EL CAMPO COMO FÁBRICA. Intensificación agraria vs intensificación comunista
La agricultura y la ganadería, la domesticación de
plantas y animales para su uso por la humanidad, están en el origen de algunas
de las más profundas transformaciones de la historia, como el paso de las
sociedades de cazadores-recolectores (necesariamente nómadas y con una densidad
de población muy baja) a las sociedades agrarias origen del Estado. No solo
eso: cada modo de producción tiene su propia agricultura, con sus especificidades
técnicas y sobre todo sociales.
Hasta el primer tercio del siglo XX la agricultura se
mantuvo con métodos tradicionales, esencialmente los mismos que en
la Edad Media. Básicamente, en el plano técnico, un empleo masivo de fuerza de
trabajo (antes sierva, ahora asalariada), tracción animal en todas las
operaciones agrarias y muchas de transformación. El antiguo señor (nobleza o
clero) era ya en el primer tercio del siglo XX capitalista, por mucho que el
origen de su capital estuviera en modos de explotación precapitalistas.
La intensificación agraria, particularmente la
ultraintensificación de los últimos 20 años, convierte el campo en una sucesión
de fábricas (aunque subsistan aún formas de explotación arcaicas), algo que es
observable a simple nivel paisajístico en muchas comarcas de Iberia, de los
invernaderos almerienses al viñedo manchego, de los frutales de Aragón a las
plantaciones tropicales malacitanas o las fresas onubenses.
El “campesino” no es más que el pequeñoburgués
dependiente completamente del gran capital para su producción agraria: mantiene
formalmente la propiedad de la tierra y la maquinaria, recibe las subvenciones
europeas, explota directamente la fuerza de trabajo necesaria, pero está atado
(incluso contractualmente, en el caso de los ganaderos) a la industria y las
comercializadoras, que fijan el precio y las condiciones de entrega.
La industrialización de la agricultura, por las
características mismas de la actividad (dependencia del suelo, de la tierra,
aunque haya intentos de sustraerse a esta dependencia como el cultivo
hidropónico -en bolsas de sustrato artificial inerte, en el que se aportan los
nutrientes disueltos en agua de riego - o las macrogranjas de cerdos de varias
plantas) tiene unos límites internos que no son fácilmente superables.
La industrialización de la agricultura tiene varias fases
o aspectos:
-Mecanización. Introducción de los tractores y
cosechadoras, inicialmente volcados en la producción cerealística, eliminando
la necesidad de jornales en las tareas de labrar la tierra, sembrar, abonar y
cosechar.
-Intensificación química: generalización de los
abonos compuestos, herbicidas y fitosanitarios (insecticidas, fungicidas,
acaricidas, nematicidas, etc.).
-Intensificación genética: búsqueda de variedades
o híbridos, ya sea mediante métodos tradicionales de selección a escala
industrial, bien mediante ingeniería genética, mejor adaptados a los procesos
industriales bien del cultivo (mecanización, uso de herbicidas) bien de la
comercialización (transporte, refrigerado en cámaras, embalaje, etc.)
-Intensificación “climática”: hablamos de la
creación artificial de un microclima apto para el cultivo intensivo en un área
determinada. Lo que llamamos “invernaderos”. Mediante el cierre plástico se
crea una atmósfera de mayor temperatura y humedad que el exterior circundante.
Obviamente requiere de riego adicional, en determinadas ocasiones calefacción y
toda una serie de técnicas que buscan optimizar la producción de las variedades
cultivadas (incluyendo aporte adicional de CO2). Esta intensificación del
cultivo bajo plástico, la más obvia y aberrante a nivel ambiental (siendo
paradigmático el caso de Almería, Campo de Cartagena, etc.) no ha podido
sustraerse aún al empleo de mano de obra, siendo patente la explotación salvaje
a la que son sometidos proletarios de todo el mundo en los invernaderos del Sur
de Europa.
-Intensificación hídrica: o, en otras palabras,
puesta en regadío. Desde los años 50 del siglo pasado la superficie regada en
España se ha triplicado, a la vez que se ha ido pasando sucesivamente del
tradicional riego ‘a manta’ o por inundación al riego por aspersión y de ahí al
goteo. Esto ha ido acompañado, como es lógico, de unos cambios tecnológicos que
nos llevan de norias, albercas, acequias…a bombas de gasoil o eléctricas
(últimamente alimentadas cada vez más por placas solares que proliferan en los
campos), conducciones de plástico y hormigón (como el espantoso acueducto del
trasvase Tajo-Segura) y, por último, la modificación de la propia estructura
física de los cultivos para adecuarlos al riego y la mecanización.
Modificación de la propia estructura física de los
cultivos, sí. Es en esta última etapa donde nos encontramos.
Particularmente llamativo es el cambio paisajístico a que ha dado lugar en
lugares como la Mancha, donde los paisajes habituales hace 20 años dominados
por viñedos de cepas bajas (podadas ‘en vaso’), campos de cereal y pequeños
olivares tradicionales (olivos a tres pies) han dado paso a interminables
extensiones de viñas en espaldera, guiadas por kilómetros y kilómetros de
alambres; a campos de cebada, cada vez menos, regados por gigantescos pivots; a
olivares primero a un solo pie (lo que facilitaba una primera mecanización
artesanal de la recolección) y posteriormente a los llamados olivares en
superintensivo: en espaldera, en regadío y con una vida útil efímera, ridícula
si la comparamos con los olivares tradicionales centenarios.
El proceso de intensificación descrito ha provocado
profundas transformaciones en el campo y estas a su vez han acelerado el
proceso de intensificación. La más notable de estas transformaciones es la
desaparición del campesinado como clase independiente, y muy particularmente
los campesinos pobres. Impelidos a la búsqueda de rentabilidad y empujados por
una feroz competencia, los pequeños propietarios de tierras hubieron de
abandonar la actividad agraria, proletarizándose totalmente. Sus tierras,
mantenidas en algunos casos como “ayuda” a la economía familiar asalariada
(viñas, azafrán…); en muchos otros, abandonadas tras la migración a las
ciudades o vendidas directamente a campesinos más económicamente capaces de
hacer frente a las inversiones necesarias para la mecanización y la progresiva
mecanización. Estos campesinos más pudientes, fuertemente subvencionados por la
Unión Europea en su búsqueda de “profesionalización del sector”, con líneas de
crédito a su disposición por parte de las cajas y bancos, han podido afrontar
la “modernización” de la actividad agrícola, acaparando en sus manos cada vez
más hectáreas y convirtiéndose en una burguesía agraria pequeña y mediana, con
todas las taras ideológicas que la burguesía arrastra.
La desaparición (casi completa) del campesinado como
clase por el proceso de intensificación agraria y la mecanización de cada vez
más procesos ha supuesto obviamente una drástica reducción del proletariado
rural, hasta su desaparición en muchas zonas (aquellas donde la actividad está
totalmente mecanizada, como las cerealistas). Sólo en aquellas actividades
donde aún es necesaria una mano de obra abundante (y barata, dada la escasa
capacidad de la pequeña burguesía para incrementar salarios sin que peligre su
propia existencia, dependiente como es del gran capital comercial) subsiste en
cierto número un proletariado agrícola relativamente concentrado: frutas, ajos,
invernaderos de hortalizas, envasado de verduras y, cada vez menos, olivar y
viña.
La última de estas modificaciones viene con el aterrizaje
de fondos de inversión
(https://elpais.com/economia/negocios/2022-12-31/los-fondos-son-los-nuevos-terratenientes-del-campo-espanol.html).
Los escasos restos de campesinado pobre y sobre todo la pequeña burguesía
agraria que no ha sido capaz de soportar las crecientes necesidades de
inversión venden sus tierras a estos fondos, que obviamente no emplean las
tierras en cultivos de baja rentabilidad o tradicionales como podría ser el
cereal de secano (que a la escasa rentabilidad por hectárea le suma una fuerte
dependencia del tiempo atmosférico), sino que se vuelca en aquellos que, tras
una fuerte inversión inicial, les ofrece una rentabilidad asegurada (viña y
olivar intensivo, frutos secos…)
Una agricultura cada vez más antihumana
La agricultura que estamos tratando de describir, como
parte de todo el tejido productivo del capitalismo, no puede sino mostrar las
mismas señas de identidad del capitalismo en su fase actual, la del
imperialismo y una ya muy evidente decadencia como sistema.
No puede sino revelar asimismo las mismas contradicciones
de este capitalismo “decadente”, que ya existían en el primer capitalismo pero
que hoy se muestran en toda su crudeza. Hablamos de la contradicción,
primeramente, entre las necesidades del propio capital (la acumulación, el
“valor valorizándose”) y las de la humanidad como especie.
A nivel ideológico, el capital y sus hombres no pueden
sino referirse a las necesidades humanas como pretendida justificación a su
actividad (los agricultores, la burguesía agraria, serían “los que nos dan de
comer”), cargada en muchas ocasiones de abierta nocividad; pero un rápido
vistazo a la realidad productiva del campo español deja al descubierto que no
se trata de “darnos de comer” sino de matarnos de sed y envenenarnos si es
necesario para que el ciclo de acumulación de capital continúe.
ideología en vena |
Un solo ejemplo, la viña. Y es un buen ejemplo porque es
un subsector que ha sufrido una intensificación tremenda en los últimos 30
años.
De los casi 10 millones de hectolitros de vino producidos
en España anualmente, tres cuartas partes se dedican a la exportación. Esto ya
nos dice algo: no “nos dan de comer” ni de beber, sino que en todo caso le dan
de beber a otros porque en la división internacional del trabajo una de las
partes que le tocan al capital español es vender vino.
Para producir esos 7 millones de hectolitros destinados a
exportación se necesitan, al menos, 1050 Hectómetros cúbicos de agua. El
consumo de 5 años de una ciudad como Madrid. Y, curiosamente, la mayoría de
esta producción se radica en comarcas con acuíferos sobreexplotados, comarcas
secas, áridas o semiáridas.
En muchas de estas zonas, a la vez que se aumenta constantemente
la superficie de regadío, se producen constantemente restricciones en el
consumo de agua potable; bien porque ya no es potable
(https://www.encastillalamancha.es/planeta-rural/un-85-del-agua-subterranea-del-guadiana-esta-en-contaminada-por-quimicos/),
bien porque directamente ya no hay
(https://www.europapress.es/castilla-lamancha/noticia-familias-negocios-campo-calatrava-rozan-hartazgo-falta-agua-potable-normalizan-convivir-garrafa-20230118085820.html).
Dicho de otro modo: hay agua para que unos señores hagan
su negocio exportador pero no hay agua para que la gente beba, se lave la cara
o cueza unos garbanzos.
Si además sabemos que la mitad de ese vino destinado a
exportación se vende a 0.40€, menos que el agua embotellada, el asunto ya
sobrepasa lo grotesco. Esto significa que cada litro de agua destinado a la
producción de vino malo para la exportación se “vende” (en forma de vino) a 0,20
céntimos de euro. Mientras los ríos desaparecen, las lagunas se secan y la
gente no tiene agua limpia para beber.
La contradicción es evidente.
Intensificación capitalista e intensificación comunista
La breve descripción que hemos acometido de la creciente
intensificación agrícola bajo un capitalismo en crisis permanente y azuzado por
la siempre presente necesidad de valorizar capital en un entorno de feroz
competencia, con las graves consecuencias que tiene a nivel ambiental y humano,
no sería completa sin intentar ver las posibilidades que la mecanización, la
intensificación y las capacidades técnicas ofrecen a la humanidad si (y solo
si) logramos liberarnos de los imperativos capitalistas de rentabilidad
mercantil. Esto es: las posibilidades que tendríamos como especie una vez la
economía mercantil quede abolida y superada, dada la capacidad técnica y
tecnológica ya existente y por desarrollar en un futuro emancipado.
Pese a algunos delirios decrecentistas que sueñan con
volver al arado con mulas y siega manual, es evidente que la mecanización de la
agricultura supuso un gran avance. Sin embargo, constreñida por la propiedad
privada, la competencia y la búsqueda de rentabilidad, las técnicas que
posibilitan simultáneamente una gran producción (dando satisfacción a las
necesidades de alimentación), la conservación de los recursos (agua, el propio
suelo, la diversidad vegetal y animal, tanto silvestre como cultivada) y la
liberación de los trabajos más pesados es irrealizable bajo el capitalismo.
Las miras ciegas, siempre puestas en la rentabilidad a
corto plazo, del capitalismo son incapaces de pensar qué es necesario producir
y cómo es necesario producirlo para poder seguir produciéndolo mañana. Se
produce lo que se vende, y se produce más si se vende bien (como ejemplifica
perfectamente el “boom del pistacho”), de la manera que sea necesaria para
ello; si en el proceso se desecan, contaminan, salinizan acuíferos; si se
destruye el suelo fértil, si se produce una nitrificación más que excesiva, si
se ocasiona una erosión aberrante que imposibilita el cultivo…tanto peor para
el que venga detrás.
maquinaria agrícola adaptada al monocultivo y la gran propiedad |
En cambio: en una sociedad basada en la propiedad
colectiva de los medios de producción (incluida, obviamente, la totalidad de
las tierras), con un conocimiento preciso de las necesidades de la población
(algo que es perfectamente posible tener hoy) y una capacidad tecnológica hoy
constreñida por la propiedad y la competencia, es perfectamente posible
producir aquello que es necesario producir, con el mínimo trabajo humano
posible, en el lugar donde sea necesario y del modo menos destructivo posible.
Los gigantescos monocultivos de hoy en día (concentración de capital para la
máxima rentabilidad) son impensables en un futuro emancipado como impensables
son las gigantescas megaurbes, y solo sería necesario adaptar y mejorar la
maquinaria que el capitalismo creó acorde a sus necesidades, sustituyéndola por
maquinaria acorde a las nuevas necesidades.
Es fácil pensar sin caer en la ensoñación utópica que los
paisajes en mosaico, tan queridos por los ecólogos del paisaje y tan en riesgo
por la agricultura del capitalismo decadente, resurgirán. Que la “alimentación
de proximidad”, que hoy en día no puede ser sino un concepto esnob para
pequeñoburgueses con complejo de culpa, se hará una realidad palpable. Que la
“agroecología”, que hoy no puede ser sino un modelo experimental antieconómico,
encontrará su lugar a gran escala en la nueva sociedad. Que se desarrollarán
tecnologías hoy en pañales, como la captación de agua atmosférica. Que
ecosistemas hoy destruidos por la voracidad del capitalismo, serán restaurados
y recuperados, porque tan necesario humanamente hablando es un tomate como un
río, un pan de a kilo y un bosque.