Por la lucha de clase que unifica a los proletarios de todas las categorías, sectores, edades, sexos, nacionalidades, contra cualquier división y frontera.
La defensa de clase de las condiciones de vida y de trabajo obreros contra el poder de la clase burguesa constituye el primer paso para la emancipación general del capitalismo.
¡PROLETARIOS, TRABAJADORES NATIVOS E INMIGRANTES DE CUALQUIER PAÍS!
La clase obrera, desde sus primeras manifestaciones de lucha, a mitad del siglo XIX, contra la opresión cotidiana del capital sobre el trabajo asalariado, ha puesto en el primer lugar de sus reivindicaciones inmediatas dos objetivos, grandes y fundamentales: la disminución de la jornada de trabajo y el aumento del salario. Estas dos reivindicaciones centrales de la lucha obrera se encuentran siempre opuestas al sistema de explotación capitalista que se basa sobre la mayor prolongación de la jornada de trabajo y sobre el menor salario posible para cada trabajador.
Los proletarios han debido combatir siempre muy duramente para arrancarles a los patrones, y al Estado burgués que los representa y defiende sus intereses de clase, condiciones de vida y de trabajo menos brutales, menos opresivas, menos fatigosas, menos miserables de las que cualquier patrón destina a sus obreros.
Contra la explotación bestial con el cual los capitalistas oprimen siempre a los obreros, y que les obligaba a trabajar doce, catorce e incluso dieciséis horas al día, desde fines de la década de 1830 en Francia, y después en Inglaterra y diez años después en Australia y un poco más tarde en América, los obreros nativos e inmigrantes comenzaron a organizarse sindical y políticamente para luchar por la disminución drástica de la jornada de trabajo: ocho horas de trabajo, ocho de descanso, ocho para dormir, devino la consigna de la clase obrera que anunciaba al mundo que no quería sufrir más la esclavitud perpetua que supone su vida, de la vida de sus familias y de sus hijos.
Los patrones y su Estado, a través del castillo de leyes que defienden su libertad de explotar sin escrúpulos a la gran mayoría de la población de cualquier país con la finalidad de la acumulación capitalista y de la valorización del capital, han usado siempre la fuerza y la represión para someter a las masas proletarias. Los obreros en lucha, en todo el mundo, han pagado siempre muy cara, con muertos, heridos, arrestados, torturados, desaparecidos, cualquier tentativa de elevar su nivel de vida desde la más cruda miseria y de la inseguridad constante en la cual nacen, crecen y mueren.
Con el desarrollo del capitalismo, con su desarrollo en los países más avanzados, se formaban y crecían también las masas de trabajadores asalariados, modernos esclavos obligados a someterse a las leyes de la explotación capitalista. Creciendo en número y comenzando a luchar de manera organizada, los obreros, en el curso de su movimiento histórico de clase, han descubierto que la lucha de resistencia cotidiana al capital, la lucha contra su presión económica y la represión social ejercida por el poder político burgués, constituye la base –necesaria, pero sólo la base- de una lucha que pone materialmente objetivos más amplios, generales, ambiciosos e históricamente alcanzables: la emancipación del capitalismo, la emancipación del trabajo asalariado, de la esclavitud salarial, de la explotación del hombre por el hombre.
La lucha por la conquista de las ocho horas, legalmente reconocidas como el tiempo máximo en el cual un obrero puede ser explotado por el patrón capitalista, tenía ya una base sólida en las luchas que habían hecho conquistar a los obreros ingleses la ley de las diez horas. El terreno de la lucha era el mismo, siguiendo el desarrollo del capitalismo en Europa y en América. Las grandes huelgas con sus muertos y heridos, en América y en particular en Chicago, en Illinois, encendieron a la joven y combativa clase obrera americana cuya parte más avanzada se encontraba representada por los mismos proletarios inmigrantes, sobre todo alemanes y polacos: la batalla de las ocho horas resultaba así la batalla de la clase obrera en todo el mundo. Fue decidido, en el año 1866, por la Asociación Internacional de los Trabajadores, que las ocho horas debían ser la reivindicación de los obreros en todos los países.
La jornada del 1º de Mayo, como jornada-símbolo de la lucha obrera no sólo en América sino también en todo el mundo, fue el resultado del desarrollo del movimiento obrero socialista; en 1890 la Segunda Internacional estableció que el 1º de Mayo fuese la jornada en la cual los obreros de todo el mundo celebrasen, manifestándose y yendo a la huelga, la lucha por las ocho horas y, más en general, la lucha por las condiciones de trabajo y de vida mejores que aquellas que el capitalismo reserva habitualmente a los obreros. La clase obrera se reconocía de esta manera como una sola clase internacional, con los mismos intereses en cualquier parte del mundo donde el capitalismo se implantaba y progresaba. El progreso del capitalismo señalaba inexorablemente formas de explotación y de opresión social cada vez más vastas y feroces: la vida de los millones de proletarios en todo el mundo dependía cada vez más de la marcha de la competencia capitalista, de la suerte de las inversiones bancarias de los grandes trust y de las grandes metrópolis imperialistas. Los proletarios, prisioneros del sistema capitalista de producción y de beneficio, esclavizados a las condiciones del trabajo asalariado, mientras producen las mayores riquezas sociales, están siempre dominados por las mercancías, por el dinero, por el capital; el trabajo muerto domina al trabajo vivo.
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El Primero de mayo, durante muchas décadas ha representado para los obreros de todo el mundo la fecha en la cual recordar a sus muertos en la batalla cotidiana contra la opresión capitalista, la fecha en la cual renovar el empeño para continuar la lucha contra esta opresión que nunca ha dejado de ser ejercitada por los capitalistas, de generación en generación, contra la clase del proletariado que ha continuado siendo esclavizada, de generación en generación, en la paz y en la guerra, con el único fin del beneficio capitalista.
Los obreros han podido darse cuenta de que únicamente organizándose en asociaciones de clase, en asociaciones que se dotan de objetivos, medios y métodos de lucha por intereses únicamente proletarios, tienen la posibilidad de defenderse eficazmente de los continuos ataques llevados a cabo por la patronal, por el Estado central que lo representa, contra sus condiciones de vida y de trabajo.
En los periodos en los cuales el movimiento obrero progresaba desde el punto de vista de la combatividad, de la experiencia de lucha y de dirección de clase en la que canalizar su formidable fuerza numérica, las clases dominantes moderaban sus pretensiones, contenían la explotación del trabajo asalariado entre ciertos límites –como por ejemplo las ocho horas, los salarios mínimos, los derechos civiles, etc.- y debían aceptar artículos en los códigos legales que protegían a los trabajadores de una explotación sin límites. En los periodos de particular tensión social y de enfrentamiento de clase, caracterizados por el movimiento no sólo de defensa clasista del proletariado, sino de ofensiva revolucionaria por la conquista del poder- como ya sucedió en Europa durante y después de la primera guerra imperialista mundial y en Rusia con la victoria de la Revolución de Octubre –los obreros de todo el mundo se dieron cuenta de que su fuerza numérica, su tradición clasista, su movimiento de emancipación que se dirigía hacia objetivos históricos de la clase proletaria para la conquista revolucionaria del poder político y por la superación completa de la sociedad del capital, son factores irresistibles contra los cuales ningún poder burgués, ya sea potentísimo económicamente hablando y súper militarizado, tiene la posibilidad de resistir.
Y es precisamente por esta razón que la clase dominante burguesa, luchando contra el peligro real de un movimiento de clase del proletariado que pueda reanudar vigorosamente la vía de su emancipación del trabajo asalariado y, por tanto, del capital, ha utilizado cualquier medio a su disposición, combinando continuamente los medios represivos con los pacíficos de la corrupción democrática y colaboracionista para quitar vitalidad y potencia al movimiento obrero, para desviarlo de su camino hacia la ciénaga de las ilusiones democráticas, para corromperlo a través de los amortiguadores sociales del parlamentarismo. Represión brutal y parlamentarismo, militarización de la sociedad y electoralismo, opresión social y despotismo creciente en las fábricas y en la vida civil mezclados con la consolación y la resignación religiosa: son los medios que el poder burgués ha usado sistemáticamente con el fin de mantener el dominio de clase sobre toda la sociedad, ya se trate de los países imperialistas que se dividen el dominio sobre el mercado mundial o de países de capitalismo joven y menos implantado. Los países en los cuales es más fuerte económicamente el capitalismo, han tenido más medios de corrupción política y social a su disposición; en aquellos donde el capitalismo es menos fuerte económicamente hablando ha habido menos medios de corrupción política y social y por tanto se han usado más los medios represivos y despóticos. El caso de las revueltas en Túnez, en Egipto y en toda el área del Norte de África y del Oriente Próximo, en estos primeros meses del 2011, lo han mostrado claramente.
Uno de los sistemas que los burgueses han adoptado desde el inicio de su historia capitalista es el de dividir a la clase obrera estratificándola en miles de categorías, y esto corresponde perfectamente a la división del trabajo que es característica fundamentalmente del modo de producción capitalista. Una de las armas más eficaces de la clase burguesa contra la clase proletaria es aquella que consiste en la competencia entre proletarios: enfrentar a los proletarios unos contra otros, grupos de proletarios contra grupos de proletarios, mujeres contra varones, niños y jóvenes contra adultos y ancianos, nativos contra inmigrantes, especializados contra no cualificados, empleados contra obreros, trabajadores del sector público contra trabajadores del sector privado, desocupados contra ocupados, precarios contra precarios y así para cada una de las miles de diversas estratificaciones.
Así, al esfuerzo continuo de los capitalistas para prolongar la jornada de trabajo y disminuir el salario diario de cada proletario, se une la sistemática competencia entre los proletarios que la organización empresarial y social de los capitalistas alimenta cotidianamente. Por ello, a las reivindicaciones basilares que se refieren al tiempo de trabajo y los jornales, los proletarios deben unir continuamente las reivindicaciones que, ya sea sobre el plano salarial ya sea sobre el contractual y normativo, tiendan a eliminar lo más posible la competencia entre ellos.
El 1º de Mayo, a lo largo del tiempo, se ha convertido en la fecha-símbolo de la solidaridad de clase entre los proletarios de todo el mundo, y esta solidaridad de clase no puede ser otra cosa que la lucha que une a los proletarios por encima de su nacionalidad, por encima de sus condiciones materiales de vida; la lucha en la cual los proletarios ingleses reconocieron en el proletariado irlandés a sus hermanos de clase, en la cual los proletarios alemanes o polacos reconocieron al proletariado ruso, árabe, africano y asiático como su hermano de clase. Pero la solidaridad de clase proletaria, que para ser tal debe superar no sólo los límites de las fábricas de un mismo país sino también las fronteras de los estados nacionales, es el resultado de la lucha de clase de cada proletario contra la clase burguesa de su propio país. Para incidir de manera más incisiva en las relaciones de fuerza entre proletariado y burguesía, la lucha de clase proletaria se debe desarrollar desde las fábricas aisladas a los sectores productivos a nivel nacional; será capaz, así, de radicar en los proletarios la conciencia de ser una clase con objetivos propios, capaz de poner su propia fuerza social, su propia fuerza numérica –organizada sobre el terreno de clase- al servicio de su causa histórica, que es la de combatir contra la esclavitud salarial; por la emancipación del trabajo respecto del capital, para cambiar de arriba abajo la sociedad fundada sobre la explotación del hombre por el hombre y transformarla en sociedad de especie, en una sociedad que coloca en el centro de su vida y de su futuro la satisfacción de las necesidades sociales del hombre y no las del mercado capitalista.
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La clase dominante burguesa de todos los países sabe perfectamente que el peligro para su dominio puede venir únicamente de la lucha de clase y revolucionario del proletariado. La clase dominante burguesa de cualquier país sabe que ni siquiera la más atroz y devastadora de las guerras burguesas no supondrá nunca el fin de su dominio sobre la sociedad porque la guerra imperialista, la guerra de rapiña, la guerra de competencia mercantil no son más que expresiones máximas de la violencia intrínseca al modo de producción capitalista y a su desarrollo. El capitalismo vive para el mercado y en las crisis de sobreproducción en las cuales el mercado no logra absorber todas las mercancías producidas por la locura del sistema capitalista, tiene necesidad de destruir las mercancías sobre abundantes para dejar su puesto a nuevas producciones; la guerra es uno de los medios que el capitalismo utiliza para destruir la producción sobre abundante que no logra vender en el mercado. La guerra, por otra parte, es la continuación de la política burguesa por otros medios, y precisamente por los medios militares: esta verdad histórica, confirmada por el marxismo, que dice que el capitalismo, dado su desarrollo a través de enfrentamientos y de la competencia entre empresas y entre estados, no puede dejar de hacer la guerra que, en esta época histórica, tiene carácter imperialista. Por eso, las clases dominantes burguesas tienen cada vez más la necesidad de concentrar los recursos del propio país en función de la competencia internacional, y de la guerra: pero el esfuerzo bélico no podría ser mantenido por el Estado burgués si no es con una explotación cada vez mayor del proletariado. Por eso las clases dominantes burguesas tienen cada vez más necesidad de ser apoyadas por las mismas masas proletarias para mantener los esfuerzos bélicos, actuales y futuros; por eso tienen cada vez más necesidad de hacer propaganda del nacionalismo, la participación en los ideales burgueses de patria y de Trabajo, la colaboración de clase mediante la cual ligar la suerte de las clases trabajadores a la suerte del capitalismo nacional.
La política de la colaboración de clase, de la participación del proletariado en la defensa de la nación, de la economía y del Estado nacional, constituye la táctica más eficaz que la burguesía imperialista utiliza para detener la lucha proletaria y, al mismo tiempo, llevar a una buena parte del proletariado sobre su propio terreno; una táctica que nunca habría tenido éxito si no hubiese sido asumida directamente como su política activa por las fuerzas políticas y sindicales del oportunismo.
La colaboración de clase es la política más devastadora que el oportunismo, socialdemócrata primero y estalinista después, ha impuesto al proletariado, porque esconde, por un lado, la realidad del antagonismo histórico entre los intereses proletarios y los intereses burgueses y, por el otro, porque habitúa a los proletarios a creer que los problemas de su vida cotidiana y de su supervivencia pueden afrontarse y resolverse a través de las benévolas concesiones que la clase de los capitalistas decide prodigar; y porque habitúa a los proletarios a creer que la lucha obrera deba ser desarrollada en los límites de la paz social y según los crismi de las leyes burguesas que la regulan hasta en los mínimos detalles, recurriendo a la huelga sólo como última opción (y, en cualquier caso, de la manera menos lesiva posible para la economía empresarial y nacional), con el fin de presionar sobre los capitalistas más reticentes o para buscar la intervención de las instituciones y del Estado como si fuesen “garantes” del equilibrio social o de la “legitimidad” de las peticiones obreras.
La colaboración de clase mata a la lucha proletaria.
La colaboración de clase liquida la tendencia obrera a resistir a la presión capitalista, desvaloriza la huelga como principal arma de lucha proletaria, desvía la combatividad, y la rebelión obrera contra la miseria de las condiciones de vida y contra las bestiales condiciones de trabajo, sobre el terreno más favorable a los patrones capitalistas y al Estado burgués que protege sus intereses; intoxica los proletarios con los prejuicios racistas y las mezquinas actitudes pequeño burguesas respecto a los proletarios de otros sectores productivos, de otras nacionalidades o a los proletarios precarios o desocupados; desorganiza la lucha de defensa proletaria volviéndola impotente; margina a los estratos proletarios más débiles y menos organizados favoreciendo en su lugar a los estratos de la aristocracia obrera corruptos económicamente, ideológicamente y políticamente; descalifica cualquier acción de fuerza que los proletarios llevan espontáneamente a cabo para responder a la violencia sistemática que patronal, gobierno, instituciones, magistratura, policía ejercen contra ellos.
Desde hace decenios los proletarios de los países industrializados se pliegan a los intereses de su propia burguesía dominante; desde hace decenios los proletarios de los países más desarrollados han podido experimentar que la política de los sindicatos tricolores, ligados totalmente al Estado, y de los partidos falsamente obreros e interesados exclusivamente en mantener sus privilegios electorales y parlamentarios, es una política completamente sometida a las exigencias del capital y, por tanto, imponente para defender eficazmente las condiciones de trabajo y de vida de las masas proletarias: y mientras disminuyen los puestos de trabajo, los salarios, las medidas de seguridad en el trabajo, las facilidades en el terreno de la sanidad, de la escuela, de la vivienda, aumentan los muertos y los heridos de gravedad en el trabajo, los precarios y los desocupados, aumentan los impuestos y el coste de la vida en general. Aumenta el despotismo en la fábrica y en la empresa, aumenta la carga de trabajo para quien trabaja, aumentan la fatiga y el stress en el trabajo para aquellos que, con un solo salario, no llegan a fin de mes; aumenta el despotismo social y la militarización de la sociedad. Todo esto no puede no suceder, porque el decurso cíclico de las crisis capitalistas produce inevitablemente el empeoramiento de las condiciones de vida y de trabajo de las grandes masas proletarias. Pero a todo esto los proletarios de los países más ricos no han podido responder con los medios y métodos de los cuales la clase obrera se ha dotado históricamente, esto es, los medios y los métodos de la lucha de clase, porque sus asociaciones económicas y los partidos políticos que se refieren a ella, en realidad constituyen el brazo político del colaboracionismo interclasista y se encuentran al servicio de la burguesía dominante.
Para salir de esta situación no bastará con un sobresalto de luchas sociales como el que ha conmovido los equilibrios de los países del Norte de África y del Medio Oriente, porque la burguesía siempre será capaz de retomar el control de la situación si frente a ella no se encuentra una clase obrera organizada sólidamente sobre el terreno de clase y dirigida por el partido político de clase guiado exclusivamente por el interés histórico de la revolución proletaria. El terremoto social que ha sacudido a Túnez, a Egipto, a Siria y a la misma Libia, y que ahora está afectando a todo el área norte africana y medio oriental, ha llevado consigo una fuerza que, en tanto desorganizada, espontáneamente intolerante respecto a las condiciones de supervivencia misérrimas y valerosamente lanzada a no darse por vencida hasta la caída de los viejos arneses de una opresión que es capitalista como lo es en los países más desarrollados, deja un signo de ruptura con los viejos equilibrios pasando el testigo, por medio de los miles de inmigrantes que desembarcan en las costas italianas, españolas, griegas, al proletariado europeo.
El proletariado europeo exactamente igual que influenció positivamente a otros proletarios de todo el mundo respecto a los fines revolucionarios y a los métodos de la preparación revolucionaria sobre la onda del movimiento revolucionario en ascenso, también ha influenciado negativamente a los proletarios de todo el mundo cuando, cediendo frente a la reacción burguesa, se desvió hacia fines propios de la democracia burguesa y del nacionalismo. De este abismo debe salir si quiere tomar en sus manos el testigo de lucha que los jóvenes proletarios norte africanos, inconscientemente, le están dejando.
El Primero de Mayo de 2011 será por enésima vez la fiesta de la colaboración de clases, la ocasión por parte del sindicalismo tricolor y de los partidos vendidos desde hace tiempo a la clase burguesa para sentirse vivos y protagonistas, pero quien asumirá los costes será el proletariado aunque tendrá la impresión, por un día, de no ser invisible. Por otro lado, a las procesiones nacionalistas, a los conciertos y las salidas al campo, este año se unirán otras desfiguraciones. La iglesia de Roma ha decidido celebrar la beatificación del papa Wojtila precisamente el Primero de mayo. Hoy podemos decir que el Primero de Mayo proletario ha sido definitivamente asesinado, muerto y enterrado.
Pero el Primero de Mayo proletario renacerá sobre el surco de la tradición clasista del proletariado internacional porque lo que no se puede matar es el antagonismo de clase entre el proletariado y la burguesía: este antagonismo es un hecho real, histórico, que refiere al desarrollo histórico de la sociedad dividida en clases, de la cual la última fase es la sociedad capitalista. Los enterradores de la sociedad capitalista son los proletarios, es la clase del proletariado que el capitalismo en su desarrollo mundial ha conformado en masas cada vez mayores. Será la clase proletaria, reconquistando el terreno de la lucha de clase, que tendrá la tarea de destruir y dar sepultura definitivamente a la sociedad del capital y su explotación del hombre por el hombre.
Hoy no parece próximo el momento de la reanudación de la lucha de clase sobre una amplia escala y de manera duradera. Pero las contradicciones profundas de la sociedad capitalista colocarán a los proletarios sobre el terreno de lucha con tal potencia que sorprenderá por enésima vez a los poderes burgueses que temblarán frente a la revolución proletaria y comunista. Hoy, los proletarios más conscientes de este período histórico, saben que las mejores energías deben gastarse en la formación del partido político de clase sin el cual ningún movimiento proletario, por fuerte y extenso que sea, tendrá la posibilidad de llegar hasta el fin revolucionario que abre el camino a la emancipación completa del proletariado del trabajo asalariado y, por tanto, de cualquier división social en clases contrapuestas.
Los proletarios deben volver a luchar por objetivos unificadores y de clase:
¡Reorganización clasista del proletariado sobre el terreno de la defensa inmediata!
¡Lucha contra cualquier forma de competencia entre proletarios, lucha por la disminución drástica de la jornada de trabajo y por aumentos salariales, mayores para las categorías peor pagadas!
¡Lucha contra toda forma de encarcelación, expulsión o rechazo de los proletarios inmigrantes!
¡Romper con la paz social, con el colaboracionismo interclasista, con la dependencia de las exigencias de la economía empresarial y de la economía nacional!
¡Huelga sin preaviso y sin límite de tiempo prefijado!
¡No a la solidaridad nacional, tanto en la paz como en la guerra: derrotismo proletario en tiempos de paz, derrotismo revolucionario en tiempos de guerra!
Partido Comunista Internacional
23 de abril de 2011
www.pcint.org