Una vez más, el Estado, ese monstruo guardián del Capital, vuelve a obsequiarnos con una buena dosis de represión. En este caso se trata de 11 compañeros, la mayoria de Barcelona, que fueron detenidos el pasado día 16, y de los cuales 7 ya han pasado a prisión sin fianza. Nada nuevo bajo el sol: el sistema siempre está dispuesto a mostrar su cara más déspota sin el menor atisbo de vergüenza cuando ve necesario reafirmarse y reforzar su posición.
No está de más el denunciar el acoso de los perros guardianes del capital, los absurdos montajes policiales y todas esas pirulas que muy a menudo intentan meternos para acojonarnos, pero centrarnos en esa temática puede no ser lo más aconsejable. No nos llevemos a engaño: no son casos individuales, ni mucho menos problemáticas ajenas a nosotros mismos, es un ataque colectivo, una ofensiva a nuestra propia clase social, el proletariado. Somos los oprimidos, los que no tenemos nada más que la miseria a la que el capitalismo nos condena en forma en explotación, alienación y opresión.
Somos la clase que por su propia naturaleza es opuesta a su mierda de “mundo perfecto” Flaco favor nos haremos si centramos nuestra defensa en la disyuntiva de culpables e inocentes; nadie puede ser inocente en esta realidad impuesta en la que la justicia es una palabra vacía puesta al servicio de nuestros propios explotadores.
Nuestra solidaridad, la única posible, es extender la lucha contra este destino fatal que nos arrastra al abismo, que convierte nuestra existencia en una condena.
Si atacan a nuestra clase nos atacan a todos, si quieren disfrazarlo como un problema individual desenmascaremos su pantomima convirtiendolo en un problema de orden público. Si quieren llenar sus sucias carceles y sus oscuros calabozos, desbordemos las calles y las plazas.
Si quieren forzarnos al silencio, respondamos con un grito que les haga temblar en sus poltronas.