La América de Trump saca músculo
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valladolor
viernes, 14 de abril de 2017
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La
América de Trump saca músculo
El desorden mundial, en el cual las
potencias imperialistas se han visto colocadas –desde el
hundimiento del imperio ruso en 1989-91, pasando por una sucesión
insistente de guerras locales y regionales en las cuales cada
potencia imperialista buscaba extraer el mayor beneficio posible para
sus propios intereses-, no es otra cosa que el nuevo estado de
salud del imperialismo.
Las contradicciones de la sociedad burguesa,
sobre cualquier plano, económico, político, social, financiero,
cultural y, naturalmente, militar, están explotando desde hace
tiempo con una frecuencia cada vez más breve, en el tiempo y en el
espacio. El imperialismo, es decir, la política de rapiña y de
bandidaje que cada país capitalista avanzado utiliza para acaparar y
controlar, en el mundo, porciones de mercado y de territorios
económicos, no ha logrado, y no logrará jamás “resolver” las
contradicciones de la sociedad capitalista si no es llevándola al
nivel del enfrentamiento mundial entre las potencias que se dividen
el mundo en zonas de influencia y de colonización. La Primera Guerra
Mundial (1914-1918) y la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) son una
demostración, tanto en el sentido de que a través de ellas las
potencias imperialistas han rediseñado el orden mundial, como en el
sentido de que el nuevo orden mundial apenas establecido a través de
una victoria militar portaba los gérmenes de un nuevo desorden
mundial. La burguesía de un país lucha siempre, constantemente,
contra las burguesías competidoras y adversarias de los otros
países; y cuanto más se desarrolla la economía capitalista, más
las burguesías nacionales que representan los intereses y disfrutan
todos los beneficios y los privilegios económicos, políticos y
sociales, se hacen aguerridas, codiciosas, insaciables.
La competencia económica y
financiera sobre el mercado mundial eleva inevitablemente, en un
cierto punto del desarrollo capitalista, el nivel del enfrentamiento:
los competidores más fuertes, más organizados, más agresivos
tienden a repartirse el mercado en zonas de influencia y de control.
Pero el desarrollo capitalista y el desarrollo de sus contradicciones
forman al tiempo a otros actores que entran en el mercado volviéndose
a su vez competidores, menores en términos de fuerza económica y
financiera, pero importantes desde el punto de vista “estratégico”,
gracias a sus recursos naturales, a su posición geográfica y a su
actividad político-militar en sus regiones.
El cuadro internacional que
se representaba desde la mitad del siglo XIX hasta los primeros
decenios del XX, con el mundo dividido entre las potencias coloniales
europeas, dueñas del mundo, entre las cuales la primera era
Inglaterra, después de la Primera y, sobre todo, después de la
Segunda Guerra Mundial, ha cambiado del todo. Tras la decadencia de
las potencias coloniales de un tiempo emergieron nuevas potencias
imperialistas: los Estados Unidos de América y Rusia, grandes
vencedores de la Segunda Guerra Mundial, que se repartieron el mundo
en dos grandes zonas de influencia –el Occidente euroamericano,
(del cual dependían Europa Occidental, el continente africano,
América Latina, el Medio Oriente y una parte no pequeña del Extremo
Oriente) y el Oriente euro-ruso (del cual dependían Europa Oriental,
China y parte de Indochina) en el interior de las cuales había lugar
para la continuidad “colonial” de los más viejos países
colonialistas, Inglaterra y Francia en particular. Y es gracias a la
experiencia histórica de estas dos grandes potencias coloniales que
algunas grandes regiones del mundo, como el Próximo y el Medio
Oriente, han visto sus confines rediseñados siguiendo los intereses
de rapiña y piratería de Londrés, París y Washington.
Pero de la gran crisis
capitalista mundial de 1.973-75, de la que no se desarrolló una
tercera guerra mundial por la combinación de una serie de factores
económicos y político militares que alejaron la maduración, salió
un cuadro internacional en el cual las grandes potencias
imperialistas se enfrentaban más por sus puntos débiles que por
sus puntos fuertes. La guerra en Vietnam que América perdió, la
secuencia interminable de guerras de liberación nacional de las
colonias en África y en el Extremo Oriente, los países del Medio
Oriente (estratégicos por el petróleo) constantemente sacudidos por
guerras locales e intestinas, una Alemania y un Japón militarmente
debilísimos pero importantes en la clasificación de las potencias
económicas mundiales al punto de representar no sólo competidores
aguerridos a nivel mundial, sino, al mismo tiempo, mercados vitales
para las mercancías americanas; y una Rusia con un desarrollo
capitalista interno que tenía entonces gran necesidad de la
explotación cuasi monopolística de los satélites euro-orientales y
para nada propensa a enfrentarse militarmente con los Estados Unidos,
con los cuales bastaba el equilibrio del
terror dado por los armamentos
atómicos. Demostración de que no todas las crisis internacionales
de gravedad notable –como fue la guerra de Corea en 1950, o la
guerra de Irak en 1991- desembocan en una guerra mundial. Esto no
quita que cada crisis, regional o internacional, no haga sino
acumular factores de enfrentamiento cada vez más agudos e
“imposibles de resolver” si no es con el enfrentamiento militar
abierto.
Desde dicho periodo del
equilibrio del terror, el desarrollo del imperialismo ha pasado a un
periodo en el cual el viejo equilibrio mundial, debido a aquella
especie de condominio ruso-americano que “gobernó” el mundo
durante treinta años después del fin de la Segunda Guerra Mundial,
no ha sido ya aceptable por parte de ninguna potencia imperialista;
pero ninguna potencia imperialista actual está en condiciones, hoy,
de dictar la agenda mundial de las relaciones recíprocas. Es uno de
los motivos por los cuales cada potencia imperialista tiende a
enmascarar sus propios intereses con los intereses locales de tal o
cual país, no quitándose de intervenir –como en Libia- cuando
este tipo de intervención no puede ser utilizada como una
“declaración de guerra recíproca”
Esto es lo que sucede en
Siria desde hace más de cinco años, país que habría debido ver la
caída de Bashar al-Assad hace tiempo, gracias sobre todo a las
presiones diplomáticas, económicas y militares de los Estados
Unidos, cosa que no ha sucedido.
La población siria, en
estos cinco años ha sufrido todo tipo de violencias, de
humillaciones brutales, por parte de todas las fuerzas beligerantes:
del ejército considerado regular de Assad, de las diversas milicias
rebeldes, de las fuerzas militares del ISIS, de los bombardeos de los
rusos, de los americanos, de los turcos y de todos los aliados de los
Estados Unidos. Indiscutiblemente el ejército de Assad se ha
manchado con todo tipo de violencia contra su pueblo, pero no lo han
hecho menos las otras fuerzas militares presentes sobre el terreno o
actuando mediante agentes en Siria.
Siria, mucho más que Libia,
representa un nudo estratégico para las potencias imperialistas:
para Rusia, gracias a la única base aérea y portuaria que tiene y
que se asoma al Mediterráneo, y desde la cual son posibles acciones
de presión y de acción militar en todo el área mediterránea y en
toda el área meridional; para las potencias europeas, y en
particular Francia, que tiene una tradición imperialista muy
radicada en Siria; para los Estados Unidos, que desde el punto de
vista del control imperialista del Medio Oriente no pueden aceptar
perder a favor de una Rusia que está volviendo a ganar posiciones a
despecho de la Alianza Atlántica, y por lo tanto en primer lugar a
despecho de los Estados Unidos; para Irán, nueva potencia regional
que ha encontrado afortunadamente para ella un nuevo aliado en la
Rusia de Putin, y que tiene todo el interés en impedir que Israel y
Arabia Saudita radiquen su influencia en el único país en el cual
la afinidad religiosa chiita puede ser utilizada para sus propios
intereses de potencia regional.
El ataque con agentes
químicos (parece que con gas sarín) del 4 de abril por parte de la
aviación de Assad en la pequeña ciudad siria de Idlib (pueblo de
Khan Sheikhoun), en la zona de Homs, controlada por los rebeldes,
matando a ochenta personas –tal y como afirman los medios locales-
ha sido el pretexto que Trump ha utilizado para disparar sus misiles
desde los portaaviones presentes en la zona. Los 59 misiles Tomahawk
lanzados contra la segunda base aérea siria, Shayrat, de los cuales
sólo 23 han hecho blanco, han hecho en realidad pocoo daño: han
dado a algunos MIG, han matado a 5 personas y herido a 7 (según el
gobernador de Homs). De hecho, el día después, desde la misma base
han vuelto a salir los aviones sirios para otras operaciones
militares. He ahí la “respuesta seria” americana, como ha
declarado el presidente Trump: contra “civiles inermes” entre los
cuales “hermosos pequeños asesinados brutalmente, ningún hijo de
Dios debería sufrir un horror similar”(1) no ha tenido sino un
efecto propagandístico, visto que la base, advertida por los rusos,
a su vez advertidos previamente por los americanos, había sido
evacuada de forma preventiva.
Frente a las innumerables
masacres que ha sufrido la población siria, ¿para qué sirve este
acto propagandístico de Trump? ¿Ha querido hacer ver al presidente
chino Xi Jinping, presente en una cumbre con Trump precisamente ese
día, que “América no bromea” advirtiéndole de que sería mejor
para él dejsar su protección a Corea del Norte y dejar que los
Estados Unidos “se las vean directamente con Pyongyang”? ¿Ha
querido molestar a Rusia, la gran protectora de Bashar-al-Assad, y
avisarla de que no bombardee más las posiciones de los rebeldes
apoyados por los Estados Unidos? ¿Ha querido dar también un aviso a
Turquía, que se estaba acercando a Rusia alejándose de los Estados
Unidos, subrayando que forma parte de la OTAN y que por lo tanto no
puede llevar un doble juego? ¿Ha querido dar a sus propios generales
la idea de que los portaaviones americanos presentes en el
Mediterráneo no están sólo de “guardia” sino que pueden
actuar? ¿Ha querido dar la impresión a sus propios electores de que
el nuevo presidente americano no se ocupa sólo de la minería y del
carbón y del “Obama care” sino también de la política
exterior? Probablemente todas estas cosas juntas, aún si es evidente
para todas las cancillerías del mundo que los Estados Unidos no
logran salir del impasse en el cual se encuentran en Siria (y no
solo, vista la situación en Irak o en Libia) y que el presidente
Trump no tiene ninguna “nueva” política externa que seguir, si
no aquella que ya era la de Obama y que le viene dictada por los
diversos lobbys que le tienen en su mano.
Dicho esto, es indudable que
ahora América comienza a mostrar sus músculos, obviamente en
defensa de sus intereses nacionales.
Por otra parte, Siria se ha
convertido en el teatro en el cual las potencias imperialistas
mayores y las potencias regionales juegan cada una su propia partida,
cada cual con el objetivo de hacerse con una parte del botín
representado por su territorio y, llegada la ocasión, de meter la
mano en una parte de Irak, ya hoy subdividido en diversas partes con
los Kurdos en el Norte (que en Siria son apoyados por los
americanos), no obstaculizados por los occidentales pero combatidos
por Turquía que quiere retomar Mosul; los sunníes en el centro,
apoyados por las coaliciones occidentales; y en el sur los chiitas,
apoyados por Irán. Rusia, Turquía, Irán, son las potencias que se
disputan pedazos de Siria, y contra sus iniciativas los Estados
Unidos intentan poner un freno y participar en la división del
pastel.
De hecho la población
siria, de igual manera que no tiene nada bueno que esperar de
Bashar-al-Assad, de Rusia ni de Irán, tampoco tiene nada bueno que
esperar tampoco de las milicias rebeldes o de los Estados Unidos y de
sus aliados occidentales. Y mucho menos de los milicianos del ISIS.
En esta guerra la población siria es la víctima a sacrificar,
masacrada en su patria y humillada en la emigración; y tampoco puede
contar con un movimiento obrero organizado mínimamente y dirigido a
llevar a cabo su propia lucha contra todos los beligerantes, porque
fue, ya antes, desviado e intoxicado de democracia durante años por
las fuerzas estalinistas y después destruido por el nacionalismo y
el confesionalismo.
Lo que puede dar a los
proletarios sirios una esperanza en el mañana, es el encuentro en la
emigración con proletarios clasistas y revolucionarios, entrenados
en la resistencia a las ilusiones de la democracia burguesa y al
nacionalismo, y tenazmente aferrados a las experiencias
revolucionarias del pasado –no a aquellas de las resistencias y del
antifascismo, que no han hecho sino volver a abrir la puerta a la
conservación burguesa- sino a aquellas de los proletarios rusos,
alemanes, italianos y serbios que durante y después de la primera
guerra mundial marcharon contra todos los bandidos imperialistas en
dirección a la revolución socialista, que no podía y no puede ser
otra cosa que anticapitalista y antiburguesa.
Partido Comunista Internacional (El Proletario)
10 abril 2017
NOTAS:
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La apariencia como forma de lucha es un cancer
El debate esta en la calle, la lucha cara a cara
Usandolo mal internet nos mata y encarcela.
Piensa, actua y rebelate
en las aceras esta el campo
de batalla.
si no nos vemos
valladolorenlacalle@gmail.com