanzado y el 
 constante enfrentamiento militar en las diversas zonas del mundo entre las 
 varias potencias que compiten, el periodo de paz es preparatorio del 
 periodo de guerra. Y, de hecho, en el periodo de paz la burguesía 
 entrena al proletariado para los sacrificios de la guerra futura, ya sea 
 ideológicamente con la propaganda nacionalista, ya sea aumentando el 
 despotismo de empresa y social o a través de sus propios ejércitos y sus 
 continuas “misiones militares” en zonas de guerra que parecen siempre 
 lejanas pero que en realidad anticipan lo que, antes o después, si la 
 revolución proletaria no lo impide a tiempo, se presentará como una guerra 
 general y mundial.
 
 El nacionalismo es parte integrante de la ideología burguesa y el hecho de 
 que tradicionalmente sean las fuerzas políticas de derecha y de extrema 
 derecha las que se hacen cargo de él no significa que las otras fuerzas 
 políticas no lo defiendan. Basta el ejemplo de los créditos de guerra 
 votados por la gran mayoría de los partidos socialistas en el año 1914 en 
 defensa de la “patria” o el ejemplo de la participación en el segundo 
 conflicto imperialista de 1939-45 en defensa de la Rusia llamada “comunista” 
 o de los partidos, ligados a ella, en las formaciones de la Resistencia, en 
 defensa de la democracia burguesa, para demostrar que la burguesía defiende 
 la guerra no porque sea de “derecha” o de “izquierda” sino porque es 
 burguesía, es clase que no puede vivir si no es en la lucha de competencia 
 y, por tanto, agrediendo a los competidores a los cuales quita cuotas de 
 mercado y de territorios económicos: agresiones sobre el plano comercial, 
 sobre el monetario, político, diplomático, financiero o militar no son sino 
 distintas caras de la misma moneda. De la misma manera, son caras de la 
 misma moneda burguesa los gobiernos de derecha o izquierda que imponen su 
 política en la defensa de los intereses nacionales. El nacionalismo, por 
 otro lado, siendo parte de la ideología burguesa y respondiendo a la 
 necesidad de unir todas las fuerzas sociales en defensa de los intereses 
 burgueses nacionales, además de intentar superar los antagonismos de clase 
 entre burguesía y proletariado intenta también superar las divisiones entre 
 las diversas facciones burguesas y, el mismo tiempo, en el interior de la 
 clase proletaria. Es por ello que, también sobre este terreno, la burguesía 
 moviliza todas las fuerzas sociales y en particular las fuerzas del 
 oportunismo reformista y colaboracionista con el fin de que en la “defensa 
 de la patria” el proletariado vea la prolongación de la “defensa de la 
 empresa” y de la “defensa del puesto de trabajo”, por tanto la defensa de su 
 vida física y social.
 
 
 Proletarios,
 
 En un futuro de sacrificios, lágrimas y sangre, de hambre y de miseria que 
 la sociedad burguesa prepara y que ya es en parte el que se vive en Grecia, 
 Portugal y España y, prácticamente, en Gran Bretaña, Italia y Francia, por 
 no hablar de la situación de crisis extrema en la cual están sumidos los 
 países árabes que han conocido en el curso del año pasado las gigantescas 
 movilizaciones contra los regímenes autoritarios y corruptos, o de la 
 situación de durísima represión militar que están viviendo las masas de 
 Siria o de guerra en Sudán y en Afganistán, o de post guerra como en Irak, 
 en un futuro en el cual el despotismo sobre los puestos de trabajo y en la 
 vida social se transforme cada vez más en un despotismo policial, si bien 
 amamantado por una democracia cada vez más blindada, el proletariado tiene 
 potencialmente un arma formidable en sus manos  que la historia pasada de  
 lucha de clase y revoluciones ha demostrado que es la única que puede 
 enfrentarse y vencer la ofensiva burguesa: la lucha de clase llevada hasta 
 el fin, hasta el enfrentamiento revolucionario con la clase burguesa para 
 conquistar el poder político central destrozando el Estado burgués e 
 instaurando su propia dictadura de clase. El objetivo histórico de la 
 revolución proletaria no acaba aquí: el proletariado no se para al sustituir 
 el poder de la clase burguesa por su poder de clase. El proletariado, 
 precisamente porque es la clase de los trabajadores asalariados y sin 
 reservas, expropiado de cualquier medio de producción y cualquier producto 
 social fruto de su trabajo, lucha por su propia emancipación de la 
 esclavitud del trabajo asalariado y, luchando por este objetivo, lucha en 
 realidad contra el fundamento de la estructura económica del capitalismo, 
 contra las bases mismas de la sociedad burguesa, por cambiar de arriba abajo 
 la estructura económica de la sociedad para que en el centro de la actividad 
 humana ya no esté la producción de mercancías, de beneficio capitalista y la 
 valoración del capital sino la necesidad de vida del hombre: la sociedad 
 dividida en clases ha terminado su tiempo y sus desastres, es tiempo de 
 enterrarla y sustituirla con la sociedad de especie en la cual cada hombre 
 dará según su capacidad y recibirá de la sociedad según sus necesidades.
 
 El futuro que la burguesía se promete a sí misma y al proletariado es la 
 continuación de la sociedad dividida en clases en la cual la gran mayoría de 
 los hombres son rehenes de los posesores de capital, fuerza de trabajo a 
 disposición para acrecentar el valor del capital en un ambiente social 
 dominado por el mercado, por el cambio de valores, por los enfrentamientos 
 entre los centros de poder económico, político y militar que están al 
 servicio de la conservación capitalista; y no tiene ninguna importancia si 
 los proletarios se matan por un trozo de pan, si la explotación del trabajo 
 humano no tiene límites en lo que se refiere a los adolescentes, los niños o 
 las mujeres, ni si las instituciones no se ocupan de manera adecuada de los 
 enfermos, incapaces, ancianos o si decenas de miles de seres humanos mueren 
 de hambre, de enfermedad, por accidentes en el trabajo o a causa de las 
 continuas guerras que las facciones burguesas se hacen en cualquier parte 
 del mundo. La fuerza de trabajo asalariada es una mercancía que, como las 
 otras, está sometida a las leyes del mercado capitalista: su característica 
 particular es que, aplicada a la producción capitalista, genera un 
 plustrabajo que los capitalistas no pagan y que se traduce en plusvalor para 
 las mercancías producidas, que es la verdadera ganancia de los capitalistas. 
 Si no hubiese extorsión de plustrabajo y, por tanto, de plusvalor, no habría 
 acumulación capitalista y valoración del capital,  en definitiva, no habría 
 capitalismo. La clase social que se apropia de toda la producción social es 
 la burguesía y defiende esta apropiación con la fuerza y con todos lo 
 métodos ideológicos y de propaganda que tiene a su disposición: éste es el 
 “futuro” que la burguesía promete en todos los países.
 
 El futuro que la burguesía presenta al proletariado es la prolongación de su 
 condición histórica de esclavo asalariado en condición permanente, por así 
 decirlo eterna, de ser considerado siempre digno de vivir sólo si cada día 
 se presenta como fuerza de trabajo útil al capital que lo explota con las 
 “condiciones de mercado” que, notoriamente, deprecian el valor de una 
 mercancía cuando hay una abundante oferta de ésta.
 
 Pero el proletariado ya ha demostrado en su 
 historia pasada que, luchando sobre el terreno de clase, aceptando la lucha 
 sobre el terreno del antagonismo de clase contra todos los explotadores, 
 organizándose para luchar en defensa de los intereses inmediatos, 
 entrenándose en la lucha anti capitalista, es capaz de plantar cara a los 
 ataques de la burguesía, de resistir a la presión y a la represión burguesas 
 y de sacar de estas experiencias lecciones decisivas para la lucha que 
 inevitablemente toma, en un cierto punto, la característica de la lucha 
 general de la clase proletaria contra la clase burguesa.
 
 
 El proletariado es el portador histórico de la lucha de clase que 
 revolucionará la sociedad actual, pero para cumplir con esta misión por 
 cuenta de toda la especie humana debe atravesar una serie de pasajes 
 obligatorios que son: reconquistar el terreno de la lucha de clase en 
 defensa exclusiva de sus propios intereses inmediatos, reorganizar su propia 
 lucha en asociaciones económicas que coloquen en el centro de los intereses 
 de clase proletarios por encima de cualquier división generada por la acción 
 de las fuerzas sociales de la conservación burguesa, elevar la lucha de 
 defensa inmediata a la altura de la solidaridad de clase y por tanto contra 
 cualquier instigación ideológica y práctica a la competencia entre los 
 proletarios, insertar las luchas parciales en un cuadro más general e 
 internacional utilizando medios y métodos de lucha clasistas que respondan a 
 la incomptabilidad de los intereses entre proletarios y burgueses. El 
 terreno de la lucha de clase es el terreno en el cual los proletarios 
 comprenden por vía práctica cuáles son los verdadero aliados y cuáles los 
 falsos, experimentando directa y concretamente cuánto de decisiva puede ser 
 su propia fuerza numérica y organizada si está orientada y dirigida en una 
 perspectiva de clase.
 
 
 Sobre esta perspectiva el proletariado, además de encontrar su fuerza de 
 clase, hallará también la dirección política a seguir en el desarrollo mismo 
 de la lucha
 y por tanto al partido político de 
 clase, que es el único órgano de la lucha clasista y revolucionaria capaz de 
 guiar el movimiento de clase hacia los objetivos históricos de la misma 
 lucha de emancipación del trabajo asalariado. Como el proletariado no es 
 capaz de defenderse eficazmente de los ataques de la clase burguesa a sus 
 condiciones cotidianas de existencia y de trabajo sin organizarse en 
 asociaciones económicas clasistas, así el proletariado no se encuentra en 
 condiciones de lanzar la ofensiva de clase contra la burguesía que usa y 
 usará toda la fuerza de su dominio, de la presión económica y social a la 
 represión policial y armada, sin la guía de su partido político 
 revolucionario. El partido de clase representa en el presente el futuro de 
 la lucha proletaria y, por tanto, manifiesta él sólo, al margen de flujos y 
 reflujos de la lucha obrera, la plena consciencia de los objetivos 
 históricos de la lucha de clase y revolucionaria. Como renacerá el 
 movimiento de clase proletario, también renacerá el potente y compacto 
 partido de clase. La burguesía, creando a proletariado, ha creado a sus 
 sepultureros.
 
 Partido Comunista Internacional
 1 
 de  
 mayo 
 de 2012
www.pcint.orgValladolor no admite  comentarios 
 
La apariencia como  forma de lucha es un cancer
 El debate esta en la  calle, la lucha cara a cara
 Usandolo mal  internet nos mata y encarcela.
 Piensa, actua y  rebelate
 en las aceras esta  el campo
 de  batalla.
 si no nos  vemos
 valladolorenlacalle@gmail.com
 
