Antes sí que había elecciones de las buenas. Antes, lo recordarás, los candidatos prometían que daba gusto: uno decía que iba a crear medio millón de puestos de trabajo, pues el otro decía que un millón; uno podía prometer y prometía que se acabarían los contratos temporales o que se cuidaría el medio ambiente hasta usar solo energía renovable; pero el otro no se quedaba corto, no te creas, y aseguraba que se iba a acabar con que los ricos (perdón, los emprendedores) sacaran la pasta del país en lugar de pagar impuestos o que la universidad iba a ser gratuita. Ya no es lo mismo. Ahora, como en la semana de la oferta, venden poco, estos presidenciables. Nos venden vaguedades como patria,
dignidad, estabilidad, sensatez, seguridad… Pura palabrería que no se puede contar.
Y antes, antes, había unos candidatos con carisma que, de acuerdo, lo mismo tenían cadáveres dejados por los servicios secretos en el armario o habían heredado cargo, sueldo e ideas del más directo franquismo, pero menudo carisma, que los llevabas a cualquier sitio y era un gusto
verlos. Ahora no. Ahora son todos del montón, que da vergüenza sacarlos por la tele y por eso se rodean de astronautas, toreros, militares o ex deportistas, a ver si lucen más.
Y, claro, antes se sabía a qué atenerse. O ganaba aquel, o ganaba este. Luego ya, si era este o aquel con aquellos, se vería, pero clara estaba la cosa. Ahora vete tú a saber: hay varios este y varios aquel, incluso uno que no se sabe si es este o aquel porque está dispuesto a ir con el primero que pase. Un caos.
Aunque, pensándolo un poco, igual tampoco ha cambiado tanto el asunto: ayer, como hoy, salían los políticos hasta en la sopa hablando de sus problemas, que pocas veces eran los nuestros. Prometían, sí, pero no cumplían ni una, claro. Cuando llegaban al poder, o seguían su plan, que era gobernar para sus amigos, o se daban cuenta de que gobernar, lo que es gobernar, no solo lo hace el Estado, sino el Dinero, y que juntitos de la mano marchan alegres sin escuchar a nadie más. Ah, y también, ayer
como hoy, cada cual levantaba el trapo del miedo: “nosotros o el Mal”.
Claro, que ellos también eran el Mal. Y, por supuesto, al final, todos se parecían más de lo que decían en campaña electoral. Así que, hoy y mañana, igual que ayer, es necesario cuestionarse por qué
nos piden que acudamos a darles el papelito cuando nada tienen que ver con nosotros, aunque lo disimulen. Cuestionarse qué sistema absurdo es ese en el que nadie puede decidir sobre las condiciones en que se desarrolla su vida, sino que lo hacen unos profesionales del cuento.
También sería bueno cuestionarse por qué los que tienen el dinero y los recursos nunca pierden las elecciones y nunca las van a perder. Es su juego y por eso acuden entusiasmados a la llamada de la urna. No es el nuestro y por eso, mientras nos vamos organizando para acabar con este estado de cosas, no vamos a picar en ese juego. No vamos a ir.
NO DELEGUES. ORGANÍZATE Y LUCHA. ABSTENCIÓN ACTIVA.