Las burguesías española e internacional prometen a los
proletarios más explotación, más sufrimiento y más miseria con el fin de
sanear su economía.
Cínicamente el Ministro de Economía, Luis de Guindos, ha afirmado este fin
de semana pasado que la intervención del Eurogrupo en el sector financiero
español no es un rescate, ni una salvamento sino un préstamo en condiciones
ventajosas del cual el conjunto de la economía española podrá beneficiarse y
que las principales economías europeas conceden gustosamente a un socio en
problemas. Obviamente en esta afirmación hay tanta verdad como casualidad
en que el anuncio de las medidas de rescate se haga el mismo día en que la
selección nacional de fútbol juegue su primer partido en la Eurocopa. En
primer lugar porque, aunque de hecho las condiciones de la inyección de
dinero que los países del Eurogrupo han puesto pueden parecer mejores que
las que el mismo sector financiero privado otorgaría (3% de interés según
algunas fuentes, mientras que el Tesoro español paga por los bonos a diez
años un 6%) pero la realidad es que junto con el préstamo, al cual se llega
a llamar irónicamente línea de crédito, llegan una serie de exigencias
relativas tanto al sistema tributario (aumento de los impuestos mediante la
ampliación de la base impositiva de los directos e incremento de los
indirectos) como al mercado laboral (nuevas reformas laborales que
contribuirán a limitar aún más las condiciones ventajosas para los
proletarios en lo que se refiere a contratación, despidos…) y, en general, a
las garantías sociales que aún existen (pensiones, subsidios por desempleo…)
Además los ministros de Finanzas de los países implicados en el rescate ya
han advertido de que prestarán especial atención a las cifras
macroeconómicas de España, exactamente igual que se está haciendo con
Grecia, Irlanda y Portugal que, prácticamente, han cedido parte de su
soberanía nacional en materia económica a los países interventores. En
segundo lugar, de la misma manera que el rescate no va a resultar gratuito,
los países que lo conceden, que son tanto los principales imperialismos
europeos involucrados directamente en el crédito, como aquellas potencias
que con EE.UU. a la cabeza y el FMI como catalizador han participado en el
diseño del plan de rescate, no son buenos hermanos de la burguesía española
que corren a socorrerla ante una mala racha de manera desinteresada. En el
mundo capitalista la competencia, ya sea entre patrones aislados o entre
estados nacionales que representan a la burguesía patria, es el demiurgo que
determina las condiciones de existencia de cualquiera. Si las burguesías
alemana o francesa, principalmente, pero también la estadounidense,
intervienen en la economía española es debido a que el nivel de complejidad
del capitalismo súper desarrollado que domina el planeta implica que no
existen unidades económicas aisladas del resto, que la suerte de todas se
encuentra ligada en la medida en que cualquier empresa americana o alemana
tener sus activos financieros en forma de bonos o letras del tesoro
españoles. La relativa importancia del sector financiero español, que domina
no sólo en España sino también en América Latina, implica que una quiebra
del sistema bancario en este país podría arrastrar consigo a cualquier otro,
que el pánico podría lastrar el ciclo del crédito también en algunos países
de Europa no tan duramente golpeados por la crisis económica capitalista.
El rescate financiero a España es, sin duda, un regalo envenado para la
burguesía española, que no tiene más remedio que aceptarlo porque la presión
que ejercen sobre ella el resto de burguesías que son sus competidoras más
directas, no le deja otra salida. Pero este rescate no es otra cosa que otro
peldaño subido en la escalera de la crisis que arrasa el país desde hace
cuatro años. El capital financiero, en la época del imperialismo, es el
resultado del ensamblaje entre el capital industrial y el capital bancario,
unidos para afrontar el nivel de complejidad que la competencia capitalista
genera. El desarrollo del sector financiero en España, que ha pasado de una
situación más que precaria a principios de los años ´90 a adquirir una
notable importancia a nivel mundial al cabo de veinte años, es el resultado
por tanto del gran desarrollo productivo que vivió el país desde al menos
1997 guiado por la desmesurada expansión de la construcción inmobiliaria,
que llegó a mover en créditos bancarios una cantidad equivalente al 102,6%
del PIB en su momento de mayor auge. No existe desarrollo financiero
independiente de la producción y la misma caída del sector financiero en el
último año, que ha culminado este fin de semana con la declaración de la
intervención, es resultado de la caída de la producción española, que ha
caído casi un 5% en los últimos cuatro años. Por el mismo motivo ni el
rescate financiero, ni una intervención más dura y profunda, ni ninguna
medida que se limite a transferir recursos para tapar los agujeros que
existen en la economía nacional tendrá ningún efecto mientras que el sector
real de ésta no remonte y, de hecho, el FMI prevé un descenso del PIB de un
4,1% en 2012 y de un 1,6% en 2013, es decir una caída en sólo dos años de
prácticamente la misma cuantía que la habida en el último lustro.
Como ha mostrado el ejemplo griego a las burguesías de todos los países, ni
siquiera sus esfuerzos financieros por intentar salvar los casos más
estridentes de la crisis en algunos países tienen posibilidades de éxito si
la producción se reanuda a nivel general y esto sólo sucederá cuando la
tasa de ganancia del capital, que la competencia entre burgueses ha hecho
caer en picado (y ésta es la causa primera y más relevante de la crisis
capitalista mundial), se restablezca en niveles aceptables. Para lograrlo,
el programa de la burguesía es claro y nítido: aumentar exponencialmente la
explotación que sufren los proletarios de tal manera que la plusvalía que se
les extorsiona en el proceso productivo resulte suficiente para que el
beneficio capitalista vuelva a cuotas en las que la producción resulte
rentable. Ése es el sentido de las reformas estructurales, los recortes y
las legislaciones “de emergencia” que hoy afloran en todos los países y que
ya están arrastrando a los proletarios griegos o portugueses a unas
condiciones de existencia que en absoluto distan de aquellas que se sufren
en los países del capitalismo menos desarrollado.
Para el proletariado la resistencia ante estas medidas, que no han acabado
todavía y que van a colocarle en una situación sumamente crítica, no ha sido
posible aún, al menos de manera eficaz. Atrapado por las fuerzas de la
colaboración entre clases, de la defensa de la nación como interés común con
la burguesía, de la defensa, en última instancia de la misma competencia
burguesa, sea en la versión de la competencia entre naciones o en aquella de
la competencia entre proletarios, el proletariado no tiene ninguna
posibilidad de manifestar e imponer sus propios intereses de clase frente al
súbito deterioro de sus condiciones de existencia. El oportunismo político y
sindical postra al proletariado ante las necesidades de la burguesía
limitando sus protestas al marco democrático en el cual los medios y los
métodos de la lucha de clase se encuentran completamente ausentes de manera
que las huelgas, convocadas con preaviso y llevadas a cabo con servicios
mínimos, se vuelven ineficaces, las manifestaciones se reducen a actos
simbólicos en los que no se trata de atacar a los intereses de clase de la
burguesía, en el que la verdadera lucha proletaria, en fin, está
completamente ausente del mapa.
La crisis capitalista no tiene solución pacífica en ningún país. La guerra
de competencia que caracteriza las relaciones económicas, financieras,
políticas y diplomáticas entre las empresas, trust y estados a nivel
mundial, no finaliza con la crisis sino que se agudiza impulsando a los
centros capitalistas más fuertes a aplastar a los más débiles. La guerra
comercial y financiera que marca la vida misma del capitalismo bajo
cualquier cielo no puede hacer otra cosa que desarrollar los factores de
enfrentamiento que desembocan, antes o después, en la guerra abierta. La
solución capitalista a la crisis económica únicamente puede preparar las
condiciones para crisis aún más graves hasta llegar a la crisis de guerra
entre los estados, guerra que puede ser acabada únicamente con la revolución
proletaria. ¡A la guerra entre estados se debe oponer la guerra entre
clases!
Es el proletariado el que debe salir de su crisis, el que debe romper la
situación de indefensión en la que sobrevive y organizar su lucha de clase a
gran escala. Sólo mediante la reanudación de ésta, no sólo por los objetivos
inmediatos más acuciantes que hoy se le plantean, sino también por la
constitución de su partido político de clase, el partido comunista
internacional e internacionalista, que constituye el órgano de la revolución
proletaria que deberá desterrar para siempre de la faz de la tierra, la
crisis, la miseria, la explotación… para colocar en su lugar la sociedad de
especie del mañana.
¡La crisis capitalista no tiene solución pacífica! ¡Que el proletariado
salga de su crisis política y organizativa y vuelva a luchar sobre el
terreno del enfrentamiento entre clases!
¡Por la reanudación de la lucha de clase proletaria! ¡Por la revolución
proletaria y comunista!
¡Por la reconstitución del Partido Comunista Mundial!
Partido Comunista Internacional
15 de junio
de 2012
www.pcint.orgValladolor no admite comentarios
La apariencia como forma de lucha es un cancer
El debate esta en la calle, la lucha cara a cara
Usandolo mal internet nos mata y encarcela.
Piensa, actua y rebelate
en las aceras esta el campo
de batalla.
si no nos vemos
valladolorenlacalle@gmail.com