¿Guerra contra el virus? 

¡Guerra contra los trabajadores!

 

 


El año y medio largo que llevamos desde que se anunció la aparición de la pandemia mundial de la Covid-19 ha visto el mayor desarrollo de medidas represivas tomadas en tiempos de paz. Desde la imposición de un Estado de alarma con el que se restringieron derechos fundamentales como los de expresión, desplazamiento y reunión hasta las medidas excepcionales como son los toques de queda o los poderes ilimitados dados a la policía y a la Guardia Civil para reprimir a la población, este tiempo ha traído un incremento del poder represor del Estado que seguro que no se reduce con el fin de la pandemia.

 

En un primer momento, cuando las burguesías de todos los países no tenían muy claro cómo iba a evolucionar el virus, si se iba hacia el colapso de las principales economías mundiales por una infección masiva de la población o si, incluso, la situación podía evolucionar hacia algo parecido a lo que sucede con los brotes de ébola en el occidente africano, estas tomaron dos tipos de medidas: las primeras, de prevención económica, interviniendo en todos los sectores productivos con una legislación de nuevo tipo para garantizar su funcionamiento; la segunda, de contención del proletariado, imponiendo toda una serie de medidas represivas, sacando a los ejércitos a las calles, suspendiendo derechos fundamentales, etc. que diesen al Estado el margen de maniobra necesario para evitar cualquier tipo de estallido social. Los dos tipos de medidas, tomados en conjunto, dan una visión muy clara de una movilización social de tipo bélico que, por supuesto, ha ido acompañada de la puesta en marcha de un inmenso aparato de propaganda de guerra en el que han participado al unísono todos los medios de comunicación, todas las redes sociales, etc. Con ayuda de esta propaganda de guerra, las medidas anti obreras se han logrado hacer pasar como iniciativas encaminadas a garantizar la salud pública, responsabilizando a la propia población trabajadora de la extensión del virus por no respetar las medidas de salubridad, etc. Mientras la población obrera era obligada a acudir a sus puestos de trabajo, mientras en las residencias de ancianos se dejaba a su suerte a miles de personas que han muerto por orden de los responsables sanitarios y porque sus vidas fueron consideradas superfluas para las necesidades económicas de todos los países, mientras la policía actuaba como verdaderos pandilleros por las calles de las grandes ciudades, la prensa clamaba por la “guerra contra el virus” la “movilización ciudadana” y otras tantas consignas que buscaban desviar la atención de la verdadera guerra que se estaba (y se está) librando.

En el terreno de la producción industrial también hemos visto fenómenos característicos de una guerra: el rápido trasvase de recursos económicos hacia las corporaciones farmacéuticas, la utilización de todos los medios públicos para desarrollar vacunas que habitualmente tardan décadas en producirse, la comercialización de estas en un tiempo récord, salvando todos los obstáculos para su distribución y conservación en condiciones óptimas, tiene más que ver con un esfuerzo de concentración y centralización económica, que con una política coherente de salvaguarda de la salud. Aquí hay que recordar que la inmensa mayoría de los proletarios que durante la pandemia conservaron sus empleos fueron obligados a trabajar, acudiendo a sus puestos de trabajo en un transporte público atestado, desarrollando sus labores en centros que no garantizaban en absoluto las medidas de profilaxis mínimas… La burguesía asumió que el virus debía extenderse porque para evitarlo habría sido necesario paralizar la producción nacional durante un tiempo indefinido y, mientras afirmaba que su único objetivo era la defensa de la salud pública, tomaba como meta, como única salida posible a la pandemia, el desarrollo de vacunas útiles por parte de la industria farmacéutica, es decir, daba por bueno que la única salida posible era una que implicaba un negocio multimillonario para la big pharma.

El penúltimo paso en esta “guerra contra el virus”, después de haber impuesto durante más de un año medidas represivas “excepcionales” que sólo están justificadas para contener a la clase proletaria, después de haber regalado los recursos económico-sanitarios necesarios a las grandes empresas farmacéuticas, ha sido la puesta en marcha de un desarrollo logístico nunca visto en tiempos de paz para poder vacunar a toda la población. Mientras que durante los días más duros de la pandemia se daba la orden de dejar morir a los ancianos por falta de recursos para garantizarles respiración asistida, en pocos meses se ha sido capaz de habilitar instalaciones para transportar, almacenar y suministrar millones de vacunas. De la misma manera, se ha sido capaz de movilizar a toda la población susceptible de ser vacunada, mostrando una capacidad más que sospechosa para mantener registros por edad, profesión, etc. de todo un país.

 

En los países donde la propaganda encaminada a la movilización de la población ha sido suficiente como para que esta campaña de vacunación sea un éxito, la presión del Estado ha consistido únicamente en mantener la legislación excepcional, recrudeciéndola contra la población joven especialmente y manteniendo el discurso de la salud por encima de todo.

En aquellos otros países donde la campaña de vacunación no ha tenido éxito, se ha desarrollado un segundo paquete de medidas legislativas encaminadas a hacer obligatoria la vacunación. Es el caso de EE.UU., Francia o Italia. En estos países se imponen medidas represivas contra los trabajadores que se nieguen a vacunarse a través de las empresas que los emplean. En Estados Unidos todos los trabajadores federales deben mostrar el certificado de vacunación si no quieren perder su empleo; en Italia todos los trabajadores, sean del sector público o del sector privado, deben estar vacunados en los próximos meses o las empresas deberán suspenderles de empleo y sueldo. Finalmente, en Francia esta medida se aplica por el momento contra los trabajadores sanitarios.

Esta legislación, que llegado el caso se impondrá en cualquier país donde sea necesario, está encaminada a culpar a la población obrera de la extensión del virus, imponiendo a la vez medidas represivas que sirvan para dar ejemplo y constreñir al proletariado a acatar las órdenes de la burguesía en materia sanitaria.

La propaganda juega aquí, de nuevo, un factor esencial: se opone la actitud “responsable”, sumisa y que acata las órdenes que vienen de arriba, es decir, la actitud del “buen ciudadano” que simplemente marcha al son que marcan las autoridades a posiciones identificadas con las corrientes “negacionistas”, “conspiranoicas”, etc. No se trata de vacunarse o no, sino de toda una legislación que carga el peso político, económico y social de la pandemia sobre las espaldas de la clase proletaria, de que se responsabiliza a los proletarios de la situación vivida, de que se les amenaza y coarta y, llegado el caso, se les despide en nombre de una política sanitaria que no tiene como objetivo defender la salud de la población sino la de la economía.

Para neutralizar cualquier tipo de oposición, se juega la baza de identificar esta con corrientes de extrema derecha, fascistas y similares para anular la fuerza que puedan tener. A este fin, por otro lado, se prestan muy a gusto los grupos nazis que trabajan a las órdenes del ministerio de interior y que salen a la calle cada vez que a este le conviene.

 

A los proletarios se les ha dado una lección con esta pandemia: se les ha mostrado cuál es el verdadero poder de movilización y represión del que dispone la burguesía, se les ha enseñado cómo todas las corrientes de esta, de la extrema derecha a la extrema izquierda, de la patronal a los sindicatos, de los medios de comunicación a la última empresa de cualquier país, pueden marchar conjuntamente para imponer a la clase obrera sus necesidades. Este último año y medio ha sido algo así como una visión a escala de la situación que se vivirá cuando la clase proletaria deba ser movilizada no ya en una pandemia sino con vistas a una guerra.

Y es precisamente a la clase proletaria a la que le toca sacar las lecciones para una situación que, seguro, se vivirá en un futuro cada vez menos remoto.


ORGANIZACIÓN DE LOS TRABAJADORES PARA LUCHAR,

SOLIDARIDAD ENTRE OBRERXS

 



 

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Anticarcelario / contra la sociedad cárcel

"Las prisiones son una parte más de la esencia represiva de todo Estado, no hay que olvidar la parte que nos toca a lxs que aún seguimos en la calle.

No podemos ver las cárceles como algo ajeno a nuestras vidas, cuando desde temprana edad hemos sido condicionadxs a no romper las normas, a seguir una normalidad impuesta; el castigo siempre está presente para lxs que no quieren pasar por el aro.

En el trabajo, en la escuela... domesticando y creando piezas para la gran máquina, piezas que no se atrevan a cuestionar o que no tengan tiempo para hacerlo.

Hemos sido obligadxs a crecer en un medio hostil donde es dificíl desarrollar nuestros propios deseos.

La rebeldía brota de algunxs, otrxs simplemente se acomodan en la mierda, tapando sus frustraciones con lo que le dan quienes antes les despojaron de todo. O viendo sus problemas como algo aislado, único y personal.

Para lxs que no tragan o no se adaptan al gran engaño ahí tienen sus cárceles, reformatorios, psiquiatrícos ... creados por los que no quieren ver peligrar las bases de su falsa paz.

No podemos ignorar la lucha de lxs compañerxs presxs.

Su lucha es nuestra lucha."