"Si tomamos el caso de la medicina, vemos que ni siquiera su objeto es un hecho natural. De hecho, tanto el hombre como sus enfermedades están determinadas en gran medida por el conjunto de sus condiciones de vida. Lo mismo ocurre con las enfermedades infecciosas, en la medida en que la forma en que el organismo reacciona ante tal o cual agente patógeno (microbio, virus, etc.) depende de la totalidad de su estado y de su mayor o menor grado de equilibrio. Así, la proliferación de nuevas enfermedades puede sin duda tener su origen en cambios en los microorganismos patógenos, pero no cabe duda de que también deriva de una modificación de las propias defensas del organismo.
Si existe una historia de la medicina, no es sólo porque los conocimientos médicos se amplíen, sino sobre todo porque cada forma social tiene sus propias enfermedades y su propia actitud ante la enfermedad (piénsese en las diferentes formas de reaccionar ante el dolor en las distintas comunidades históricas). Además, dentro de una sociedad dividida en clases, cada clase tiene sus enfermedades características: y no hablamos aquí de enfermedades "profesionales" (silicosis de los mineros, saturnismo de los impresores, etc.), sino de las que dependen del conjunto de condiciones de vida, tanto materiales en sentido propio (trabajo, alimentación, vivienda, etc.) como "psicológicas", es decir, dependientes de las relaciones recíprocas entre los hombres en un modo de producción dado.
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Pero, algo también previsto por Marx, el capital tiende a sustituir la explotación extenuante por la explotación intensiva, la plusvalía absoluta por la plusvalía relativa: hoy el "desgaste" del proletariado adquiere así aspectos menos directamente físicos, la duración de la vida vuelve a aumentar, pero al mismo tiempo se multiplican los trastornos circulatorios, digestivos, etc., y sobre todo los desequilibrios nerviosos con todas sus secuelas, efecto de la tensión nerviosa del trabajo no menos que de la creciente ansiedad social.
Esto explica el aumento de las afecciones mórbidas, frente a las cuales la medicina acaba agarrándose las manos por estar condicionada por la industria farmacéutica -el capitalismo la condena a la impotencia, o más bien le impone una orientación y un objetivo que hacen inútiles sus mayores logros.
Una medicina que se precie debe aspirar a mantener al hombre en buena salud, a preservar o restablecer un equilibrio satisfactorio. Este era el objetivo de la antigua medicina china; a diferencia de hoy, el mandarín pagaba al médico cuando estaba bien y recortaba sus honorarios cuando estaba enfermo. Bajo el capitalismo, el hecho de que en nuestra sociedad al médico le interese que enfermemos, muestra el papel que el sistema capitalista impone a la medicina: remendar al hombre agotado por la vida que se ve obligado a llevar.
Sería un error creer que lo que impide a la medicina prevenir los males y la reduce a intentar curarlos es una "insuficiencia científica" o una "incapacidad técnica". El problema no es científico sino social, la medicina es incapaz de prevenir porque las condiciones de vida de los trabajadores ya están determinadas por las exigencias de la producción capitalista, sobre las que la medicina no tiene ningún poder. Solo cuando la tasa de morbilidad amenaza la producción del capital, el propio capital orienta la medicina en la dirección de la prevención (caso de las enfermedades infecciosas de carácter epidémico). Pero, en general, la tendencia "natural" de la medicina (y de los ilusos jóvenes médicos) hacia la prevención se rompe por las férreas exigencias del capital. No hace falta ser físico para saber que la atmósfera de las ciudades está cada vez más contaminada y envenena a las personas que las habitan (...). Todo el mundo lo sabe; pero ¿de qué sirve saberlo si las cosas siguen como están?
Es evidente que la situación en la que se encuentra la medicina burguesa determina todo su desarrollo (...)
Sería muy fácil dar mil ejemplos del calvario impuesto por el capitalismo a la investigación médica, incluso en el ámbito terapéutico. Se dedica un gran esfuerzo a acortar la duración de las enfermedades para que el trabajador vuelva rápidamente a la producción (antibióticos, por ejemplo), a riesgo de dejarlo mal curado o incluso descompuesto por un "remedio de caballo", para que posteriormente tenga que luchar contra los efectos nefastos de la "cura" primera. Pero sin entrar en las particularidades de las contradicciones en las que se desenvuelve la medicina burguesa, en general podemos decir lo siguiente: el capitalismo necesita trabajadores que puedan ser explotados, pero esta misma explotación es la condición que los arruina. Esta es la contradicción en la que se ve aplastada la medicina bajo el capitalismo y que la determina por completo".
Extraído de Marxismo e scienza borghese, reprint Il Comunista, suplemento nº 2-3/1986.