8 de marzo.
Con la guerra imperialista en el horizonte, las proletarias y los proletarios deben preparar el retorno de su lucha de clase.
Hace 110 años se reunió en Berna la tercera Conferencia de Mujeres Socialistas. Se trataba de una reunión periódica de mujeres militantes de los principales partidos socialistas europeos que, desde comienzos del siglo pasado, servía para que estos impulsasen la lucha de la mujer proletaria sobre los terrenos específicos en los que ésta tenía un peso socialmente más importante. Partiendo de la situación especialmente dura que le deparaba (y le depara aún) el régimen burgués, las militantes socialistas enarbolaban aquellas banderas que tanto en el ámbito de la lucha económica como en el de las reivindicaciones políticas debían espolear a las proletarias a salir del marasmo en el que el mundo capitalista le sometía y tomar su puesto en la lucha de clase.
En 1915 la primera guerra imperialista mundial ya había comenzado hacía un año. Los principales partidos socialdemócratas, el francés y el alemán, habían sellado el pacto sagrado de colaboración con sus respectivas burguesías nacionales para la defensa de la patria en peligro y cualquier confraternización entre ellos estaba proscrita de antemano. Mientras que las tendencias internacionalistas que existían dentro del movimiento socialista y que poco después darían lugar a las conferencias de Zimmerwald y Kienthal, aún permanecían relativamente ahogadas por el fortísimo efecto que había tenido la traición de las cúpulas políticas y sindicales en favor de la burguesía nacional, fueron las mujeres socialistas las primeras en romper, confusa pero decididamente, la disciplina nacionalista que imperaba en sus organizaciones para participar en la conferencia de aquel año. Fue el primer ejemplo de la pervivencia de los principios internacionalistas básicos en un determinado sector de la socialdemocracia y, con ello, la primera posibilidad que se abría en el sentido de retomar las tesis marxistas favorables a la lucha revolucionaria, contra la guerra imperialista y por la derrota del dominio de clase de la burguesía. De esta forma terminaba su Llamamiento a las mujeres trabajadoras del mundo:
Toda la humanidad mira hacia vosotras, mujeres proletarias de los países beligerantes. Debéis convertiros en heroínas, en redentoras.
¡Uníos! ¡Sed unas solas en la voluntad y en la acción! Proclamad un millón de veces lo que vuestros maridos e hijos aún no pueden evitar: los trabajadores de todos los países son hermanos. Sólo el deseo unido de este pueblo puede ordenar que cese esta matanza.
Sólo el socialismo significa la paz futura para la humanidad. Abajo el capitalismo, que sacrifica a cientos de personas en el altar de la riqueza y el poder de los propietarios.
¡Abajo la guerra! ¡Adelante! ¡Hacia el socialismo!
En 1917, tan sólo dos años después, fueron las mujeres proletarias de la Rusia zarista las que hicieron efectivo el primer paso en este sentido, el 8 de marzo (según el calendario ortodoxo): una protesta en Petrogrado exigiendo que aumentaran las raciones de pan, considerablemente mermadas por efecto de la carestía que provocaba la guerra, dio lugar a los primeros motines que impulsaron la llamada Revolución de febrero. Como es sabido, el movimiento de mujeres proletarias fue el primer paso del primer acto del inicio de la auténtica revolución proletaria, la de octubre de 1917, en la que los bolcheviques dirigieron a las masas proletarias y campesinas (una parte decisiva de las cuales fue movilizada para combatir en la guerra) hasta la toma del poder y la instauración de la dictadura proletaria en Rusia, que, desde el punto de vista de los propios bolcheviques, debía ser el preámbulo de la revolución mundial.
A más de un siglo de distancia, la guerra imperialista aparece de nuevo en un horizonte que ya no parece muy lejano. La gran crisis capitalista de 2008-2013 no sólo trajo un descenso brutal de las condiciones de existencia del proletariado, sino que mostró las dificultades que las principales potencias imperialistas tienen para mantener su sistema de reparto del mundo, su expolio sistemático pero relativamente organizado, de recursos, vías de comunicación, riquezas, etc. Los últimos años han mostrado una tendencia inexorable hacia el enfrentamiento entre estas potencias y, si bien por ahora sólo se plantea de manera remota y a través de terceros agentes, como ha sucedido en Ucrania, en parte en Oriente Medio y en África, la realidad es que en todas partes los tambores de guerra son cada vez más fáciles de escuchar.
Tanto la guerra como el periodo que la antecederá, que se caracterizará por la movilización a una escala cada vez mayor de recursos para el enfrentamiento (desde armamento hasta soldados, desde millones de euros en inversión en equipo militar hasta trabajadores reubicados en lo que serán “industrias esenciales”), implicarán una presión cada vez mayor sobre los proletarios, que verán cómo sus condiciones de vida y trabajo empeorarán sistemáticamente. Las llamadas “conquistas sociales”, que son realmente dádivas que la burguesía otorga a los proletarios para garantizar la paz social, con cargo al excedente de beneficio que logra obtener con su producción, serán seguramente las primeras en desaparecer. Y con ellas el sistema que hoy se cree inamovible y en el que las amplias masas de proletarios de los países capitalistas súper desarrollados fían una vida no tan miserable como sus hermanos de las antiguas colonias, el llamado “tercer mundo”, etc. Tanto la guerra como la propia preparación para la misma significarán una demostración, lenta pero inevitable, de que el capitalismo no puede prometer otra cosa que miseria y destrucción y que cualquier apariencia de paz y estabilidad ha sido sólo un espejismo.
La mujer proletaria ha permanecido en una situación subalterna respecto al hombre proletario, incluso durante las décadas que duró la expansión económica y la relativa paz capitalista (decimos relativa, porque únicamente ha sido tal paz para los países más desarrollados, mientras que en la periferia capitalista la guerra ha sido una constante). A la situación característica de “sin reserva”, de simple fuerza de trabajo de la cual se puede prescindir, en que la coloca el hecho de pertenecer a la clase proletaria, se suma la situación de especial opresión que padece debido a su sexo. Sobre ella ha recaído, siempre, la mayor parte de la presión familiar, del cuidado del hogar, de los niños…, los puestos peor retribuidos y con peores condiciones en el mundo del trabajo, además de la serie de humillaciones y vejaciones que le son “concedidas” en la sociedad burguesa por el hecho de ser mujer.
Esta situación empeorará a medida que la situación social general se aboque más y más hacia el precipicio de la guerra. Toda opresión se redoblará. Aquella situación que se creía ya superada pero que suponía una ventaja económica o política para la burguesía, volverá. Y la mujer proletaria padecerá, de nuevo, la dura realidad del mundo capitalista incrementada. Será llamada a soportarlo en nombre de la unidad nacional, de la defensa de la patria, del frente único con las mujeres burguesas (que se encubrirá, sin duda, con el manto de la solidaridad feminista o cualquier consigna identitaria del tipo), agitan la bandera de la supuesta “libertad”, de los “derechos conquistados”, como argumento para que participe activamente en esta defensa de los intereses de clase de la burguesía.
La guerra pondrá al proletariado, y en particular a las mujeres proletarias, ante la alternativa de luchar por sus intereses de clase o morir. La movilización bélica supondrá tal presión sobre la clase obrera que no le quedará más remedio que volver al terreno de la lucha de clases, de la defensa intransigente de sus intereses, con medios y métodos exclusivamente clasistas, por lo tanto, no compatibles con la pequeña, la mediana y la gran burguesía, para evitar que la clase burguesa destruya sus vidas, convirtiéndolas, junto con sus hijos, en carne de cañón para sacrificar en los frentes de guerra y en las empresas.
Las mujeres proletarias tienen a sus espaldas una larga tradición de lucha, aunque hoy en día quizá la ignoren. Desde la Comuna de 1871 hasta Petrogrado de 1917, incluida su formación en las grandes organizaciones de clase, políticas y sindicales. Con estos ejemplos han demostrado la fuerza revolucionaria de la que disponen y que podrán volver a utilizar cuando la situación histórica lo requiera. Cuando la burguesía señala, como en los últimos años en Ucrania, Rusia e Israel, de nuevo las frentes de guerra como destino ineludible para los proletarios, la mujer proletaria deberá demostrar una vez más, sin lugar a dudas, que es la heredera de la tradición de lucha más importante de la historia: la lucha de la clase proletaria. Mientras tanto, las mujeres proletarias no podrán dejar de luchar, junto a los hombres proletarios y apoyadas por ellos, por unas condiciones de vida que les permitan vivir con dignidad, defendiendo sus reivindicaciones más elementales y específicas, en materia de maternidad, infancia, trabajo nocturno, etc., en el ámbito de la lucha económica, la defensa de los salarios, las condiciones de trabajo y la seguridad en el trabajo, etc.
¡Viva el 8 de marzo proletario!
¡Viva el Día Internacional de la mujer trabajadora!
¡Por la reanudación de la lucha de clases!
06/03/2025 - Partido Comunista Internacional (El Proletario) www.pcint.org
https://www.pcint.org/01_Positions/01_04_es/250306_8-marzo-es.htm
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conferencia de mujeres socialistas (https://finlandiaestacion.com/2025/03/08/guerra-a-la-guerra-la-conferencia-de-mujeres-socialistas-de-1915/ |