El único responsable del catastrófico aluvión en el Levante es el capitalismo
Casi 100 muertos, decenas de desaparecidos, miles de viviendas destruidas, familias que han perdido lo poco que tenían para subsistir… Víctimas innecesarias de una “tragedia” completamente predecible y evitable. Sólo en el mundo capitalista, donde la muerte de niños tiene menos importancia que unas horas de trabajo pueden tener lugar sucesos como los de ayer en Valencia.
Una gota fría es un fenómeno meteorológico habitual en el Mediterráneo y regular en la costa levantina desde que se tienen registros históricos. Consiste en un súbito enfriamiento, al tocar tierra, del aire caliente procedente del mar. Al suceder esto, el agua en estado gaseoso pasa bruscamente a líquido y se precipita con mucha violencia sobre la tierra. Como se sabe, algo normal en estas fechas del año, algo que la población de la zona conoce muy bien, algo para lo que las autoridades están preparadas (o deberían) porque lo afrontan con bastante frecuencia… Y sin embargo el centenar largo de muertos que con toda certeza se esperan muestra que, una vez más, el potencial destructivo de las inclemencias naturales se ve acrecentado exponencialmente por el sistema capitalista.
Porque Valencia no es sólo la región de la gota fría sino también una de las regiones del país donde la urbanización desaforada del territorio y la consiguiente destrucción de los parajes naturales que hacían de canalizador natural de este tipo de fenómenos ha sido más notable en los últimos años. ¿Cuántas urbanizaciones construidas en el último siglo no llevan el nombre “Rambla de…”? ¿Cuántas calles que se llaman “Torrent”?, indicativo de cómo la búsqueda sin fin de beneficio no ha respetado ni los accidentes naturales directamente vinculados a la gota fría, al empuje destructor del agua y al resto de fenómenos asociados a aquella.
La propia ciudad de Valencia creció en torno a un río al que, en época capitalista, contradiciendo los conocimientos adquiridos desde los inicios de la vida sedentaria (siguiendo los cuales nunca se construyó más allá del punto que rompía las aguas de la antigua laguna, justo donde hoy está la catedral y, a su alrededor, la ciudad medieval) rodeó hasta el punto de urbanizar todo el espacio de crecimiento natural de éste. Lo mismo ha sucedido en tantos y tantos pueblos cercanos: la necesidad insaciable de suelo para construir, producir y especular ha llevado a edificar barrios y polígonos industriales justo donde es sabido que no debe hacerse. Las consecuencias las hemos visto esos días, pero no hay que irse muy lejos en el tiempo para encontrarse con sucesos similares. En 1957, el 14 de octubre y por las mismas causas que lo sucedido ayer, el río Turia que cruza la ciudad se desbordó anegando los barrios inmediatos y dejando 81 muertos. Este acontecimiento llevó al Estado a desviar el río y sacar su cauce fuera de la ciudad. Ayer la naturaleza mostró que puede más que todas las decisiones burocráticas salidas de la cabeza enferma de la burguesía y arrasó de nuevo el cauce antiguo y los barrios de 1957. En 1987, el 3 de noviembre, un poco más al sur, en la comarca de La Safor, otra riada destruyó el pueblo de Oliva. Pocos años antes, en 1982, la rotura de la presa del pantano de Tous arrasó la cuenca del Júcar matando a 8 personas. En menos de un siglo y sólo teniendo en cuenta los sucesos más graves, ésta es la realidad, “impredecible” e “imposible de prevenir”, según las autoridades.
La realidad de los acontecimientos del día 29 es que tanto los gobiernos locales como los autonómicos y el nacional estaban alertados de lo que podía suceder. No sólo lo sabían porque son conscientes (¡no hay meteorólogo que no lo sea!) que en otoño el riesgo en estas zonas es máximo, sino también porque desde hacía al menos dos días los servicios de previsión estaban alertando de lo que podía suceder. Pero ni la experiencia de las últimas décadas ni estas advertencias fueron suficientes: el coste, única realidad para el capitalista, de paralizar la actividad productiva, evacuar a las personas y minimizar los riesgos humanos es mucho menor que la gravedad de la destrucción. En primer lugar porque en el capitalismo una vida humana nunca tendrá ni la mitad de valor que el capital invertido o el beneficio que se puede sacar de él. Y en segundo lugar porque el capitalismo no sufre por la destrucción sino que crece en ella y por ella, tiene en las catástrofes un impulso vital de primer orden: donde un proletario ve miseria y muerte, un capitalista ve posibilidades de negocio, rentabilidad elevada y poca competencia. Es esto lo que explica que ayer, después de que las propias autoridades llegasen a dar la alarma (a las 8 de la tarde, cuando desde las 6 ya era evidente que la jornada sería trágica) multitud de empresarios de la región obligasen a sus trabajadores a presentarse en el puesto de trabajo, bajo amenaza de despido, para cumplir con el turno de noche. Es esto lo que explica por qué los dueños de las grandes superficies comerciales de las afueras prohibieron, cuando las inundaciones ya habían comenzado, que los trabajadores abandonasen sus puestos de trabajo y, luego, cuando la catástrofe amenazaba, los servicios de emergencias no se movilizasen para sacarles de ahí: ni una vida vale lo que las ventas de unas horas, piensa cualquier burgués.
Esto debe tenerse claro, debe recordarse ahora que políticos, artistas, empresarios y toda la ralea de siervos de la burguesía van a comenzar con sus quejidos por los muertos: la mayor parte de los muertos son proletarios y han perdido la vida porque no pudieron refugiarse, porque tenían que trabajar pese a las advertencias en contra por parte de los servicios de prevención. Porque la burguesía es capaz de mantener en pie carísimas infraestructuras, decenas de miles de instalaciones productivas, lugares para el turismo, etc. pero no puede proporcionar una ayuda de emergencias básica ante un peligro conocido y más que probable como la gota fría de estos días.
Por parte del gobierno, del autonómico y del nacional, comienza ahora el show democrático de la polémica y el ataque parlamentario: entre ambos culparán al rival para que el proletariado acepte que es obra de la terrible derecha fascista o de la izquierda criminal. La realidad es que ambos trabajan única y exclusivamente para la burguesía, tanto en el PCE como en el PSOE como en el PP: todos ellos son culpables de los muertos de ayer.
Pronto aparecerán también los nuevos curas de la “religión climática” a explicarle a los proletarios que la responsabilidad de estos sucesos no hay que achacársela a la burguesía en su conjunto, sino a unos cuantos empresarios que con su modelo productivo atrasado, basado en el carbón y el petróleo y no en las energías verdes, propician el cambio climático. Y desde sus púlpitos, convenientemente jaleados por la prensa, van a proponer la enésima política de colaboración entre clases con el único objetivo de frenar la catástrofe climática que nos espera.
Pero la realidad es que estas supuestas tragedias, que mejor pueden calificarse como masacres, no desaparecerán mientras no lo haga el modo de producción que las crea. Mientras no desaparezca un sistema, el capitalismo, que encuentra más beneficio en la muerte, en la destrucción y en la reconstrucción que en la prevención, no desaparecerán las causas que amplifican cualquier fenómeno natural hasta el punto de hacerlo letal para el ser humano. Mientras no desaparezca una clase social, la burguesía, que ha sido capaz de conquistar la tierra y el espacio para el comercio, de poner en marcha la más avanzada tecnología productiva, pero que no es capaz de convertir en seguras las ciudades en que habita la mano de obra proletaria, estas situaciones, en esta misma zona y dentro de no mucho tiempo, volverán a tener lugar. Y mientras no desaparezcan los agitadores y propagandistas que pretenden mejorar, reformar, cambiar lo necesario del capitalismo y tienden a los proletarios la exigencia de confiar en la democracia y la colaboración con al burguesía para lograrlo, la clase proletaria tendrá frente a sí no sólo a su enemigo natural, la burguesía, sino a todo un ejército de colaboradores de esta que lucharán para mantener a los trabajadores como víctimas en cualquier circunstancia.
Mañana los proletarios enterrarán a sus muertos y pedirán porque una catástrofe similar no tenga lugar de nuevo. Mientras, la burguesía canalizará a través de su Estado los miles de millones que le permitirán no sólo reanudar, sino ampliar la producción en las instalaciones destruidas y hacer crecer sus negocios con la reconstrucción.
La clase proletaria, que hoy parece estar desaparecida, política y organizativamente, de la vida social, que da la impresión de que únicamente puede poner los muertos en catástrofes como esta, lleva consigo la única posibilidad de superar la miseria del mundo capitalista y el drama que la acompaña continuamente. Ella padece el mudo burgués tanto en las catástrofes como en la paz cotidiana, tanto en las riadas como en el trabajo, donde aporta miles y miles de muertos cada año para sacar la producción adelante. Pero por el mismo motivo, porque está en el centro del mundo capitalista, porque tiene la producción de toda la riqueza social en sus manos, porque constituye la mayor parte de la población en todos los países, puede deshacerse de la clase burguesa y aniquilar su mundo, abriendo la puerta a un futuro donde la verdadera abundancia, el verdadero equilibrio del ser humano en tanto ser natural con el medio, llegue por fin. Ése es, sin duda, el futuro, ésa es la verdadera fuerza (hoy sólo potencia, mañana real) de la clase proletaria. Pero para alcanzar ese futuro, para mostrar su verdadera fuerza, debe retornar al terreno de la lucha de clase, debe combatir contra las clases enemigas, tanto en lo que se refiere a la defensa de sus intereses inmediatos, los relacionados con la supervivencia más elemental, como en el enfrentamiento político general contra el dominio político y social de la burguesía.
¡El responsable de todas las catástrofes es el capitalismo!
¡Sólo la lucha de clase del proletariado puede acabar con sus “tragedias”, barriéndole del mapa!
¡Por la reanudación de la lucha proletaria!
¡Por la reconstitución del partido comunista, internacional e internacionalista!
30 de octubre, 2024.
Partido Comunista Internacional
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