La regeneración democrática y la represión… más democrática aún.
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valladolor
sábado, 18 de abril de 2015
análisis,
contra la represión,
partido comunista internacional
La
regeneración democrática y la represión…
más democrática aún.
El último año ha
supuesto un incremento notable de los casos represivos en marcha en
España. Especialmente significativas han sido las operaciones,
Pandora y Piñata, realizadas contra los llamados Grupos Anarquistas
Coordinados. En ellas, a partir de unos atentados realizados en las
catedrales de Madrid y de Zaragoza que ni siquiera causaron daños
materiales y por los cuales ya había dos personas en prisión, el
aparato policial del Estado ha levantado todo un entramado
conspirativo basado en la edición de libros y las reuniones públicas
que los detenidos han llevado a cabo. En total varias decenas de
personas han sido encausadas en un proceso que promete no ser el
último y que se suma a las decenas de aquellos que a día de hoy se
encuentran abiertos contra trabajadores, sindicalistas y militantes
de grupos de extrema izquierda.
Durante los últimos meses
la consigna de toda la burguesía española ha sido regeneración
democrática. Los partidos que
habitualmente se han alternado en el poder, PP y PSOE, hablan de un
necesario cambio en su manera de gobernar mientras que aquellos
emergentes, dispuestos a ejercer tareas de gobierno desde el primer
momento, claman que este cambio no es posible sin uno mayor que acabe
o disminuya con la preponderancia de aquellos. La burguesía
catalana, íntimamente ligada a la española pero compitiendo siempre
con esta en materia de reparto de beneficios (por la vía fiscal en
un primer momento, con exigencias políticas mayores una vez esta se
truncó), defiende la independencia política catalana como vía para
el cambio de modelo político y, de hecho, esta consigna soberanista
implica la emergencia como fuerza decisiva de los sectores pequeño
burgueses agrupados en torno a Esquerra Republicana y las
Candidaturas de Unidad Popular. Las elecciones andaluzas han
colocado a Podemos como llave del gobierno autonómico consolidando,
pero a la vez limitando, la aparición de un oportunismo político
renovado que aspira a contener la tensión social acumulada a lo
largo de los últimos años.
En definitiva existe un
acuerdo generalizado entre todos los representantes políticos de la
burguesía (y por lo tanto este existe también en la burguesía
misma que ejerce su dominio político siempre y sea quien sea su
representante) de que es necesaria una nueva democratización
del país que corrija los defectos de
origen del régimen institucional creado en 1978 como salida a la
alteración de la fluidez de las relaciones sociales que provocó la
muerte de Franco en el contexto de la crisis capitalista
internacional. Siete años de una nueva crisis económica
considerablemente más dura que la anterior han forzado a la
burguesía a realizar un considerable esfuerzo en volver a engrasar
su maquinaria de dominio político por excelencia, desechando los
resortes ya gastados por el uso, reponiendo las piezas que se
muestran inútiles y abrillantando la vieja estructura para que
parezca otra vez nueva.
¿Qué puede esperar el
proletariado de esta puesta a punto? La respuesta la tiene en el
correlato de esta regeneración, en la música de fondo que acompaña
a todo este aparente cambio institucional del que prometen que
acabará con los excesos más lacerantes del sistema social. Más de
treinta anarquistas detenidos en los últimos meses, decenas de
trabajadores amenazados con penas de cárcel por participar en
movilizaciones obreras, cientos de encausados por el mismo motivo y
una legislación que, guiada como siempre con la excusa de la lucha
anti terrorista, que promete más
dureza contra la clase obrera en general y contra los elementos más
activos de esta en particular. Existe una ecuación muy sencilla que
siempre se cumple y el caso español no es una excepción: más
democracia equivale a más represión.
Mientras que el nuevo
oportunismo que representa Podemos y que incorpora a lo más granado
de los partidos tradicionales de la izquierda, curtidos una y mil
veces en la lucha contra la clase trabajadora, organiza su asalto al
parlamento como nueva fuerza de contención social, los últimos
meses han visto la aprobación de nuevas leyes encaminadas a preparar
la represión preventiva contra cualquier elemento susceptible de
desequilibrar el orden social. La llamada Ley de Seguridad Ciudadana
y la Ley contra el terrorismo yihadista se ocupan, cada una en su
ámbito, de facultar al Estado para actuar de manera expeditiva y
utilizando todos los recursos a su alcance tanto contra las
movilizaciones sociales como contra los grupos organizados que
intervengan en ella y mantengan una existencia independiente de las
grandes corporaciones que participan en el circo electoral. Es cierto
que tanto la izquierda que dispone de representación parlamentaria
como aquella que aún permanece fuera de las Cortes pero que aspira a
sustituir a la anterior en un plazo breve de tiempo, han protestado
contra estas leyes. Pero lo han hecho porque su protesta no tendrá
consecuencias. Estas leyes contra la movilización y contra el
terrorismo, son consecuencia del marco legal ya creado por la
legislación antiterrorista previa, la cual había tenido la
aceptación de todos los grupos políticos nacionales (del PP al PCE
pasando por el PSOE). Y a su vez esta ley antiterrorista fue
precedida por la dotación de medios excepcionales a la policía que
resultaba de la Ley Corcuera (también llamada Ley de Seguridad
Ciudadana, aprobada por el PSOE en los años ´90). Y, de nuevo, esta
ley se insertaba en el marco de la guerra sucia contra la disidencia
política, especialmente en Euskadi, que los grupos parapoliciales
del PSOE (heredados, eso sí, de la policía y el ejército
franquistas) y las instituciones democráticas aplicaban (recuérdese
la presión carcelaria ejercida no sólo contra ETA sino también
contra los GRAPO, los insumisos, la okupación de inmuebles vacíos,
etc.). Nada nuevo bajo el Sol y los adalides de la regeneración
democrática tienen las manos manchadas con la aplicación tanto de
las actuales como de las anteriores medidas represivas. A medida que
sus propuestas renovadoras ganan terreno, también lo hace la fuerza
represiva del Estado burgués, al que ellos sustentan y con el que
colaboran en el desarrollo de esta fuerza.
El texto en su
contexto
La represión no es un
fenómeno excepcional en el orden democrático. Y no lo es porque
este orden responde, siempre, al gobierno dictatorial de la clase
burguesa sobre el proletariado. Al contrario de lo que afirman los
voceros de la burguesía, el desarrollo de las formas políticas es
una consecuencia y no una causa del desarrollo material de la
producción social y en el capitalismo la clase burguesa gobierna
sobre el proletariado porque la economía basada en el trabajo
asalariado y la propiedad privada determina que esto sea así. En
este modo productivo la clase burguesa se apropia de la riqueza
social generada por la clase proletaria a través de la extracción
de plusvalía, de la obtención del tiempo de trabajo no pagado, y es
de esta manera como se crea su papel dirigente: el dominio político
es una consecuencia del papel que juega en este ámbito y se sustenta
directamente de la ventaja que obtiene en él. Las instituciones que
encarnan la fuerza política de la burguesía y que sirven a esta
para afirmar su posición tanto frente al proletariado como frente a
otras burguesías nacionales en la competencia mundial por el reparto
de los beneficios de la producción y el comercio, se levantan
igualmente sobre la base de la explotación del trabajo asalariado,
son por lo tanto instituciones que recogen desde su nacimiento la
naturaleza clasista de la sociedad y que tienen como fin primero la
defensa el dominio de la burguesía sobre esta. De estas
instituciones, un buen número se encuentran dedicadas a lograr el
mantenimiento de la paz social, es decir, a mantener al proletariado,
que sufre regularmente las convulsiones derivadas de su papel como
productor de la riqueza social y de esclavo de esta riqueza social
que se vuelve inevitablemente contra él, dentro de los límites de
la colaboración entre clases. Para ello se mantiene el mismo armazón
democrático del Estado, la propaganda de los medios de comunicación,
los recursos destinados a los amortiguadores sociales capaces de
compensar, en determinados estratos y sólo mínimamente, las
consecuencias de la explotación y la exposición a los ciclos de
bonanza y crisis de la economía capitalista, etc.
Pero también existe una
cantidad importante del total de instituciones destinadas a imponer
el dominio político de la burguesía que se destinan a la represión
pura y simple de cualquier ruptura del orden social. Tanto dentro
como fuera de sus fronteras, la burguesía nacional libra una guerra
permanente, que si bien puede hacerse invisible en los periodos de
relativa calma que aparecen entre convulsión y convulsión, nunca
deja de existir y, por lo tanto, requiere de una inversión
continuada en los medios que hacen posible la victoria contra los
diferentes rivales.
En el ámbito exterior, la
burguesía lucha contra sus competidores rivales, abre mercados,
conquista territorios o se los arrebata a conquistadores anteriores…
ninguna burguesía ha renunciado ni renunciará nunca a la formidable
industria bélica que tantos recursos exige, tanto acero, petróleo,
cobalto y otros recursos consume y tantos beneficios, entre ellos la
fuerza frente a los rivales, proporciona.
Dentro de sus fronteras la
burguesía también libra una guerra. El mantenimiento del dominio
sobre el proletariado, el dominio político que permite el correcto
desarrollo de las relaciones de producción propias del mundo
capitalista es susceptible de verse alterado por causas que se
encuentran dentro el mismo modo de producción capitalista. La
burguesía conoce este hecho perfectamente porque lo ha vivido en
toda su crudeza durante el siglo XX cuando las masas proletarias del
Occidente y el Oriente, encabezadas por el proletariado ruso con su
Partido Bolchevique a la cabeza, pusieron en cuestión, durante el
periodo inmediatamente posterior a la I Guerra Mundial, el poder
burgués. Rusia, Alemania, Italia o Hungría fueron algunos de los
países donde la lucha de clase del proletariado, firmemente
engarzada a la dirección política del Partido Comunista, amenazó
la estabilidad social del mundo burgués y de estos países al resto
del mundo, toda la burguesía aprendió las lecciones de esa amenaza.
Una terrible contra revolución, que sólo acabaría con la
inmolación en los altares de la defensa de la patria durante la
Segunda Guerra Mundial de millones de proletarios, fue la primera
consecuencia, pero más allá de esto la certeza de la necesidad de
mantener un esfuerzo contra revolucionario permanente ha calado en la
burguesía por encima de cualquier otra consideración.
La represión, verdadera
institución en la sociedad capitalista, es uno de los principales
pilares de este esfuerzo preventivo. Ciertamente la burguesía es
plenamente consciente de su función y es que en la sociedad
capitalista puede haber periodos de tranquilidad más o menos largos
en los que proletariado y burguesía parecen poder cohabitar pero
nunca, jamás, existirá un equilibrio estable entre las clases, la
tendencia siempre es a la guerra social y la perspectiva de esta está
bien presente en el horizonte. La represión burguesa es, por lo
tanto, una constante, cuya intensidad depende de la situación por la
que se pase, pero que nunca desaparece. Está encaminada a mantener
al proletariado dentro de los límites de la sumisión a las
exigencias de la economía nacional, reforzando la colaboración
entre clases que las facilitan o imponiéndolas brutalmente según la
situación, pero siempre orientada a un mismo fin.
Hoy la sociedad capitalista
no se adapta al esquema liberal con que surgió a lo largo de las
revoluciones del Siglo XIX. Si bien el mito de la libertad
individual, de la división de poderes que garantiza la seguridad del
ciudadano, etc. sigue presente como parte del mito de la lucha contra
la tiranía feudal en que se fraguó el dominio burgués hoy las
formas con que se aplica este dominio han variado sustancialmente. Es
verdad que el contenido es exactamente el mismo porque el modo de
producción capitalista sigue vigente y regido exactamente por las
mismas leyes que en la fecha de su nacimiento, pero toda una serie de
evoluciones en el ámbito estatal y sus aspectos jurídicos,
legislativos, etc. subsidiarios se han producido encaminados a
perfeccionar el poder burgués. El fortalecimiento del Estado
burgués, liberándole de cualquier traba que entorpeciese su
funcionamiento hasta el punto de hacerle omnipresente en cualquier
aspecto de la vida social y la integración en su aparato político
de las “representaciones populares y obreras” que claman por el
mantenimiento del orden y que lo conjugan el engaño liberal y el
virus del pacifismo con la concentración cada vez mayor de los
resortes de la violencia estatal y paralegal, estas son las
características de la democracia
blindada a la que se han convertido
todas las burguesías.
La más democrática
de las represiones
Durante el último año en
España hemos asistido al fin de las grandes movilizaciones de masas
que habían marcado a la crisis capitalista prácticamente desde su
inicio y al ascenso fulgurante de un partido político, Podemos, que
dice recoger todas las aspiraciones “populares” que latían en
esas movilizaciones para transportarlas al ámbito parlamentario,
único en el que, según sus líderes, pueden obtener satisfacción.
No se trata de dos fenómenos diferentes, ni siquiera de dos hechos
complementarios, sino del mismo proceso por el cual se elimina la
tensión social encuadrándola en las ilusorias expectativas
democráticas. Se reestablece plenamente la paz social cuando tanto
el proletariado como las clases medias empobrecidas que habían
manifestado más abiertamente la tensión generada por el brusco
empeoramiento de sus condiciones de existencia se confía de nuevo
totalmente al sistema democrático, mecanismo a través del cual la
burguesía gobierna sobre él pero exigiéndole su participación en
este dominio. En 1978 la Constitución democrática aceptada por
todos los partidos políticos representativos (también por aquellos
como el PCE que hoy claman por el fin del “Régimen del ´78” y
por la III República) tuvo la función de impulsar un funcionamiento
democrático de la sociedad con el fin de que el proletariado
afectado por la crisis económica y social que existía aceptase la
colaboración entre clases y no la afirmación de su independencia de
clase como única vía para resolver sus problemas. Hoy la
regeneración que Podemos y tantos otros reclaman es simplemente una
puesta a punto del contenido que existe bajo la fórmula democrática:
sumisión del proletariado a la burguesía, aceptación de las vías
legales y representativas como única manera de dirimir la tensión
social. La democracia supone, sencillamente, la dictadura de la clase
burguesa sobre el proletariado. Los efectos de la crisis capitalista
habían colocado potencialmente al proletariado en situación de
romper con la colaboración democrática que garantiza esta dictadura
y la respuesta ha sido la ofensiva democrática de la burguesía para
hacerle retornar a la vía que parecía extraviarse.
Después de un año desde la
irrupción de Podemos, aupado directamente por todas las facciones de
la burguesía española como respuesta urgente a un problema que
podía írsele de las manos (más que la crisis las condiciones en
que se realizará la famosa “salida de la crisis”), las
manifestaciones callejeras han sido sustituidas por las tertulias
televisivas y los debates periodísticos. Todas las expectativas
parecen puestas únicamente en que los nuevos partidos de la
izquierda que han aparecido de la noche a la mañana accedan al
Parlamento y renueven el sistema desde allí, que en sus palabras, es
el único sitio desde donde puede hacerse. El proletariado renuncia a
la lucha casi antes de haberla librado, las clases medias parecen
encontrar finalmente calma ante tanta agitación y todo vuelve al
cauce del que nunca debió salir.
Pero el mecanismo
democrático de gobierno del que dispone el Estado burgués debe
necesariamente ir acompañado de la aplicación de métodos
abiertamente represivos que lo refuercen golpeando sistemáticamente
a los elementos de cualquier tipo que queden fuera del camino
marcado. Esta represión, precisamente porque es un complemento de la
acción democrática, no va dirigida contra el grueso de aquellos que
participan o han participado en las movilizaciones provocadas por la
crisis sino contra aquellos que tienden a no darlas por finalizadas
una vez el nuevo pacto
representativo se ha puesto en marcha. Podemos acaba con las
movilizaciones, la llamada Ley Mordaza confiere a la policía la
facultad de sancionar con durísimas multas a quienes participen en
ellas, sean estas legales o no. Los sindicatos representativos firman
la paz social, decenas de trabajadores que aún realizan huelgas son
detenidos y amenazados con la cárcel. Las candidaturas de la llamada
Unidad Popular son promovidas como organización representativa, los
grupos llamados subversivos pasan a tener prohibida la propaganda de
sus fines y la captación de nuevos miembros en virtud de la ley
contra el terrorismo yihadista. Y así un largo etcétera de acciones
de compensación que apuntan todas al mismo lugar: fortalecer la
integración democrática de la tensión social resultante de la
lucha que la burguesía lleva a cabo contra el proletariado
castigando duramente cualquier tendencia a sabotearla. Se trata de
una represión exquisitamente democrática, realizada en nombre del
bien común y de la paz social, que se ejerce contra una pequeña
minoría de elementos díscolos a los que estos últimos años han
empujado a una mayor radicalización. Contra esta represión nadie
levanta la voz: los nuevos partidos que dicen representar “a la
gente” miran para otro lado mientras algunos de entre esta “gente”
es arrestada por la noche y conducida a prisión con motivo de poseer
un libro “subversivo”; los sindicatos dejan a sus propios
miembros afrontar ellos solos las peticiones de cárcel; las
plataformas anti desahucios callan cuando se desalojan inmuebles
okupados con la excusa de la ley antiterrorista… La nueva
democracia ofrece a la burguesía también la garantía de que será
igual de despiadada con quien amenace tan sólo en potencia el orden
social.
Vosotros los que
entráis abandonad toda esperanza.
La crisis capitalista no ha
traído la reanudación de la lucha de clase proletaria. En nuestra
doctrina marxista nunca ha estado previsto que a las crisis cíclicas
que sacuden la economía les sigan automáticamente convulsiones
sociales tales que la lucha por el abatimiento del poder burgués sea
puesto en el orden del día, ni siquiera que la lucha generalizada en
el terreno de la exigencias inmediatas vaya a ser un hecho cierto.
Por el contrario son las tendencias anti marxistas que pretenden
poder renunciar al determinismo histórico que rige el curso del
desarrollo social, quienes pretenden que la lucha revolucionaria es
posible en todo momento y en cualquier condición y quienes ven en la
crisis económica una condición suficiente para que esta aparezca de
nuevo. Nosotros, marxistas revolucionarios, afirmamos que la sucesión
de los modos de producción que rigen la existencia de la especie
humana no acaba con el capitalismo y que es en éste mismo donde se
generan las bases de la transformación socialista de la sociedad. La
principal de estas bases es el proletariado, producto de la industria
moderna y portador de la capacidad de superar las relaciones
productivas basadas en el salario y la propiedad privada no para
retornar a sistemas precapitalistas sino para abolir definitivamente
la explotación del hombre por el hombre. También afirmamos que la
destrucción del sistema capitalista implicará un largo periodo en
el que se sucederán diferentes fases, la primera de las cuales será
necesariamente la lucha contra el poder burgués, emanada de la
centralización y dirección por parte del partido de clase de los
impulsos a la lucha que la situación de la clase obrera en el mundo
capitalista genera en esta y que supone el verdadero proceso de
constitución del proletariado en clase. Como no hay rastro de
automatismo en esta afirmación, tampoco hay nada de idílico en
ella. La experiencia de las revoluciones victoriosas pasadas, de la
Comuna de París y de la Revolución de Octubre de 1917, pero también
de los casos en los que el proletariado, pese a estar perfectamente
dispuesto para el combate, ha resultado derrotado, nos muestra que la
guerra abierta contra la burguesía no se ventilará en el terreno
del desarrollo progresivo de la fuerza obrera en el seno de la
sociedad capitalista sino que triunfará o perderá en el campo de
batalla.
Mucho antes de que esta
guerra, en cuya perspectiva está puesto cada dato que arroja la
lucha entre clases, sea abierta, los proletarios deberán continuar
su particular camino del Gólgota. Hoy es la burguesía la que ejerce
su dictadura en cada parte del planeta y de forma totalitaria
cualquiera que sea el revestimiento democrático o social que se
imponga. Y mediante su dominio de clase combate, diariamente, contra
cualquier brote de lucha proletaria, por pequeño que este sea. La
represión es uno de los puntales de este combate y no cesará en
ejercerla, sino que aumentará su intensidad en la medida en que el
aumento de la conflictividad social lo requiera.
La democracia es el arma más
importante de que hoy dispone la burguesía para someter al
proletariado y la represión forma parte de ella como el elemento
punitivo que ayuda a sostener el andamiaje de la colaboración entre
clases. Pero mientras que el dominio de clase de la burguesía es un
principio de la sociedad capitalista, la democracia sólo es un
instrumento. En determinadas ocasiones históricas, cuando el
proletariado ha supuesto una amenaza mortal que no podía ser
reconducida por vías legales al orden, los principios sagrados de la
democracia han sido sustituidos por la dictadura abierta. Es el caso,
sobre todo, de Italia en los años ´20 del siglo pasado, cuando a un
poderoso proletariado conducido por el Partido Comunista (entonces
dirigido por la Izquierda y dispuesto a librar la batalla
revolucionaria sabiendo que esta era, sobre todo, una batalla anti
democrática) sólo pudo ser aplastado
por el poder concentrado de la burguesía en un Estado fuerte que no
respetase miramiento constitucional alguno, el fascismo de Mussolini,
al que seguiría el de Hitler en Alemania y los regímenes
totalitarios de España o Portugal.
También esta lección
cuenta en el haber de la burguesía, que mientras que glorifica la
victoria de la democracia sobre el fascismo desde hace 70 años,
lleva el mismo tiempo con los métodos fascistas de gobierno
asimilados e integrados en el cuerpo social. Democracia y fascismo
son dos caras de la misma moneda, dos formas de gobierno de la
dictadura burguesa sobre la sociedad utilizadas en situaciones
sociales diversas; la democracia nutre el fascismo, el fascismo nutre
la democracia, como la paz burguesa nutre la guerra imperialista y la
guerra imperialista nutre la paz burguesa.
La burguesía, llegado el
momento, hará uso de cuanto tenga a su disposición para acabar con
la amenaza proletaria y las lecciones de la contra revolución que
encabezó el fascismo son una advertencia para el proletariado: si no
hay nada más autoritario que una revolución, por tanto nada más
violento, no puede esperarse sino una fuerza igualmente autoritaria y
violenta en sentido contrario como recurso contra revolucionario.
Pero hay otra lección que
el proletariado debe aprender. La victoria de la burguesía no se
consolidó, en la época de la ofensiva revolucionaria del
proletariado, hasta que este cejó en su lucha de clase. Y esto no se
logró sólo mediante la represión sino que hizo fue necesario que
aceptase la defensa de la democracia, por tanto del poder burgués,
precisamente como falsa opción para frenar la represión. Al
fascismo se opuso la democracia, cuando aquel había sido
consecuencia de aquella. A la represión, las libertades civiles
“garantizadas” por el Estado burgués, el mismo Estado que
ejercita la represión. Y la lucha de clase, finalmente, acabó
reconvertida en la defensa de la colaboración con la burguesía. El
tiempo transcurrido desde entonces, si acaso el balance de la contra
revolución realizado entonces por nuestra corriente no hubiese sido
suficiente, ha mostrado que la burguesía jamás abandonó los
recursos represivos que con el fascismo había aprendido a utilizar,
sino que los adecuó a cada situación. Y en toda situación desde
entonces ha entendido perfectamente que el fin último de la
represión no es tanto aniquilar a los revolucionarios como hacer
aceptar al proletariado la colaboración democrática entre clases
como única alternativa posible.
Hoy la represión burguesa
se deja sentir en unos términos que no son comparables a los de hace
90 años. Pero su naturaleza es la misma. No hay vuelta atrás, no se
retornará a sistemas liberales de gobierno en los que la libertad de
expresión o de asociación esté garantizada, al menos como entonces
estaba garantizada. La única vía para acabar con la represión es
acabar con el capitalismo y, para ello, el proletariado debe luchar
en defensa de sus intereses de clase exclusivamente, sin buscar un
terreno de entendimiento con la burguesía en el que, supuestamente,
se pueda llegar a un equilibrio no lesivo para ninguna de las dos
partes. Exigir, frente a la represión, más democracia significa
únicamente exigir más represión. El proletariado, para poder
combatir de manera más eficaz contra la explotación capitalista y
contra cualquier tipo de opresión, deberá volver a la lucha de
clase, a los métodos y a los medios de la lucha de clase con la
perspectiva de alzar el nivel de enfrentamiento que los antagonismos
de clase provocan inexorablemente sobre el terreno más general y
político. Los intereses de clase del proletariado, en la historia de
la lucha entre las clases, no se acaban con la defensa de las
condiciones inmediatas de existencia y de trabajo –defensa
absolutamente indispensable- porque se insertan en la perspectiva de
un movimiento histórico según el cual las fuerzas productivas de la
sociedad –representadas en particular por la clase proletaria- se
enfrentan con la forma de producción determinada por relaciones
sociales burguesas. Un movimiento histórico al cual ninguna fuerza
burguesa podrá resistir, como las revoluciones proletarias del siglo
pasado han demostrado, y para el cual será necesaria la guía del
partido comunista revolucionario reconstituido sobre las bases
teóricas y programáticas del marxismo. Camino aún largo, pero
inevitable.
5-4-15
Partido Comunista Internacional (El Proletario).
Valladolor no admite comentarios
La apariencia como forma de lucha es un cancer
El debate esta en la calle, la lucha cara a cara
Usandolo mal internet nos mata y encarcela.
Piensa, actua y rebelate
en las aceras esta el campo
de batalla.
si no nos vemos
valladolorenlacalle@gmail.com