La indignación se contagia.
Lo que comenzó con una protesta por la subida del precio del transporte público ha derivado en una reivindicación masiva en Brasil en contra de la corrupción política, la falta de servicios sociales y la brutalidad policial. El lunes, eran ya cerca de 200.000 los manifestantes que marcharon por las calles de las principales ciudades del país suramericano, en la mayor ola de protestas en más de 20 años.
Como ha sucedido en otras partes del mundo, las pequeñas protestas iniciales han ido ganando fuerza y se propagaron rápidamente después de que una manifestación del jueves en Sao Paulo se tiñera de violencia y se extendieran las denuncias de abusos que habrían sido cometidos por la Policía Militar.
El lunes, el epicentro de la protesta pasó de la capital del estado paulista a Río de Janeiro. Allí, mientras los asistentes se congregaban por la tarde, la multitud llegó a las 100.000 personas, según cifras de la policía local. Al menos unas 20.000 personas se reunieron en Belo Horizonte.
Sao Paulo se tiñó el jueves de violencia policial contra los manifestantes
Las protestas han ganado impulso en un momento en que Brasil es anfitrión de la Copa Confederaciones de fútbol, antesala de la Copa del Mundo del próximo año y los Juegos Olímpicos de Río 2016, con los que el Gobierno quiere mostrar al país como potencia emergente en el escenario global. Pero las desigualdades sociales y la falta de recursos siguen siendo una realidad que los macroeventos no pueden ocultar. A pesar de tasas de desempleo en niveles mínimos históricos, el país sufre una inflación que ronda el techo de la meta del Gobierno y el crecimiento económico se ha desacelerado. Ante el contraste con los miles de millones de dólares que han salido de las arcas fiscales para construir nuevos estadios con el lamentable estado de los servicios públicos de Brasil, los manifestantes utilizan la Copa Confederaciones como contrapunto para amplificar sus preocupaciones. Además, Brasil también se prepara para recibir a más de 2 millones de visitantes en julio, cuando el papa Francisco realice su primer viaje al exterior para un encuentro de la juventud católica en Río.
Brasil no veía protestas tan multitudinarias desde 1992, cuando la población salió a las calles para pedir la salida del entonces presidente Fernando Collor de Mello. "No deberíamos estar gastando dinero público en estadios", dijo una manifestante en Sao Paulo que se identificó como Camila, una agente de viajes de 32 años. "No queremos la Copa. Queremos educación, hospitales, una vida mejor para nuestros niños", agregó.
Pese a que las protestas han ganado terreno, no parecen reflejar un gran declive en el apoyo a la mandataria, aunque Rousseff fue abucheada el sábado en la inauguración de la Copa Confederaciones.