Corrupción, desfalco, nepotismo… son consecuencias del capitalismo y sólo desaparecerán cuando este sea borrado de la faz de la tierra por la lucha de clase del proletariado
Los papeles de Bárcenas, el caso Campeón, el espionaje a cargo de detectives
privados de políticos catalanes… los últimos meses parecen haber hecho
estallar en España un volcán de corrupción cuya lava no deja nivel del
aparato estatal sin impregnar y que tampoco salva a las instituciones
patronales o sindicales. Según sea el implicado de uno u otra facción
política la prensa habla de escándalo nacional mientras que aquella
subsidiaria de los afectados contraataca con casos que golpean a sus
adversarios.
Así las cosas, durante los últimos tiempos el escándalo parece ser la manera
de gobernar el país y prácticamente no se encuentra ningún estrato de los
arriba nombrados que se encuentre libre del fango de estas “situaciones
complicadas”. En España está viendo la luz lo que se encontraba bajo los
focos desde hace tiempo en todos los estados burgueses y, sobre todo en las
democracias occidentales: la corrupción como gestión normal de los intereses
particulares.
Al finalizar la época inicial del capitalismo, definida por Marx en el
capítulo “La así llamada acumulación originaria” del primer tomo de El
Capital, otros teóricos, en este caso verdaderos apologetas del sistema
económico que se imponía triunfante en todo el mundo, acuñaron y definieron
el principio modélico de “vicios privados, virtudes públicas” Con ello
pretendían sintetizar la idea de que el afán de enriquecimiento constituía
la base del progreso económico, es decir, del desarrollo del sistema basado
en la propiedad privada y la extorsión de la plusvalía proveniente del
trabajo asalariado. Con una honestidad que consonaba perfectamente con su
desmedido optimismo, estos padres de la economía burguesa querían mostrar
que el vicio desmedido por la riqueza, que tanto escandalizaba a los buenos
filántropos de los que en la época hablaba el Manifiesto del Partido
Comunista por el rastro de miseria y muerte que dejaba tras de sí allí donde
llegaba, era no sólo algo inevitable sino completamente necesario para el
desarrollo de una nueva época que se presentaba como el triunfo de la razón
y del individuo sobre el oscurantismo despótico de la época medieval
precedente. Prometían por tanto un mundo nuevo de prosperidad y felicidad
que debería levantarse, sin duda, sobre la base del egoísmo individual.
Esta cínica creencia duró tan poco como la presunta bondad del capitalismo.
El sacrifico exigido a la clase proletaria, que pagaba con su vida en las
nuevas industrias el precio del progreso, no sólo no se atenuó a lo largo
del tiempo, sino que aumentó. Las crisis económicas que cíclicamente
golpeaban el mercado y depauperaban aún más sus condiciones de existencia,
sólo eran superadas a costa y, por un aumento exponencial de la explotación
que los proletarios cargaban sobre sus espaldas. Y con esta miseria
creciente , cuya exposición realizó Marx para escarnio de todos los
futuros reformadores del capitalismo, se reveló también la realidad del
“vicio privado” que, en realidad, condiciona y liquida la supuesta “virtud
pública”. La corrupción en la sociedad capitalista no es otra cosa que la
otra cara de la mercantilización de cualquier actividad humana, de cualquier
relación humana, de cualquier actividad de producción y de distribución y,
por tanto, de cualquier ideología y actividad del pensamiento. Encuentra su
base en el valor de cambio y sobre las leyes del mercado según las cuales,
en la división de la sociedad en clases, los miembros de las clases
dominantes son objetivamente vehículos y, al mismo tiempo, beneficiarios de
la corrupción, es decir, de la degeneración de cualquier tipo de expresión
natural de la vida social.
La anarquía económica, la competencia entre capitalistas en busca de un
beneficio siempre mayor, se encuentra, entonces, en el origen del
capitalismo tanto como en la esencia de la corrupción. Es la misma propiedad
privada la que moldea a la vez la apropiación por parte de la burguesía de
la plusvalía y la corrupción, que es una versión exacerbada de la
competencia entre rivales. En la época, los casos de corrupción en los
sistemas por acciones, las componendas político empresariales más
llamativas, mostraron con claridad que, sobre todo en épocas de crisis,
cuando la lucha entre capitalistas se acentúa hasta el punto de llegar a la
guerra imperialista, la corrupción no hace otra cosa que crecer con el
capitalismo, porque es una vía más para que los burgueses aseguren la
rentabilidad de sus negocios en un entorno cada vez más hostil. Las leyes
contra estos pretendidos desmanes no han sido nunca nada más que retórica
similar a las declaraciones pacifistas de los coroneles. “Combatir” la
corrupción con las mismas leyes que defienden la propiedad privada y la
explotación del trabajo asalariado es algo así como combatir el incendio con
el lanzallamas.
Hoy, la corrupción generalizada es uno de los síntomas de la senilidad del
sistema capitalista. Las contradicciones que le acompañan desde su
nacimiento no sólo no han remitido sino que se han generalizado con su
desarrollo. La corrupción, por tanto, no ha seguido un camino diferente. La
época del imperialismo, que se caracteriza por el ensamblaje entre capital
financiero y capital industrial, presenta un incremento salvaje de la
competencia entre capitalistas. La corrupción, acompañada de una súper
burocratización de todos los aspectos de la existencia acorde con la frase
“quien hace la ley, hace la trampa”, resulta ya algo sistemático. Pero son
las condiciones naturales de desarrollo del mundo capitalista las que han
hecho que esto sea así. No se trata de “malas prácticas” ni de “excesos”
sino de una parte más del juego con el cual se desenvuelve la competencia
capitalista. La corrupción minimiza riesgos y nada hay más apetecible para
un burgués que el negocio rentable sin arriesgar demasiado. Por otro lado,
la corrupción también incrementa los riesgos, porque suele volverse en
contra del primero en recurrir a ella cuando un segundo puede pagarla más
cara. Pero esa es precisamente la dinámica de la rivalidad entre
capitalistas y no hay legislación por extendida que esté y fuerte que
resulte capaz de erradicar este verdadera ley del vida del mundo burgués.
Hoy se escucha en todas partes que, en momentos de crisis económica, la
corrupción amenaza con destruir el orden social. No puede existir una
falacia mayor. El orden social, el orden social capitalista basado en la
explotación del proletariado, se mantiene mientras se mantiene el dominio
político de la burguesía. Dominio que refrenda y sustenta la extracción de
plusvalía a ritmos cada vez mayores para obtener el beneficio imprescindible
para que los negocios continúen siendo rentables. Mientras esta extracción
pueda realizarse, y para ello vela el Estado burgués, órgano del dominio
político de la burguesía, con su cohorte de policía y ejércitos, pero sobre
todo con el método democrático de gobierno –una de las expresiones
ideológicas y prácticas más rentables de la corrupción burguesa- que liga a
los proletarios a la suerte de su enemigo de clase, el orden social está
garantizado. Podrán existir conflictos entre distintos elementos de la clase
dominante burguesa interesados de una manera u otra en hacer girar a su
favor alguna situación determinada para colocarse en una situación ventajosa
frente a sus competidores. Existirán también, sin duda, abusos continuados
del inmenso aparato burocrático del Estado hacia las clases medias que verán
así agravada su situación, ya de por sí complicada en la crisis capitalista
que tiende cada vez más a arrojarlas a las filas del proletariado. Pero
serán, siempre y por escandalosos que resulten, conflictos propios del
capitalismo que para nada harán tambalearse las bases de su existencia.
Es por ello que la supuesta crisis abierta con los casos de corrupción no es
tal. Ciertamente la crisis capitalista que estalló en 2008 ha colocado al
conjunto de la burguesía española en una situación sumamente delicada. Su
alta exposición a los factores desencadenantes de esta junto con su
debilidad en el marco de la competencia internacional han provocado una
situación catastrófica para la propia burguesía, que se ve amenazada por una
caída drástica de la tasa de beneficio en el país y por la misma amenaza
externa de los imperialismos rivales que intentan arrebatarle la parte de
esta que le queda. Pero la corrupción generalizada no se añade a esto, sino
que parte de este proceso de crisis y competencia para convertirse en un
elemento más de profundización en la pésima situación. Es esto de lo que no
quieren hablar los partidos y grupos políticos, del PCE a Izquierda
Anticapitalista, que critican la corrupción como si fuese algo externo al
sistema capitalista y atajable dentro de él mediante una legislación
convenientemente adaptada. Porque con estas posiciones, basadas
fundamentalmente en el respeto a los parámetros del dominio de clase de la
burguesía, buscan defender la continuidad de la explotación capitalista
liberada por fin de sus aristas más estridentes. Pretenden más democracia
para paliar las consecuencias del capitalismo al que dicen combatir. Pero
más democracia únicamente significa más dominio de la clase burguesa sobre
el proletariado, lo que conlleva la perpetuación de la corrupción como más
alta expresión de la libertad de mercado. Más democracia supone hacer
confiar al proletariado en que la justicia burguesa, creada de hecho para
garantizar el aspecto jurídico-formal de la dictadura de clase, es capaz de
mejorar siquiera mínimamente las condiciones de existencia del proletariado;
que desde el parlamento burgués, desde los ayuntamientos o desde cualquiera
de las instituciones creadas para mantener la paz social, es posible
revertir las consecuencias nocivas del mundo capitalista.
Pero para el proletariado todas estas opciones son falsas. La corrupción es
congénita al capitalismo y si dificulta aún más la supervivencia en el mundo
burgués, esto simplemente significa que es este mundo de explotación y
miseria el que debe desaparecer.
¡La corrupción material, ideológica y espiritual, desaparecerá de la vida
social de los hombres sólo mediante la destrucción del dominio
burgués sobre la sociedad y el modo de producción capitalista, sobre el cual
la clase burguesa ha levantado su dominio!
¡Sólo la lucha de clase y revolucionaria del proletariado pondrá fin al
dominio y a la explotación capitalista!
¡Por la reanudación de la lucha de clase intransigente, con objetivos,
medios y métodos clasistas!
¡Contra la dictadura de la clase burguesa, dictadura de la clase proletaria!
¡Por la formación del Partido Comunista, internacional e internacionalista!
Partido Comunista Internacional
30
de marzo
de 2013
www.pcint.orgValladolor no admite comentarios
La apariencia como forma de lucha es un cancer
El debate esta en la calle, la lucha cara a cara
Usandolo mal internet nos mata y encarcela.
Piensa, actua y rebelate
en las aceras esta el campo
de batalla.
si no nos vemos
valladolorenlacalle@gmail.com