¡Proletarios, camaradas!
Los gobiernos que se suceden alternativamente a la cabeza del Estado les preocupa ante todo que la economía capitalista funcione. De derecha o de izquierda, “socialistas” o “liberales”, “reformistas” o “conservadores”, obedecen a las aspiraciones y sirven los intereses, no de sus electores o “ciudadanos” en general, sino de los grupos capitalistas, industriales y financieros más potentes que son los verdaderos amos en todos los países. La democracia y todo su sistema electoral no representan más que una cortina de humo para ocultar la realidad de la división de la sociedad en clases antagónicas y la dictadura de clase dominante sobre la clase explotada. Según el principio democrático, todos los “ciudadanos”, sean riquísimos capitalistas o desempleados y desahuciados arrojados a la calle, todos son iguales ante la ley, y tienen con su voto la misma posibilidad de decidir la orientación de la política estatal.
¡Absurda mentira que se derrumba todos los días! El Estado es una máquina de opresión edificada desde hace ya varios siglos para servir a la clase dominante, que la burguesía arrancó a la aristocracia y que no ha cesado de reforzar y perfeccionar para que convierta en el representante colectivo del capitalismo (Engels). Por su naturaleza ella es incapaz de oponerse a los intereses capitalistas, y con mucha más razón, de tomar la defensa de los proletarios explotados contra los capitalistas explotadores! Si por alguna veleidad un gobernante o una ley entraban el buen funcionamiento económico o político del capitalismo, este gobierno o aquella ley son ignorados o suprimidos. Los ejemplos sobran en la historia, en Europa de la España de Franco, a la Grecia de los coroneles, de la Francia gaullista al Chile de Pinochet; de tantos gobiernos depuestos en África a tantos golpes de Estado o asesinatos en América latina.
¡Proletarios, camaradas!
Sólo los hipócritas o los perfectos idiotas podrían indignarse por el hecho de que gobiernos “de izquierda” que, en Italia o en España, en Alemania, en la España de la época de Zapatero, o la actual Venezuela de Maduro, o de Fernández en Argentina, llevan y han llevado a cabo medidas anti-obreras hasta con mucho más empeño y entusiasmo que los mismos gobiernos llamados “de derecha”. La función política del reformismo, ese agente de la burguesía en el seno de la clase obrera (Lenin) que se apoya sobre los sectores relativamente “privilegiados” de la “aristocracia obrera”, es justamente la de hacer admitir primero los imperativos capitalistas antes que el de los trabajadores, o por lo menos de paralizar sus reacciones. Gracias a la complicidad activa de los aparatos sindicales y otras organizaciones de colaboración de clase cuyo credo es el patriotismo económico, los gobiernos de izquierda logran realizar con más facilidad la sucia canallada, mientras que con un gobierno de derecha corren el riesgo de provocar luchas más difíciles de controlar. Lo único que cambia es que con el correr del tiempo las retribuciones o ventajas que el patrón les otorga por contribuir al deterioro de las condiciones de existencia colectivas cada vez son más magras.
Claro está que estas medidas anti-obreras y antisociales son presentadas siempre como “sacrificios transitorios”, medidas dolorosas pero inevitables a fin de “levantar” el país, restablecer su salud económica. Pero luego de décadas de sacrificios y medidas infligidas a los trabajadores, el capitalismo no ha vuelto a recuperarse y vuelve a exigir nuevos sacrificios! En todos los países los capitalistas exigen más y más, bajo el pretexto de que las empresas nacionales son menos competitivas que las extranjeras, lo que hace que en el propio país las primeras pierdan terreno frente a las segundas!
¡Proletarios, camaradas!
Esta situación no es debida a una negligencia particular de los capitalistas nacionales o una mala política del gobierno de turno, sino al propio funcionamiento del capitalismo. El crecimiento económico continuo durante las tres décadas posteriores a la última guerra mundial, ha sido posible gracias a las gigantescas destrucciones ocasionadas por esta guerra. La reconstrucción de la posguerra abrió un gran ciclo de acumulación que prosiguió debido a la apertura al capitalismo de vastos territorios del globo todavía “vírgenes”. Pero esta formidable expansión no podía desembocar, como los marxistas habían previsto, sino sobre crisis de superproducción en cascada, cada una más grave que la anterior, llegando a la más grave de todas, la de 2008, que todavía no ha sido superada. Y el único remedio que tiene el capitalismo para superarlas es: acrecentar la explotación de los proletarios para aumentar la plusvalía y liquidar (o venderlas al capital “extranjero”) las empresas menos rentables a fin de restaurar la tasa media de ganancias de la economía, lo que significa desempleo masivo, baja de los salarios reales, intensificación de la jornada para quienes tienen un trabajo y recrudecimiento de la precariedad para todos. Es bajo estas condiciones que la economía puede volverse a levantar... hasta la crisis siguiente, puesto que en todos los países los capitalistas hacen lo mismo e inevitablemente la superproducción reaparece, suscitando los enfrentamientos entre Estados. Todo ello lleva al punto en que no hay otra solución que una nueva guerra generalizada, una tercera guerra mundial, que es la sola manera de liquidar radicalmente mediante destrucciones masivas las fuerzas productivas excedentes, comenzando por la carne viva de los proletarios que el capitalismo mundial ya no logra explotar...
Frente a este porvenir de sangre y miseria que promete el capitalismo – que ya inflige a los proletarios y poblaciones de diversos países y regiones –, frente a los ataques presentes y futuros, las alternativas propuestas por los reformistas de izquierda y extrema-izquierda no son sino tierra en los ojos. No existe “otra política”, opuesta al llamado “ultra-liberalismo” actual, que permitiría regresar a la supuesta “edad de oro” del crecimiento económico (duramente pagada por los proletarios de los países imperialistas como por las poblaciones oprimidas de los países bajo su dominación), o a la aparición de “otro” capitalismo, humano y social: no existen otras soluciones para defender el capitalismo nacional que atacar a los proletarios!
¡Proletarios, camaradas!
Los trabajadores no están condenados a la impotencia, puesto que son ellos que con su trabajo, hacen vivir a la sociedad y crean las riquezas que la clase dominante se acapara para sí; por tanto, tienen en sus manos la suerte de esta clase y de esta sociedad de explotación. La resignación y pasividad actuales la esparcen entre sus filas el gigantesco aparato de propaganda burgués; pero también y sobre todo las innumerables fuerzas de la democracia y de la colaboración de clase que la burguesía nutre para desviar el descontento creciente de los proletarios hacia la calle ciega del circo electoral o de las impotentes agitaciones interclasistas (antirracismo, recalentamiento global, feminismo, etc., etc.), saboteando sus luchas o propagando la división en sus filas por medio de la nacionalidad, raza, religión, sexo, corporación, etc.
La necesidad de defenderse contra los patronos, los capitalistas y su Estado, es cada vez más imperiosa. Pero, siguiendo la vía que proponen los partidos reformistas y los aparatos sindicales colaboracionistas, ninguna defensa es posible: con el cartón electoral o las manifestaciones-procesión no se puede hacer resistencia a los capitalistas; es indispensable la lucha de clase!
La lucha de clase consiste en la defensa de los intereses exclusivos de clase proletarios, muy aparte de los intereses burgueses (que se disfrazan de defensa de la empresa, de la economía nacional o del interés publico), con los métodos y medios de clase necesarios para toda lucha verdadera (rechazo de las leyes, medidas y métodos legalistas y pacifistas cuya intensión sea la de esterilizar la fuerza de los trabajadores, etc.) – incluyendo la organización independiente de la lucha y su defensa.
Pero la lucha de resistencia elemental que implica la ruptura abierta con los organizadores de las derrotas obreras, es decir, los partidos reformistas y las organizaciones colaboracionistas, no es más que el primer paso hacia el renacimiento de la lucha anti-capitalista generalizada; la lucha revolucionaria cuyo órgano indispensable es el partido de clase internacionalista e internacional, y que se fija como meta el derrocamiento del capitalismo internacional, la instauración de su dictadura, etapa indispensable para ir hacia la sociedad sin clases, el comunismo.
No hay duda que esta meta final puede hoy aparecer como desmesuradamente alejada; pero es el capitalismo mismo que creará inexorablemente las condiciones objetivas de la crisis revolucionaria y dependerá entonces de la capacidad del proletariado dirigido por su partido de salir victorioso, de dar una oportunidad a la humanidad de escapar a una nueva carnicería mundial y de salir por fin del infierno capitalista.
¡Viva la lucha proletaria anti-capitalista!
¡Viva la revolución comunista mundial!
Partido Comunista Internacional
1/5/2014