viernes, 30 de junio de 2023

El campo como fábrica


EL CAMPO COMO FÁBRICA. 
Intensificación agraria vs intensificación comunista


La agricultura y la ganadería, la domesticación de plantas y animales para su uso por la humanidad, están en el origen de algunas de las más profundas transformaciones de la historia, como el paso de las sociedades de cazadores-recolectores (necesariamente nómadas y con una densidad de población muy baja) a las sociedades agrarias origen del Estado. No solo eso: cada modo de producción tiene su propia agricultura, con sus especificidades técnicas y sobre todo sociales.

Hasta el primer tercio del siglo XX la agricultura se mantuvo con métodos tradicionales, esencialmente los mismos que en la Edad Media. Básicamente, en el plano técnico, un empleo masivo de fuerza de trabajo (antes sierva, ahora asalariada), tracción animal en todas las operaciones agrarias y muchas de transformación. El antiguo señor (nobleza o clero) era ya en el primer tercio del siglo XX capitalista, por mucho que el origen de su capital estuviera en modos de explotación precapitalistas.

La intensificación agraria, particularmente la ultraintensificación de los últimos 20 años, convierte el campo en una sucesión de fábricas (aunque subsistan aún formas de explotación arcaicas), algo que es observable a simple nivel paisajístico en muchas comarcas de Iberia, de los invernaderos almerienses al viñedo manchego, de los frutales de Aragón a las plantaciones tropicales malacitanas o las fresas onubenses.

El “campesino” no es más que el pequeñoburgués dependiente completamente del gran capital para su producción agraria: mantiene formalmente la propiedad de la tierra y la maquinaria, recibe las subvenciones europeas, explota directamente la fuerza de trabajo necesaria, pero está atado (incluso contractualmente, en el caso de los ganaderos) a la industria y las comercializadoras, que fijan el precio y las condiciones de entrega.

La industrialización de la agricultura, por las características mismas de la actividad (dependencia del suelo, de la tierra, aunque haya intentos de sustraerse a esta dependencia como el cultivo hidropónico -en bolsas de sustrato artificial inerte, en el que se aportan los nutrientes disueltos en agua de riego - o las macrogranjas de cerdos de varias plantas) tiene unos límites internos que no son fácilmente superables.

 



La industrialización de la agricultura tiene varias fases o aspectos:

-Mecanización. Introducción de los tractores y cosechadoras, inicialmente volcados en la producción cerealística, eliminando la necesidad de jornales en las tareas de labrar la tierra, sembrar, abonar y cosechar.

-Intensificación química: generalización de los abonos compuestos, herbicidas y fitosanitarios (insecticidas, fungicidas, acaricidas, nematicidas, etc.).

-Intensificación genética: búsqueda de variedades o híbridos, ya sea mediante métodos tradicionales de selección a escala industrial, bien mediante ingeniería genética, mejor adaptados a los procesos industriales bien del cultivo (mecanización, uso de herbicidas) bien de la comercialización (transporte, refrigerado en cámaras, embalaje, etc.)

-Intensificación “climática”: hablamos de la creación artificial de un microclima apto para el cultivo intensivo en un área determinada. Lo que llamamos “invernaderos”. Mediante el cierre plástico se crea una atmósfera de mayor temperatura y humedad que el exterior circundante. Obviamente requiere de riego adicional, en determinadas ocasiones calefacción y toda una serie de técnicas que buscan optimizar la producción de las variedades cultivadas (incluyendo aporte adicional de CO2). Esta intensificación del cultivo bajo plástico, la más obvia y aberrante a nivel ambiental (siendo paradigmático el caso de Almería, Campo de Cartagena, etc.) no ha podido sustraerse aún al empleo de mano de obra, siendo patente la explotación salvaje a la que son sometidos proletarios de todo el mundo en los invernaderos del Sur de Europa.

-Intensificación hídrica: o, en otras palabras, puesta en regadío. Desde los años 50 del siglo pasado la superficie regada en España se ha triplicado, a la vez que se ha ido pasando sucesivamente del tradicional riego ‘a manta’ o por inundación al riego por aspersión y de ahí al goteo. Esto ha ido acompañado, como es lógico, de unos cambios tecnológicos que nos llevan de norias, albercas, acequias…a bombas de gasoil o eléctricas (últimamente alimentadas cada vez más por placas solares que proliferan en los campos), conducciones de plástico y hormigón (como el espantoso acueducto del trasvase Tajo-Segura) y, por último, la modificación de la propia estructura física de los cultivos para adecuarlos al riego y la mecanización.

Modificación de la propia estructura física de los cultivos, sí. Es en esta última etapa donde nos encontramos. Particularmente llamativo es el cambio paisajístico a que ha dado lugar en lugares como la Mancha, donde los paisajes habituales hace 20 años dominados por viñedos de cepas bajas (podadas ‘en vaso’), campos de cereal y pequeños olivares tradicionales (olivos a tres pies) han dado paso a interminables extensiones de viñas en espaldera, guiadas por kilómetros y kilómetros de alambres; a campos de cebada, cada vez menos, regados por gigantescos pivots; a olivares primero a un solo pie (lo que facilitaba una primera mecanización artesanal de la recolección) y posteriormente a los llamados olivares en superintensivo: en espaldera, en regadío y con una vida útil efímera, ridícula si la comparamos con los olivares tradicionales centenarios.



 

El proceso de intensificación descrito ha provocado profundas transformaciones en el campo y estas a su vez han acelerado el proceso de intensificación. La más notable de estas transformaciones es la desaparición del campesinado como clase independiente, y muy particularmente los campesinos pobres. Impelidos a la búsqueda de rentabilidad y empujados por una feroz competencia, los pequeños propietarios de tierras hubieron de abandonar la actividad agraria, proletarizándose totalmente. Sus tierras, mantenidas en algunos casos como “ayuda” a la economía familiar asalariada (viñas, azafrán…); en muchos otros, abandonadas tras la migración a las ciudades o vendidas directamente a campesinos más económicamente capaces de hacer frente a las inversiones necesarias para la mecanización y la progresiva mecanización. Estos campesinos más pudientes, fuertemente subvencionados por la Unión Europea en su búsqueda de “profesionalización del sector”, con líneas de crédito a su disposición por parte de las cajas y bancos, han podido afrontar la “modernización” de la actividad agrícola, acaparando en sus manos cada vez más hectáreas y convirtiéndose en una burguesía agraria pequeña y mediana, con todas las taras ideológicas que la burguesía arrastra.

La desaparición (casi completa) del campesinado como clase por el proceso de intensificación agraria y la mecanización de cada vez más procesos ha supuesto obviamente una drástica reducción del proletariado rural, hasta su desaparición en muchas zonas (aquellas donde la actividad está totalmente mecanizada, como las cerealistas). Sólo en aquellas actividades donde aún es necesaria una mano de obra abundante (y barata, dada la escasa capacidad de la pequeña burguesía para incrementar salarios sin que peligre su propia existencia, dependiente como es del gran capital comercial) subsiste en cierto número un proletariado agrícola relativamente concentrado: frutas, ajos, invernaderos de hortalizas, envasado de verduras y, cada vez menos, olivar y viña.

La última de estas modificaciones viene con el aterrizaje de fondos de inversión (https://elpais.com/economia/negocios/2022-12-31/los-fondos-son-los-nuevos-terratenientes-del-campo-espanol.html). Los escasos restos de campesinado pobre y sobre todo la pequeña burguesía agraria que no ha sido capaz de soportar las crecientes necesidades de inversión venden sus tierras a estos fondos, que obviamente no emplean las tierras en cultivos de baja rentabilidad o tradicionales como podría ser el cereal de secano (que a la escasa rentabilidad por hectárea le suma una fuerte dependencia del tiempo atmosférico), sino que se vuelca en aquellos que, tras una fuerte inversión inicial, les ofrece una rentabilidad asegurada (viña y olivar intensivo, frutos secos…)

 

Una agricultura cada vez más antihumana

La agricultura que estamos tratando de describir, como parte de todo el tejido productivo del capitalismo, no puede sino mostrar las mismas señas de identidad del capitalismo en su fase actual, la del imperialismo y una ya muy evidente decadencia como sistema.

No puede sino revelar asimismo las mismas contradicciones de este capitalismo “decadente”, que ya existían en el primer capitalismo pero que hoy se muestran en toda su crudeza. Hablamos de la contradicción, primeramente, entre las necesidades del propio capital (la acumulación, el “valor valorizándose”) y las de la humanidad como especie.

A nivel ideológico, el capital y sus hombres no pueden sino referirse a las necesidades humanas como pretendida justificación a su actividad (los agricultores, la burguesía agraria, serían “los que nos dan de comer”), cargada en muchas ocasiones de abierta nocividad; pero un rápido vistazo a la realidad productiva del campo español deja al descubierto que no se trata de “darnos de comer” sino de matarnos de sed y envenenarnos si es necesario para que el ciclo de acumulación de capital continúe.


ideología en vena

 

Un solo ejemplo, la viña. Y es un buen ejemplo porque es un subsector que ha sufrido una intensificación tremenda en los últimos 30 años.

De los casi 10 millones de hectolitros de vino producidos en España anualmente, tres cuartas partes se dedican a la exportación. Esto ya nos dice algo: no “nos dan de comer” ni de beber, sino que en todo caso le dan de beber a otros porque en la división internacional del trabajo una de las partes que le tocan al capital español es vender vino.

Para producir esos 7 millones de hectolitros destinados a exportación se necesitan, al menos, 1050 Hectómetros cúbicos de agua. El consumo de 5 años de una ciudad como Madrid. Y, curiosamente, la mayoría de esta producción se radica en comarcas con acuíferos sobreexplotados, comarcas secas, áridas o semiáridas.

En muchas de estas zonas, a la vez que se aumenta constantemente la superficie de regadío, se producen constantemente restricciones en el consumo de agua potable; bien porque ya no es potable (https://www.encastillalamancha.es/planeta-rural/un-85-del-agua-subterranea-del-guadiana-esta-en-contaminada-por-quimicos/), bien porque directamente ya no hay (https://www.europapress.es/castilla-lamancha/noticia-familias-negocios-campo-calatrava-rozan-hartazgo-falta-agua-potable-normalizan-convivir-garrafa-20230118085820.html).

Dicho de otro modo: hay agua para que unos señores hagan su negocio exportador pero no hay agua para que la gente beba, se lave la cara o cueza unos garbanzos.

Si además sabemos que la mitad de ese vino destinado a exportación se vende a 0.40€, menos que el agua embotellada, el asunto ya sobrepasa lo grotesco. Esto significa que cada litro de agua destinado a la producción de vino malo para la exportación se “vende” (en forma de vino) a 0,20 céntimos de euro. Mientras los ríos desaparecen, las lagunas se secan y la gente no tiene agua limpia para beber.

La contradicción es evidente.

 

Intensificación capitalista e intensificación comunista

La breve descripción que hemos acometido de la creciente intensificación agrícola bajo un capitalismo en crisis permanente y azuzado por la siempre presente necesidad de valorizar capital en un entorno de feroz competencia, con las graves consecuencias que tiene a nivel ambiental y humano, no sería completa sin intentar ver las posibilidades que la mecanización, la intensificación y las capacidades técnicas ofrecen a la humanidad si (y solo si) logramos liberarnos de los imperativos capitalistas de rentabilidad mercantil. Esto es: las posibilidades que tendríamos como especie una vez la economía mercantil quede abolida y superada, dada la capacidad técnica y tecnológica ya existente y por desarrollar en un futuro emancipado.

Pese a algunos delirios decrecentistas que sueñan con volver al arado con mulas y siega manual, es evidente que la mecanización de la agricultura supuso un gran avance. Sin embargo, constreñida por la propiedad privada, la competencia y la búsqueda de rentabilidad, las técnicas que posibilitan simultáneamente una gran producción (dando satisfacción a las necesidades de alimentación), la conservación de los recursos (agua, el propio suelo, la diversidad vegetal y animal, tanto silvestre como cultivada) y la liberación de los trabajos más pesados es irrealizable bajo el capitalismo.

Las miras ciegas, siempre puestas en la rentabilidad a corto plazo, del capitalismo son incapaces de pensar qué es necesario producir y cómo es necesario producirlo para poder seguir produciéndolo mañana. Se produce lo que se vende, y se produce más si se vende bien (como ejemplifica perfectamente el “boom del pistacho”), de la manera que sea necesaria para ello; si en el proceso se desecan, contaminan, salinizan acuíferos; si se destruye el suelo fértil, si se produce una nitrificación más que excesiva, si se ocasiona una erosión aberrante que imposibilita el cultivo…tanto peor para el que venga detrás.

 

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maquinaria agrícola adaptada al monocultivo y la gran propiedad


En cambio: en una sociedad basada en la propiedad colectiva de los medios de producción (incluida, obviamente, la totalidad de las tierras), con un conocimiento preciso de las necesidades de la población (algo que es perfectamente posible tener hoy) y una capacidad tecnológica hoy constreñida por la propiedad y la competencia, es perfectamente posible producir aquello que es necesario producir, con el mínimo trabajo humano posible, en el lugar donde sea necesario y del modo menos destructivo posible. Los gigantescos monocultivos de hoy en día (concentración de capital para la máxima rentabilidad) son impensables en un futuro emancipado como impensables son las gigantescas megaurbes, y solo sería necesario adaptar y mejorar la maquinaria que el capitalismo creó acorde a sus necesidades, sustituyéndola por maquinaria acorde a las nuevas necesidades.

Es fácil pensar sin caer en la ensoñación utópica que los paisajes en mosaico, tan queridos por los ecólogos del paisaje y tan en riesgo por la agricultura del capitalismo decadente, resurgirán. Que la “alimentación de proximidad”, que hoy en día no puede ser sino un concepto esnob para pequeñoburgueses con complejo de culpa, se hará una realidad palpable. Que la “agroecología”, que hoy no puede ser sino un modelo experimental antieconómico, encontrará su lugar a gran escala en la nueva sociedad. Que se desarrollarán tecnologías hoy en pañales, como la captación de agua atmosférica. Que ecosistemas hoy destruidos por la voracidad del capitalismo, serán restaurados y recuperados, porque tan necesario humanamente hablando es un tomate como un río, un pan de a kilo y un bosque.